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Devocionales para hombres
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
"El gozo más grande"
Tenemos un Padre maravilloso que nos bendice de tantas maneras que nos sobran los motivos para darle gracias y gozarnos con lo que hace. Dios ha sido fiel y misericordioso con todos nosotros. Hago un repaso en mi mente de la obra de Dios en cada uno de ustedes y la verdad es que me llena de alegría ver cómo se ha movido en sus vidas.
Cuando Jesús estuvo los tres años y medio llevando a cabo su ministerio en la tierra, convocó a muchas personas para que sean sus discípulos, sus seguidores. Con ellos compartió tareas y responsabilidades llevando el mensaje del evangelio. En cierta oportunidad convocó a setenta personas definiéndoles tareas específicas y la forma en que debían llevar el mensaje del Reino de Dios a otras ciudades del norte de Israel. Estas personas obedecieron a Jesús en cada detalle y vieron el poder de Dios. ¡Qué gozo sintieron! Experimentaron el poder de Dios en acción. ¡Dios obrando a través de ellos! Observe sus comentarios una vez terminada la tarea.
Lucas 10:17-20: “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”
El Señor quiso llevar a sus discípulos a que supieran la causa por la cual Dios obraba a través de ellos: Sus nombres estaban escritos en los cielos.
Juan 1:12 dice que todos los que recibieron a Cristo en su corazón ahora son hijos de Dios. El día que recibimos a Jesús como Salvador y Señor, hubo regocijo en el cielo, y simbólicamente hablando, fuimos anotados en el “Registro Celestial de las Personas”, se labró un acta de nacimiento y fuimos anotados como hijos de Dios. El Padre Celestial nos inscribió en el libro de la vida.
Dios también le había revelado al apóstol Pablo que todos los hijos de Dios están anotados en el libro de la vida. Él se los dijo a los hermanos de la ciudad de Filipos, recordándoles que ellos ya estaban registrados en ese bendito libro. Por favor, lea Filipenses 4:3. Porque inmediatamente después de recordarles esto, el versículo siguiente expresa la exhortación más recordada por la Iglesia de todos los tiempos: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. ¿Cuál es el motivo? ¡Somos hijos de Dios anotados en el libro de la vida!
Algunas de las bendiciones que recibimos por ser hijos de Dios son:
1. Recibimos el amor maravilloso de Dios. 1 Juan 3:1. Hemos recibido un amor que para el mundo es incomprensible. Muchas veces nos preguntamos a nosotros mismos: “¿Qué lo habrá movido a Dios para amarme sabiendo lo pecador que soy?”. La respuesta es que Dios es amor y nos amó desde la eternidad. Romanos 5:8-10 nos dice que si Dios nos amó cuando éramos pecadores ¡cuánto más nos amará ahora que somos hijos! El deseo de Dios es que hoy y siempre disfrutemos su amor maravilloso.
2. Dios nos libró de la condenación eterna. Por la Ley de Dios, todo pecador merecía la muerte y la condenación. Hay pasajes de la Escritura que son muy claros, mencionan que los que no están anotados en el libro de la vida serán lanzados al lago de fuego. Lea Apocalipsis 20:12-15; 13:8; 17:8; 22:19. Ahora que somos hijos de Dios tenemos la total seguridad que somos librados de la condenación gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Juan 5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” ¡Aleluya!
3. Crecemos diariamente en nuestra relación con Dios. Cada día tenemos la oportunidad de descubrir a Dios, conocerlo en profundidad. El Padre bueno sabe dar buenas dádivas a sus hijos que claman a Él. Lea Mateo 7:11. Experimentamos el amor de Dios cuando disponemos nuestro corazón para buscarlo. “Acercaos a Él, y Él se acercará a vosotros”, dice Santiago 4:8. También la Palabra de Dios nos dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayuda a bien” (Romanos 8:28a). El viernes compartíamos Isaías 48:17: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir”. En cada circunstancia de la vida Dios nos enseña algo que será de beneficio para nuestra vida. Nada pasa de gusto para un hijo de Dios. Todo redundará en bendición porque “conforme al propósito de Dios somos llamados” (Romanos 8:28b).
4. Tenemos la esperanza de que en poco tiempo seremos coherederos con Cristo de todas las cosas. Lea Romanos 8:17. Dice que somos “coherederos” con Cristo. Jesús es el Hijo Unigénito de Dios (Juan 3:16) porque solo Él es Dios, igual que el Padre y el Espíritu Santo. Pero Jesús es el Primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29) porque Su Herencia la comparte con todos los hijos adoptados de Dios. Por tanto, ¡tú y yo tenemos los mismos derechos legales que Jesús ante Dios! ¡¿No es motivo para regocijarnos?!
También Apocalipsis 21:27 dice que los que están anotados en el libro de la vida entrarán a disfrutar la eternidad de los cielos nuevos y tierra nueva donde está la nueva Jerusalén. Las bendiciones más maravillosas que jamás hubiéramos imaginado Dios las ha creado para que sus hijos las disfruten por la eternidad.
Tenemos la seguridad de que le pertenecemos a Dios porque hemos aceptado el sacrificio de Cristo en la cruz por nosotros. Nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos puesto nuestra confianza en Jesús para siempre. El que permanece en Él hasta el fin será salvo y su nombre nunca será borrado del libro de la vida. Apocalipsis 3:5 dice: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”
El mundo, influenciado por Satanás, el dios de este siglo, ciega el entendimiento de la gente para que no sepan todo lo que ha logrado el sacrificio de Cristo en la cruz y su resurrección. Pero tú y yo conocemos la verdad, somos hijos de Dios, anotados en Su libro. Que este regocijo interior pueda manifestarse estos días en cada lugar que estés para que otros lleguen a conocer a Cristo a través de tu testimonio y sus nombres también puedan ser inscritos en el libro de la vida.
Pablo Giovanini
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Preparados para un nuevo comienzo
Estamos en un tiempo de agradecimiento. El hombre de Dios es siempre agradecido con Dios por lo que Él ha hecho y no ha hecho todavía. Sabe que si Dios todavía no contestó alguna petición es porque debe estar trabajando en asuntos necesarios antes de contestar la oración. Los planes de Él son perfectos y se cumplen en Su tiempo correcto.
Este año hemos visto la mano de Dios en nosotros, en nuestra familia, el trabajo, la iglesia, el ministerio, y tantos otros ámbitos que nuestros testimonios de la obra de Dios son incontables. ¡Gracias Señor por tu misericordia y fidelidad!
Es un tiempo de evaluación. No somos perfectos, todavía Dios no ha terminado con nosotros. Eso significa que seguramente hemos cometido algunos (perdón, muchos…) errores. Sin embargo, la sabiduría está en aprender de ellos para no repetirlos. Cuando evaluamos nuestro año podemos tomar conciencia de nuestra necesidad permanente de dirección divina. Sin Cristo estamos perdidos, sin rumbo ni dirección. Pensemos qué debemos entregarle al Señor todavía para seguir siendo perfeccionados: Nuestro carácter, nuestras actitudes, nuestra fe, nuestras decisiones, nuestras metas. Que el próximo año estemos más conectados con el Espíritu Santo, con nuestra iglesia, con las necesidades. Que seamos un instrumento todavía más usado para Su gloria.
Es un tiempo de afirmación. Lo que hemos aprendido este año debemos afirmarlo. Las convicciones que nos han ayudado a crecer debemos afianzarlas. Recordar las promesas que Dios nos dio y que nos han sostenido en los momentos difíciles. La Palabra de Dios debe seguir siendo lumbrera a nuestro camino. Lo que Dios nos ha hablado debe estar escrito en las tablas de nuestro corazón. Que el próximo año nos encuentre más sensibles a Dios y más firmes contra las asechanzas del enemigo.
Es un tiempo de adoración y alabanza. El hombre de Dios es un adorador permanente. Su vida refleja adoración. En su casa, en su trabajo, en su comunidad, en sus círculos de amistad y compañerismo, en todo tiempo y en todo lugar expresa adoración a Cristo. Lo que Dios ha hecho en nuestra vida merece alabanza a Dios. Que nuestro corazón sea un altar permanente de adoración.
Que este fin de año te encuentre preparado para un nuevo comienzo. Que el 2017 sea el año de tu mayor desarrollo, crecimiento, superación en tu vida spiritual. Puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Pablo Giovanini
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Llamados a ser pacificadores.
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los hombres de Dios son llamados a ser pacificadores. Ellos median en la familia para que la paz de Dios gobierne en todo tiempo y circunstancia.
Hay muchas posibilidades de discordias, disputas, discusiones, resentimientos en las fiestas. Estas pueden ser producidas por viejos rencores no perdonados, malas experiencias pasadas, pequeñas venganzas por acciones pasadas, falta de comprensión, falta de aceptación, falta de comunicación.
El hombre de Dios toma la iniciativa para no dar lugar a la pérdida de paz y también es un puente, no solo para mantenerla, sino para iniciarla aun cuando nunca haya estado en una relación.
En Isaías 9:6 dice que Jesús vino a ser el Príncipe de paz. Nosotros nos remitimos a Él para que la paz sea posible. Jesús dijo en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
En Romanos 5:1 nos dice que cuando Cristo nos justificó, Él nos dio paz para con Dios. Esa paz reina en nuestros corazones y podemos transmitirla a los demás por la gracia del Espíritu Santo.
1 Corintios 14:33 dice que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Dios no reina en la confusión sino en la paz.
2 Corintios 13:11 Pablo nos exhorta: “por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” Dios estará con nosotros con su paz si nosotros también hacemos nuestra parte: “vivir en paz”.
Filipenses 4:7 dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
Vamos a creer que Dios tiene paz para darnos más allá de lo que podamos entender. El Señor protegerá nuestros pensamientos y nos afirmará en su paz. De esa manera podremos compartirla con los que nos rodean.
Pablo Giovanini
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Somos lo que dice Dios de nosotros.
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
Saber quiénes somos es una prioridad para llegar a ser un hombre de Dios. Nuestra identidad está basada en quién nos defina. Si nos definen nuestros padres, pues seremos lo que ellos pensaron. Si nos define nuestro cónyuge o nuestros hijos, seremos lo que ellos quieren. Si nos definen nuestros amigos, jefe o compañeros, estaremos a su merced. Pero si nos define Dios, entonces seremos lo que Él pensó para nosotros.
Dios nos ha llamado para ser un instrumento de adoración, ser sus hijos, sus amigos, sus siervos para glorificarlo. Él nos define. Él dice quienes realmente somos. Jesús mismo dijo que sin Él nada podemos hacer. Sin Dios nada somos en este mundo. Por eso es tan importante lo que el apóstol Pablo nos está diciendo en este primer versículo: Con todo nuestro ser, incluyendo el cuerpo, debemos ofrecerle a Dios un culto racional, porque somos hechos para su gloria, para adorarlo con todo nuestro ser. Nuestra vida debe estar rendida a Dios como un sacrificio.
Cuidado, porque el mundo se levanta para competir con Dios en nuestra formación. Nosotros tenemos la responsabilidad de seguir unidos a Dios, escuchando lo que Él dice de nosotros y para nosotros, o si no seguiremos los dictámenes de esta cultura. Observe lo que dice el siguiente versículo.
Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Este siglo, esta cultura, este mundo, nos presiona para adaptarnos a su sistema de ambición de éxito, riqueza, poder, placer, fama y egolatría. Debemos tener discernimiento espiritual para detectar cuando nos empezamos a medir con el mundo, cuando empezamos a adquirir sus hábitos egoístas, cuando empezamos a centrarnos en nosotros mismos. Somos responsables de poner un límite y volver la mirada a Dios. “Conformarse” tiene el significado de “adaptarse a la forma exterior”. En contraste, “transformarse” significa “un cambio radical que viene desde adentro hacia afuera”. La palabra griega es “metamorfosis”, muy conocida por el ejemplo de la transformación de un gusano en mariposa.
La transformación de nuestro ser es producido gracias a la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros que nos va formando a imagen de Cristo. Por eso manifestamos diariamente y de manera progresiva un cambio en nuestro carácter, palabras y acciones. Es el “fruto” o resultado de la obra santificadora. Es el proceso para ser un hombre de Dios. Cuando estamos en este proceso nos damos cuenta que la voluntad de Dios ahora es “agradable”. ¡Nos gusta obedecer a Dios! También entendemos que la voluntad de Dios es “buena”. ¡Nos hace bien, nos llena de gozo, cómo es que nos estábamos perdiendo de hacer su voluntad! Y por último, que su voluntad es “perfecta”. ¡No puedo, no debo, ni quiero agregarle ni quitarle nada a su voluntad! Es perfecta. Yo solo debo obedecer a Dios y dejar el resultado en sus manos.
Pero cuidado, puede ser que el orgullo nos juegue una mala pasada y terminamos perdiendo el objetivo, el propósito, la dirección. Por eso viene la exhortación del siguiente versículo.
Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
Debemos seguir pensando “con cordura”, con equilibrio, balance, acerca de nosotros mismos. Ni sobreestimarnos, ni subestimarnos. Considerarnos obra de Dios y darle la gloria a Él por lo que haga, porque todo lo que hemos recibido viene del Señor.
Hombre de Dios, estas siendo transformado para ser un instrumento en sus manos. Serás lo que Dios pensó de ti en la eternidad. Permite que el Espíritu Santo día a día haga su trabajo en ti y Él mismo manifieste su fruto en tu vida.
Pablo Giovanini
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Seguimos siendo perfeccionados.
Filipenses 1:6 dice: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
No somos vasijas terminadas. Estamos todavía en proceso continuo de formación. El Alfarero nos acaricia con sus manos, nos alisa las partes ásperas, nos aprieta, nos amasa, nos golpea contra el piso para quitar el aire, nos da forma según el modelo que tiene en su mente, y sigue dándonos vueltas y vueltas para ser perfeccionados.
De pronto nos empezamos a secar y a endurecer, y en su amor nos moja lo suficiente para hacernos dóciles otra vez, dúctiles en sus manos. A veces creemos que es demasiada agua, otras veces que es escasa, pero Él sabe lo que necesitamos. Ah, en sus manos sentimos su delicadeza, su amor, su amabilidad. Hasta nos empezamos a sentir cómodos y confortables…
Abruptamente, el Alfarero decide usar una herramienta. ¡Ay, no, es muy filosa! ¡Muy cortante! La clava en medio de la vasija y empieza a apretar. ¡Parece que nos está quitando demasiado barro de nosotros! Estamos perdiendo lo que creíamos que nos pertenece. Señor, ¿no es demasiado? ¿Por qué usas justo ese instrumento?
Luego empieza a apretarnos en lo que parece ser el cuello de esa vasija. Aprieta y reduce el orificio. ¡Parece que nos falta el aire! ¿Por qué tenemos la base tan amplia y el cuello tan chico? ¿Estás seguro Señor?
Y al fin nos empieza a pulir, una y otra vez, quitando todas las asperezas y ya dando los últimos toques maestros. ¡Y otra pulida más! Ya está bien, ¿no? No, otra más.
Nos toma con sus manos amorosas y ¡nos mete en un horno extremadamente caliente! Mucho fuego, mucho calor, todo empieza a solidificarse, a consolidarse, a definirse la forma diseñada. Ya debemos estar listos… pero no, todavía no. Hay que pasar más tiempo en el horno. Cada etapa es muy importante, y necesita el tiempo justo.
Al fin salimos, al aire fresco. Ahora viene la decoración. Hermosas líneas dibujando nuestros contornos, filetes celestiales dando unas particularidades únicas. Ninguna vasija se parece a la otra. Todas están hechas a mano. Esto no es una fábrica en serie. El Maestro se toma todo el tiempo que crea conveniente para terminarnos.
Al fin, nos llena de agua y nos coloca unas flores maravillosas que adornan su taller de manera muy especial. Y allí estaremos, adornando su gloria, reflejando la destreza de sus manos.
Cuando alguien se acerca a mirar la vasija llena de flores, nunca dirán: “¡Qué hermoso barro duro…!” No, más bien dirán: “¡Qué obra de arte! ¡Un aplauso al Alfarero!”
Pablo Giovanini
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La fe que vence al sentimiento.
Somos muy proclives a dejarnos dominar por nuestros sentimientos. Si no sentimos de leer un devocional, no lo leemos. Si no sentimos de hablar, no hablamos. Si no sentimos de escuchar, no escuchamos. Si no sentimos de ir a algún lado, no vamos. Si no sentimos de amar, no amamos. Si no sentimos de perdonar, no perdonamos. Y si no nos sentimos victoriosos, no vivimos en victoria.
Hay una gran diferencia entre sentirnos victoriosos y actuar como victoriosos. La fe tiene que ganarle al sentimiento. La fe tiene que ganarle a la razón. La fe tiene que ganarle a nuestros deseos. Debemos vivir por fe.
Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
No importa cómo te sientas, Dios dice que eres más que vencedor. No depende de cómo te sientas sino de lo que Dios dice porque Él nunca miente. Así que como Pablo también puedes decir: “Todo lo pudo en Cristo que me da las fuerzas”.
Tal vez hayas pasado tus últimos días viendo un panorama un poco desalentador, un campo de batalla con un ejército vencido, o sin fuerzas para pelear. Lo que cuenta es que hoy Dios te dice que eres más que vencedor si confías plenamente en Él. Si entregas tu situación en sus manos y esperas la respuesta en Él.
No hace falta prólogos para hablar con Dios. Él nos dice que debemos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro”. No necesitas acercarte a Dios con argumentos extraños ni para ganarte su amor y confianza. ¡Dios ya te conoce! Solo abandónate en sus brazos y escucha lo que Él quiera decirte, porque tiene dirección para tu vida.
Cuando te hable, tal vez debas pedirle perdón por algunos pecados escondidos que Él te esté dando convencimiento: La duda, el orgullo, la desconfianza, la autosuficiencia, el egoísmo, celos, envidia, lujuria, codicias… Pídele perdón, decide no volver a hacerlo, toma una nueva dirección en tu corazón para agradar a Dios en todo tiempo.
En 2 Corintios 5:7 Pablo dice: “porque por fe andamos, no por vista”. Más allá de cómo se vean las cosas, nosotros debemos andar por fe. La confianza en Dios te hace victorioso. Cuando venga el enemigo, cuando vengas las situaciones complicadas, cuando vengan los desafíos, sigue confiando en Dios.
Haz una resolución de corazón: Voy a confiar en Dios más allá de cómo me sienta y esperaré Su salvación. El Señor siempre movió cielo y tierra por una persona que haya vivido con esta resolución en su vida, porque Él es fiel a sus promesas.
Pablo Giovanini
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La extraña clase de hombres agradecidos.
Lucas 17:11-20: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?”
Los contextos cambian, las culturas pueden ser diferentes, pero el corazón humano es siempre el mismo. En esta historia Jesús presenta una gran realidad: No todos son realmente agradecidos. Solo un diez por ciento lo fueron aquí. ¡El diezmo de los sanados! Uno entre diez fue capaz de reconocer a quien hizo el milagro con palabras de agradecimiento. La pregunta de Jesús sigue latente hoy también: ¿Dónde están los otros nueve?
¿Por qué cuesta ser agradecido? Hay varias razones que podemos pensar:
Hay personas que creen que merecen lo que reciben. Se miran a sí mismos y creen ser superiores a todos, que todo lo obtienen por merecimiento propio, que todo el mundo debe estar a sus expensas. ¡Son el centro del universo! Esta actitud siempre ha sido reprochada por Jesús. Los fariseos eran un típico ejemplo de ello y no podían recibir a Cristo porque confiaban en sus propios merecimientos para ser salvos. No podían alcanzar la gracia de Dios, y sin gracia, no hay salvación.
Hay personas que nunca han aprendido a ser agradecidos. Nunca lo vivieron en su casa, nadie les dio ejemplo de agradecimiento, han crecido en un ambiente egoísta, mezquino, o tal vez de supervivencia. Necesitan saber que el agradecimiento es una actitud de un corazón que reconoce que otros le han bendecido, que otros han suplido sus necesidades.
Hay personas que solo se enfocan en sí mismos. Sus metas son egoístas. Cuando hacen regalos en Navidad, los preparan pensando en quienes les devolverán otro regalo aún mejor. No les importan los medios con tal de obtener sus fines. Algunas veces darán un simple “gracias” por compromiso, solo con el fin de seguir obteniendo lo que ellos desean. No hay realmente un corazón agradecido.
Pero los hombres de Dios pertenecen al selecto grupo de los sinceramente agradecidos. Saben que nada merecen, todo lo obtienen por gracia. Por tanto, deben dar gracias a quienes lo merecen. Saben que necesitan depender de Dios en todo momento, saben que necesitan de su familia y su familia a ellos, saben que no están solos en la iglesia, que necesitamos ser interdependientes. Así que cuando hay que dar gracias, lo dan a quien corresponda: A Dios, a su esposa, a sus hijos, a sus familiares, a sus hermanos en la fe, a sus compañeros de trabajo, a compañeros de estudio, a jefes, a profesores, a amigos, a vecinos. Cada vez que hemos recibido una ayuda, un soporte espiritual o emocional, será un motivo de agradecimiento.
El apóstol Pablo dice: “Sed agradecidos” (Colosenses 3:15), “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), “Dando siempre gracias por todo” (Efesios 5:20). Un hombre de Dios tiene este espíritu de agradecimiento permanente en su corazón. Y seguirá dando gracias en Thanksgiving, con o sin pavo!
Pablo Giovanini
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Un líder que trae paz en la familia.
Hombre de Dios, Él te ha constituido líder en tu hogar para guiarlos hacia Dios en momentos de incertidumbre.
Dios nunca te dejará solo. Él tiene los recursos que necesitas para guiar a tu familia. “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11). Tú no eres el que crea la paz, sino Dios. Tú debes proveer el camino para buscarla.
Cuando aparece una situación desafiante para la familia, cuando aparecen problemas inesperados, cuando hay que resolver situaciones rápidamente, tenemos la ayuda sobrenatural de Dios. Inmediatamente lo que podemos hacer como líderes espirituales es guiar a la familia a la oración, recordando pasajes de la Palabra que traen esperanza y afirman la confianza en nuestro Señor. Recuerda los pasajes donde Jesús ha prometido estar con nosotros y darnos de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).
Tú puedes recordarle a tu familia que Dios siempre ha hecho una diferencia con su pueblo. Aunque siempre llueve sobre justos e injustos, cuando Dios actúa con sus juicios, cuando quebranta a un pueblo para que aprenda disciplina, cuando interviene para que los pecadores vuelvan a él, siempre hace una diferencia. Lo hizo con Israel en Egipto, cuando las plagas caían en la casa de Faraón y su pueblo, Dios preservó a sus hijos de ellas. Cuando había hambre en Israel por causa de Acab, Dios proveyó alimento a Elías, a la viuda y a todos los que confiaban en Él. La promesa de Dios es “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados.” (Salmo 37:19).
Comparte el Salmo 91. Recordemos algunos versículos (91:3-7): “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará…”
La diferencia la marcan los que realmente confían plenamente en Dios. Ellos lo conocen y saben que sus promesas siempre se cumplen porque es un Padre bueno y lleno de misericordia.
Pablo Giovanini
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La actitud, una disposición del corazón
El diccionario define a la actitud como “la manera de estar dispuesto a comportarse u obrar”. Alguien también la definió como la “predisposición aprendida a responder de un modo consistente”. En otras palabras, lo que sentimos lo expresamos en la conducta. Lo que tenemos en el corazón lo manifestamos en nuestro comportamiento. Y es importante destacar que la manera de manifestar una actitud se aprende. Eso significa que podemos cambiar nuestras actitudes.
Puede haber muchos tipos de actitudes: Actitud defensiva, ofensiva, benévola, malévola, de colaboración, de indiferencia, de entusiasmo, de desánimo, de persecución, provocativa, pensativa, de perdedor, de vencedor, positiva, negativa… ¿De qué depende? De lo que tenemos en el corazón. Ahí guardamos lo que hemos aprendido en la vida a través de nuestros padres, de los amigos, de la escuela, de la iglesia, de las experiencias que hemos pasado, de personas que influyeron en nuestra formación. Creo que si somos sinceros, todos podemos decir que hemos aprendido a manifestar buenas y malas actitudes. Entonces necesitamos evaluarlas para saber qué debemos todavía corregir dentro de nosotros.
David, bien consiente de esto dijo en el Salmo 19:12: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”
Manifestamos nuestras actitudes con nuestras palabras, nuestras acciones, y la postura de nuestro cuerpo. Muchas veces quisiéramos decir que “sí” a una excelente propuesta de trabajo que nos hacen pero interiormente creemos que vamos a fracasar, que le fallaremos a la persona, que algo malo podría pasar, y decimos que “no”, porque no queremos que por un fracaso nos desvaloricen, que nos hagan a un lado, que nos hagan sentir que somos inferiores. Así que cuando decimos “no” interiormente queremos decir que “sí”. Una actitud de temor al fracaso.
Otras veces ocurre lo contrario, por miedo al qué dirán nos comprometemos con un “sí” que en el corazón queríamos decir lo contrario, y entonces nuestra cara, la postura de nuestro cuerpo manifiestan lo opuesto, y comenzamos a dar vueltas para no hacerlo… Tenemos una actitud de temor al rechazo. Y esta nos paraliza.
Cuando nos pasan cosas como estas debemos preguntarnos siempre “¿Por qué?” ¿Por qué tengo esta actitud de temor al fracaso, temor al rechazo? En otros casos, ¿Por qué tengo esta actitud egoísta, mezquina, machista, indiferente…? La respuesta será la raíz de nuestra actitud. Porque toda conducta tiene una causa.
Tal vez empecemos a recordar las enseñanzas de quienes nos criaron. Nuestras actitudes actuales dependen mucho de ellos. Si ellos eran temerosos, posiblemente adquirimos actitudes de temor. Si eran egocéntricos, actitudes egoístas. Si tenían sentimientos de mártires, tal vez identifiquemos muchas actitudes negativas en nosotros. O cómo nos trataron en la escuela. Si siempre teníamos que defendernos diciendo a todos que “sí”, entonces ya estamos encontrando el motivo por el cual no podemos decir que no.
En fin, somos demasiados complejos como para resolverlo en un momento. La Biblia nos dice que cuando recibimos a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo ha venido a morar en nuestra vida. A partir de allí contamos con ayuda sobrenatural. Él es quien nos santifica diariamente, el que nos ayuda a cambiar nuestras actitudes, el que produce en nosotros una transformación interna de nuestro corazón para parecernos cada día a Jesús. Con Él es posible que se cumpla lo que dice en Efesios 4:22-24: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Tú eres un nuevo hombre de Dios en quien el Espíritu Santo cada día hará la obra transformadora. Entrégale cada actitud que no esté de acuerdo a la Palabra y permítele que siga desarrollando ese nuevo hombre poderoso en Cristo dentro de ti.
Pablo Giovanini
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El valor de tu semilla.
Estaba buscando semillas de trigo para poder llevar a la congregación como una lección objetiva en mi predicación del domingo. Me llevé la sorpresa de que en los mercados convencionales donde compramos los alimentos que necesitamos para la semana no venden trigo en grano entero. Busqué en varios lugares y solo encontré uno llamado Khorasan wheat, que tiene sus orígenes en el medio oriente, más específicamente en la zona de la Persia antigua, hoy Irán. Cuando vi este grano, me llevé una desilusión bastante grande: El granito era mucho más pequeño y delgado que las semillas que yo conozco de Argentina. Claro, mi país de nacimiento fue llamado “el granero del mundo” debido a que después de la segunda guerra mundial, Argentina abasteció a la mayoría de los países europeos con lo mejor del trigo y otros granos. Hoy por hoy, los argentinos tenemos más granos en la cara que los que exportamos al mundo, pero esa es otra historia.
Mi padre fue criado en el campo, que junto a su padre y su hermano trabajaba levantando las cosechas de la pampa argentina con las primeras cosechadoras que llegaron a ese país. Cuando yo era pequeño, me llevó a conocer su tierra, los viejos tractores que araban la tierra, los graneros o silos donde almacenaban las semillas antes de exportarlas, y por supuesto, me subió a una cosechadora explicándome todo el proceso hasta que se llevaban las bolsas cargadas de granos de trigo. En esta experiencia pude ver cómo las semillas se reproducen de manera extraordinaria, tal como Jesús lo dice en la parábola del sembrador: casi 100 a uno!
Jesús también conocía los tiempos de siembra y cosecha de su tierra. Él aprovechó a dar lecciones espirituales con estas vivencias cotidianas. La primera que les enseñó a sus discípulos está en Juan 4. Tuvo un encuentro con una mujer de Samaria, a quien le revela su vida, saca a luz el gran vacío que tenía, y él mismo se presenta como el Agua de Vida. Esta mujer es impactada por Jesús (¡Quién no es impactado cuando tiene un verdadero encuentro con Cristo!) y vuelve a su ciudad a compartir las buenas nuevas con sus coterráneos. En el momento en que ella se dispone para marchar, llegan sus discípulos y se sorprenden al ver a Jesús con una mujer samaritana. Jesús estaba rompiendo las barreras culturales! Los judíos y samaritanos ni se miraban, pero el Maestro vio un corazón hambriento de alimento espiritual y tomó tiempo para invertir en ella. Jesús había puesto una semilla de esperanza, de salvación, de vida eterna en la samaritana. Solo una.
Jesús no terminó de hablar con sus discípulos cuando vuelve la mujer con una multitud. Esa semilla se multiplicó en cientos de corazones dispuestos a escuchar las palabras de vida eterna.
Jesús les dice a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35). ¿Qué estás tú viendo hoy? ¿Cómo ves a las personas? ¿Podrías compararlos a campos listos para cosechar?
Actuaremos según lo que veamos. Si vemos campos blancos, cosecharemos. Si vemos campos verdes, nos quedaremos sentados esperando que llueva…
Las personas que están a tu alrededor necesitan a Jesús, el Pan de Vida. Solo Él es el alimento para sus almas. Tú tienes en tu mano tu semilla. Pídele a Dios que te muestre en dónde plantarla, con quién compartirás esta semana la palabra de Dios. Hay muchos hambrientos de vida que están esperándote. No tengas temor de lo que dirás o del qué dirán. Dios llenará tu boca de palabras extraordinarias. Incluso tú mismo te sorprenderás al escucharte. Es una promesa de Jesús para ti cuando dejas al Espíritu Santo actuar en tu lugar.
El campo ya está blanco, listo para la cosecha. ¿Ya encendiste tu cosechadora?
Pablo Giovanini
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Las manos amorosas son también firmes.
Jeremías 47:3: “Por el sonido de los cascos de sus caballos, por el alboroto de sus carros, por el estruendo de sus ruedas, los padres no cuidaron a los hijos por la debilidad de sus manos”
El profeta Jeremías está hablando una palabra de Dios a un pueblo que había desprotegido a sus hijos por prestar atención al medio ambiente. Se habían asustado por lo que estaban escuchando: los sonidos de los caballos, el repiqueteo de las ruedas de los ejércitos, el griterío de la multitud, y perdieron a sus hijos.
No habían previsto el problema. Estaban confiados. Pensaban que a todo el mundo le puede pasar, menos a ellos. Habían creído que con traer el alimento a la casa, alcanzaba. “¿Para qué ocuparnos de los hijos si lo puede hacer la esposa? ¡Nosotros estamos cansados!” Se olvidaron de la responsabilidad diaria que tenían como padres. No solo alimentar a la familia físicamente, sino también emocional y espiritualmente. ¡Qué terrible descuido! Por no hacerlo diariamente, cuando llegó el problema ya era demasiado tarde… Habían perdido a sus hijos.
Se habían enfocado más en lo que escuchaban y veían que en lo que realmente estaba pasando en la casa. Los rumores estaban por todos lados, las presiones sociales parecían llevarse todo por delante, pero ellos no prestaban atención a lo que estaba sucediendo en su propio hogar. “Sus manos” se estaban debilitando. Lo que debían hacer por sus hijos estaba descuidado. Ya no tenían la fuerza suficiente. El miedo y pavor por lo que sucedería los hizo desenfocarse. Prestaron más atención a lo externo que a lo interno. El final fue trágico.
Hoy estamos viviendo en tiempos peligrosos. Las presiones de la escuela, de los amigos, de los medios de comunicación, arrastran a nuestros hijos hacia lo que jamás quisiéramos. Si nosotros como padres no ponemos un freno deliberado a las tentaciones, los ataques de Satanás, los bombardeos de ateísmo, y todo lo que quiera destruir la familia, todo se perderá.
Necesitamos poner atención a lo que esté pasando en casa. Los tiempos de desayuno, almuerzo, cena, es para compartir con la esposa y los hijos. Es el mejor tiempo para conversar, preguntar, aconsejar, compartir una palabra y orar. Las salidas con la familia es un tiempo que no puede desperdiciarse. Hay que crear el ambiente de confianza, de respeto, donde se pude dialogar y llegar a sanas conclusiones según lo que Dios ya nos ha dicho.
Como padres debemos saber lo que les pasa a nuestros hijos. Cómo están en la escuela, de qué conversan, qué temas se tratan, cómo es la relación con otros compañeros de clase, qué tipo de amistades están desarrollando. A veces escuchamos que “no hay que presionar a los hijos”, “que no hay que controlarlos”, “que hay que darles libertad”, pero si no encontramos el equilibro bíblico para esto, podemos terminar fomentando el libertinaje o el legalismo en casa. Necesitamos actuar con amor y firmeza, con comprensión y consejo, saber hablar, pero también saber escuchar.
Nuestras manos deben estar dirigidas por Dios. Debemos imitarlo a Él como Padre. Él nos ha perdonado, nos ha restaurado, nos enseña diariamente el camino, nos habla todos los días, nos corrige si nos desviamos, nos abraza y nos llena de amor. Debemos nosotros también ser proactivos en todos estos aspectos con nuestros hijos. Ellos necesitan conocer la poderosa mano de Dios, y primero será a través de nuestras manos.
Nuestras manos deben estar siempre limpias, espiritualmente hablando. No podemos disciplinar a nuestros hijos con “manos sucias”, no podemos brindarle lo mejor de Dios con “manos enfermas”, no podemos curar si todavía las nuestras están heridas. Necesitamos darle nuestras manos a Dios, que Él las limpie cada día, las fortalezca, las suavice con su amor, las afirme en su palabra. Y nunca olvidemos que los hijos de Dios estamos en las mejores Manos.
Pablo Giovanini
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De tal palo, tal astilla.
1 Crónicas 28:20: “Dijo además David a Salomón su hijo: Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová”.
Los hombres de Dios transmiten a sus hijos palabras afirmativas para que avancen en lo que el Señor les está mostrando. Esto es posible porque primero han recibido la palabra de Dios en sus vidas.
Este es el caso de David. Él tenía toda la intención de construir un templo espectacular para Dios. Pero Jehová le dijo que no lo haría él, sino un hijo suyo. Escuchó de Dios directamente una parte del plan que tenía para uno de sus hijos. Escuchó y actuó. Puso manos a la obra. Se adelantó a este suceso y comenzó a juntar todo tipo de materiales para el proyecto que su hijo continuaría. No fue el gran templo de David. No, fue el gran templo de Salomón, su hijo.
Sin embargo, David luchó por ese plan para la vida de Salomón. David sabía muy bien que no alcanzaba con juntarle todo el material que necesitaba para la obra. Tampoco que la visión que él mismo había recibido alcanzaba. David sabía que Salomón necesitaba por sus propios medios buscar a Dios, conocer el plan directamente de Él, y sobre todo, esforzarse y hacerlo. Conociendo esto, David se propuso motivar a su hijo para que siempre hiciera la obra de Dios.
Este versículo nos muestra las palabras de David que pronunció a su hijo antes de morir. Son palabras afirmativas, de fe, de entusiasmo, positivas. Están llenas de certeza, confianza en Dios, esperanza, y ánimo para hacer la obra.
“Anímate y esfuérzate”: Habrá momentos en que su hijo podría desanimarse, pero la instrucción es que siempre debía buscar el ánimo que necesitaba. Dios era la fuente de ese ánimo. Y además debía estar acompañado de esfuerzo. Los hijos deben saber que nada es fácil en esta vida. Los padres deben enseñarle a ser responsables, a ser perseverantes, a hacer bien las cosas, y a hacerlas con propósito. El ser esforzados se aprende desde niños con sentido de responsabilidad, participando en las tareas del hogar, en emprendimientos familiares, incluso en actividades de la iglesia y evangelísticas.
“Manos a la obra”: Nuestros hijos deben poner en práctica todo lo que están aprendiendo. Para eso necesitan seguir el ejemplo de su padre. Un padre teórico que no aplica nada, será el peor ejemplo para sus hijos. Podemos decir muchos versículos de memoria, pero si no lo ven en nosotros, jamás los aprenderán. ¡Lo que escuchamos de Dios hay que ponerlo por obra!
“No temas ni desmayes”: Por supuesto que vendrán tiempos de temor, ansiedad, preocupaciones. Pero tienen que saber que Dios estará siempre para alimentar su fe, ayudarlos a crecer, a depender de la voz del Espíritu Santo cada día. Podrán afrontar momentos difíciles, pero no deben desmayar. Dios tendrá los recursos que necesiten.
“Jehová tu Dios, mi Dios”: El mismo Dios de papá, también es el de los hijos. Ellos lo aprenderán viendo a su padre orar, buscar el rostro de Dios, alimentarse de su Palabra, compartir con otros el mensaje. Si nuestros hijos aprenderán a depender de Dios, no es porque la Escuela Dominical fue el único medio que tuvieron para conocerlo. ¡Debe ser por el ejemplo de su padre! Nosotros debemos enseñarles a nuestros hijos a pasar tiempo con Dios, buscando dirección, tomando tiempo para darle gracias y adorarlo.
“Dios estará contigo, no te dejará ni te desamparará”: ¡Qué confianza la de David! Él podía decir esto porque lo había experimentado. Su hijo lo había visto con sus ojos durante toda la vida de David. Dios era el centro de su vida y había sido siempre fiel. El mismo Dios que está con el padre es el mismo Dios que estará con sus hijos, ¡y nunca los desamparará!
Los hombres de Dios animan a sus hijos a obedecer a Dios, a amarle y servirle con todo el corazón. No hay mayor satisfacción que ver a nuestros hijos buscar a Dios con pasión, amor, devoción. Y debemos estar confiados que lo que hemos sembrado en nuestros hijos, germinará a su tiempo y producirán fruto en abundancia para la gloria de Dios.
Pablo Giovanini
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Hombres con bolsillos consagrados
Proverbios 11:24,25,28: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado… El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
La Biblia está llena de pasajes donde nos hablan de la bendición de ser generosos. La generosidad es un atributo de Dios que debe imitarse como un hijo amado que desea parecerse a su Padre.
Dios nos enseña a ser generosos. Nosotros como padres debemos enseñar a nuestros hijos a ser generosos. Por supuesto que nuestros padres deberían habernos enseñado a nosotros primero. Pero si este no fuera el caso, podemos comenzar la primera lección de generosidad ahora mismo.
Cuando la Palabra de Dios nos habla de generosidad no desea hacerlo solo en términos de acciones, sino que va más allá y profundiza en nuestro carácter. La cuestión no es dar de vez en cuando con generosidad, sino llegar a SER generosos. Una persona generosa siempre dará con generosidad.
Cuando somos generosos nuestro carácter se va pareciendo al de Cristo. Comenzamos a estar desprendidos de las cosas materiales, no porque no las necesitemos sino porque no son ídolos en nuestra vida.
El ser generosos nos conecta más con el corazón de Cristo. Cuando vemos las necesidades queremos suplirlas y ser parte de lo que haría Jesús en nuestro lugar.
Aprendemos a depender más de Dios. De hecho, este pasaje dice que el que reparte más, recibirá más todavía. Dios puede confiarnos más en la medida en que podamos ser canales a otros.
Tenemos una vida más ordenada. Antes malgastábamos el dinero. Un joven de nuestra iglesia nos decía que él gastaba más de 500 dólares cada viernes en cervezas. ¿Por qué se nos juzga a los cristianos que damos dinero a la iglesia? ¿Por qué calumnian a los pastores de tomar dinero de la gente cuando no tienen pruebas para demostrarlo? Si alguien gasta 500 dólares en alcohol que es perjudicial para la salud, que trae trastornos físicos, psíquicos, emocionales, que rompe familias enteras, será aplaudido por sus amigos, pero si alguien invierte en el Reino de Dios ese dinero, es criticado. Por eso, un generoso no escucha las críticas, opiniones mal fundadas, los consejos de seguidores de malos caminos. Solo se aferra a la Palabra y actúa con el corazón de Cristo.
El detalle está en el último versículo: Un hombre de Dios no confía en las riquezas, confía en Dios que es el Proveedor. Sabe que el Padre se ocupará de cada necesidad, suplirá en abundancia, y seguiremos siendo canales de bendición a otros.
Pastor Pablo Giovanini
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Sobrevivir o disfrutar en Su presencia
Salmo 16: 11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La primera base de seguridad de David es que Dios le iba a mostrar la senda de la vida. Por supuesto que estaba en contacto permanente con Dios para escucharlo. Antes de cada batalla, este rey iba a Dios en oración pidiendo la estrategia, y hasta que no lo escuchaba, no se movía. Para cada batalla tenía un nuevo plan creativo de Dios. No repetía la misma estrategia en diferentes batallas porque no se movía por experiencia sino por obediencia. Para cada paso había oración. Tenía la guía permanente de Dios y obedecía a la dirección que recibía. Claro, de nada sirve recibir dirección si luego no la ponemos en práctica.
Nosotros necesitamos también esa guía continua. Cada paso nuestro debe hacerse después de haber escuchado a Dios y estar seguro de lo que Él quiere. Movernos por emociones, por comentarios, por presiones, por escapatorias, nunca traen la guía de Dios. Necesitamos dependencia continua de Dios para movernos con firmeza y autoridad.
Lo segundo, es que David no sobrevivía espiritualmente sino que disfrutaba la presencia de Dios diariamente. No le resultaba pesado ir a Dios en oración, compartir tiempo con el Padre, usar sus instrumentos musicales para cantarle a Dios e inventarle salmos y canciones. Para David nunca fue una pérdida de tiempo, sino el tiempo que más disfrutaba de su día. ¡Había plenitud de gozo! Una relación profunda con Dios trae satisfacción al alma, trae quietud a nuestro espíritu, incluso hasta nuevas fuerzas físicas.
El último secreto de David es que en la mano derecha de Dios están las delicias más maravillosas que podamos disfrutar. Dios es la fuente de todo recurso. Todo está en su omnipotente mano. Y lo más increíble es que su mano está abierta para cada uno de sus hijos que se acercan a Él con fe y se apropian de sus promesas. David siempre le creyó a Dios y avanzó hacia una vida victoriosa. Cada batalla era la oportunidad de que Dios se hiciera grande, no David. Que Dios mueva su mano poderosa, no la nuestra. Que Dios nos muestre sus maravillas.
Hombre de Dios, Él te ha mostrado el camino para una vida triunfante. El secreto está en la obediencia a lo que Él dice. Si le buscamos de todo corazón siempre le hallaremos, siempre tendremos una guía para nosotros, y disfrutaremos haciendo la voluntad del Padre.
Pablo Giovanini
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El sacerdote gordo
1 Samuel 4:17-18: “Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.”
Elí fue un sacerdote de Dios en Israel. Tenía como misión ser un puente entre Dios y el pueblo, comunicarles la Palabra de Dios, orar e interceder por ellos, dejarles saber lo que Dios demandaba, corregir los caminos torcidos y llevarlos a la adoración permanente. Sin embargo, su vida dejó mucho que desear. Sus hijos muertos, el arca de la presencia de Dios perdida entre los enemigos y su vida terminó drásticamente, muriendo desnucado al caer hacia atrás.
Todos somos llamados a ser sacerdotes de Dios. Según Pedro, somos “real sacerdocio” para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. El llamado está, la capacitación del Espíritu para hacerlo también, pero la responsabilidad de ser un sacerdote como Dios manda es nuestra.
¿Qué le pasó a Elí? ¿Cómo terminó tan mal? La Biblia nos da muchas pistas acerca de cómo desarrolló su vida sin el fundamento correcto.
1. Elí era conformista. Dice que “se cayó de la silla”. Estaba sentado, inmóvil, quieto, paralizado, no hacía su labor como Dios quería que la hiciera. Un sacerdote nunca está quieto. Está sirviendo las 24 horas. Está en acción. Está mirando la necesidad y cómo suplirla. Primero en su familia, luego en sus vecinos, hermanos, y amigos. Es un puente para acercarlos a Cristo y su salvación.
2. Elí estaba centrado en sí mismo. Era “pesado”, estaba muy gordo. Gordo de alimentarse a sí mismo. Por supuesto que se alimentaba de lo que Dios proveía en el tabernáculo, pero comía en exceso y no consumía calorías por su quietud y conformismo. Gordo de recibir de Dios y no transmitir nada a nadie.
3. Elí fue negligente con su familia. No los alimentaba espiritualmente. Nunca los corrigió. Nunca actuó para salvar a sus hijos de las tentaciones y mostrarles el camino correcto. 1 Samuel 2:12 dice que “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.”
¿Acaso iban a tener conocimiento de Dios por simplemente estar en el tabernáculo, por ir a la iglesia, por asistir a la Escuela Bíblica? ¿No es acaso el padre el primer maestro cristiano para la vida de un hijo? ¿No es el padre el primero que habla de Jesús en el hogar para que sus hijos sean salvos, oren a Dios, amen a Jesús y le sirvan de corazón?
Elí no hacía eso y vio la consecuencia nefasta por su conducta. Cuando sus hijos pecaban, no los corregía. 1 Samuel 2:22-25 dice: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?...”
No alcanza con decirle a nuestros hijos: “No, no deberían hacer esas cosas…” O, “no es bueno que hagas esto otro…” “No es bueno lo que escucho de ustedes…” Cuando las palabras se desgastaron, ¡hay que actuar seriamente! ¡La disciplina los puede librar del infierno! Un sacerdote gordo no hace nada, solo habla. Y por supuesto, tendrá hijos gordos que van camino a la perdición.
4. A Elí no le interesaba la presencia de Dios. Veía la gloria de Dios en el tabernáculo, pero él no reflejaba esa gloria. La presencia de Dios estaba allí pero él estaba ajeno a esto. No escuchaba a Dios. De hecho, cuando Dios habló, no fue a él sino al niño Samuel. A él no le interesaba pasar tiempo con Dios. No le importó dejar que se lleven el arca de la presencia de Dios a la guerra sin su dirección. Allí la perdieron. Perdieron la presencia de Dios, y lo inmediato, perdieron la vida.
5. Vivía siempre temeroso. Sabía que algo andaba mal, y aun así dejó que se llevaran el arca. El sentía que algo olía mal, tenía miedo del futuro, de lo que pasaría. Cuando no está la presencia de Dios con nosotros vienen los miedos, los temores, la auto persecución, la desconfianza, y el sentimiento de que todo acabará muy mal. A pesar de sus miedos, no buscó a Dios con sinceridad y no hizo nada por cambiar la situación. Todo siguió su curso hacia la destrucción total. Perdió el arca, murieron sus hijos, y murió Elí. Fin de su historia.
Pero Dios estaba levantado a Samuel. Dios le había dicho a Elí que su sacerdocio había llegado a su fin y que Él estaba levantando un nuevo sacerdote. “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días.” (1 Samuel 2:35).
Dios te llama a ser un sacerdote en tu hogar, en tu escuela, en tu trabajo, en tu comunidad, en tu iglesia. La responsabilidad es tuya: O ser un sacerdote cómodo y negligente, o un sacerdote fiel y ungido todos los días. Comienza tu semana enfocándote en tus responsabilidades de sacerdote fiel, y deja que el Espíritu Santo te enseñe el camino. Los resultados están en su mano, y veras a tu familia transformada por su poder, a tus amigos y familiares salvos, a tu comunidad acercándose a la luz del evangelio de Cristo.
Pablo Giovanini
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A la práctica
Santiago 1:22-25: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Dios nos habló este fin de semana abundantemente. Cada área de nuestra vida ha sido cubierta. Ya no tenemos la excusa de que no sabemos lo que Dios quiere o que su voluntad es difícil de distinguir. Ahora vayamos a la práctica. Qué vamos a hacer con lo que recibimos. Hagamos un recuento:
Ya sabemos la misión que tenemos: Hacer discípulos, en todo lugar, en todo tiempo. Comencemos por las personas que nos rodean: Nuestros hijos, cónyuge, padres, hermanos, tíos, abuelos… ¡Predícale hasta a tu suegra! ¡No sabes lo maravilloso que es la vida con una suegra que realmente ama a Cristo! No significa que vas a ser un Billy Graham de un día a otro. Comienza de manera sencilla, con tus propias palabras, aprovecha cada oportunidad para hablar de lo que Cristo hizo en ti: Tu matrimonio en restauración, la recuperación de tus relaciones perdidas, el nuevo comienzo de amar y estar presente en la vida de tus hijos, etc.
Córtale la cabeza a cada Goliat de tu vida. Acuérdate que para tener la victoria permanente no alcanza con tirarle piedras aunque le pegues en la frente. Hay que cortarle la cabeza. Arranca de tu vida todo aquello que es de tropiezo a tu vida espiritual, lo que detiene tu fe, lo que te hace retroceder, lo que te estanca. Toma decisiones drásticas. A veces hay que dejar de lado amistades que no edifican.
Mantén tu altar siempre preparado. Si estuvo durante un tiempo abandonado, repáralo nuevamente. Pon cada piedra en su lugar. Establece las prioridades correctas en tu vida. Construye con material imperecedero. No inviertas en la superficialidad. Tu tiempo es valioso y Dios te da los recursos que necesites. Que tu vida refleje siempre el fuego de Dios, el poder del Espíritu en ti.
Enciende a otros. Eres un carbón encendido por Dios para contagiar. Tu fuego avivado motivará a otros a buscar de Dios. Si tú mueves tu barca, otras barcas se moverán. Si otros no oran, toma tú la iniciativa, si nadie quiere evangelizar, da el primer paso. Si nadie quiere cantar, alza tu voz y deja que Dios use tu canto para su gloria. Sé un agente de cambio.
Entrégate cada día a Dios y Él hará su obra.
Pablo Giovanini
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La oración eficaz
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Santiago 5:16-17 dice: “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.
Dios nos está llamando para hablar con Él, todos los días. Dios usa a otros también para motivarnos a pasar tiempo en su presencia. El anhelo de Dios es tener una relación íntima con cada uno de sus hijos. Y cuando nosotros comenzamos a tener el mismo corazón de Dios, entonces también podemos comenzar a sentir ese anhelo. El salmista dice en el Salmo 84:2: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová”. Ese es el anhelo ardiente” que viene de Dios. Y viene porque nosotros lo alimentamos. Su pasión por conocerle se acrecienta cuando tomamos el mejor tiempo para estar con Él.
Cuando estamos en su presencia, toda oración que hagamos, será “eficaz”. Cuando estamos en su presencia entendemos lo que Dios quiere hacer. De Él viene la visión, el discernimiento de los corazones, la revelación de sus planes futuros, la distinción de los tiempos, las maneras en que Dios quiere moverse en nosotros y a través de nosotros.
Dios responde a los justos, porque ellos hacen oraciones eficaces, según la perspectiva de Dios, el tiempo que Él considere necesario para la respuesta, e incluso el tipo de respuesta según su voluntad. Nuestras oraciones eficaces no son para moverle el brazo a Dios, sino para entender cómo Él quiere mover su brazo. Entonces oramos según su corazón, su mente, su tiempo.
Estas oraciones las pueden hacer los justos, es decir, todos los que han sido lavados por la sangre de Cristo, los que han sido regenerados por el Espíritu Santo, los que han sido adoptados hijos de Dios. No son los “buenos” sino los “justos” quienes tienen oraciones eficaces porque el valor de la oración depende de la respuesta divina. ¿Para qué sirve hacer las más sofisticadas oraciones si no tienen respuesta? (A esta pregunta le continúa el por qué no tienen respuesta: Las oraciones “con uno mismo” no están basadas en la obra de Cristo y no son eficaces para Dios). Todo hijo de Dios que ora con fe confiando en la obra de Jesucristo será escuchado siempre por el Padre y recibirá la respuesta según su voluntad.
El ejemplo de Santiago es Elías. ¡Tremendo hombre de Dios! Sin embargo nos dice que era igual que nosotros, las mismas pasiones semejantes a las nuestras. Entonces, si él oró eficazmente, también lo haremos nosotros.
Elías oraba bajo la presencia de Dios. Él sabía lo que Dios quería porque Dios se lo comunicaba. Entonces, ¡¿Cómo el Señor no iba a responder?!
Elías oraba con anhelo y pasión espiritual. Lea las oraciones de este varón en 1 Reyes y descubrirá su deseo ardiente por Dios. Cada oración suya movía el cielo y el infierno. Nada quedaba igual después que él oraba.
Elías oraba con fe. El creía que cada palabra suya en comunicación con Dios era escuchada. Así que podía orar para que llueva o que no llueva, para que resucitara un joven muerto, para que no falte aceite de una viuda, para que Dios haga descender fuego del cielo. Su fe era ilimitada. Todo es posible si le creemos.
Elías oraba esperando el tiempo de Dios. Podía orar para que no lloviera y esperar la siguiente instrucción de Dios. Después de tres años, ¡tres años! Dios le dice que vuelva a orar por lluvia. Se ocultó en una cueva donde dos cuervos lo alimentaban hasta que el arroyo del cual bebía se secó. Luego escucha otra vez a Dios dándole otra instrucción. Eran oraciones concomitantes a la obediencia. Dios siempre responde a estas oraciones.
Elías oraba para que Dios siempre sea glorificado. Él nunca se atribuyó ninguna gloria, ningún beneficio, ningún premio para sí. Siempre llevó al pueblo a escuchar a Dios y adorarlo a Él.
Tú eres también un hombre de Dios que está siendo formado para ser su instrumento en este tiempo. Tus oraciones serán respondidas por Dios, a su tiempo y forma. Solo confía y actúa escuchándolo a Él. Pasa tiempo con Dios y verás que ese anhelo crece, ese deseo de estar en su presencia serás el deleite más sublime en tu vida.
Pablo Giovanini
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“¡Escoge la vida!”
Cuando Jesús murió en la cruz, había también dos ladrones a ambos lados que eran crucificados por sus propios delitos. Ellos sabían que Jesús estaba siendo sentenciado a muerte injustamente. ¡El mismo Mesías estaba muriendo en lugar del pecador para darle vida eterna! El mensaje era evidente, a tal punto que Jesús no tuvo que predicarles con palabras a sus acompañantes. Él no hizo ningún llamado, pero hubo dos respuestas, dos decisiones frente a su obra en la cruz.
El ladrón arrepentido reconoció a Jesús como Mesías y Rey. Le pidió que se acordara de él en su reino. Jesús simplemente pronuncia que ese mismo día estaría con Él en su reino. Alcanzó salvación por reconocer que era pecador, que Cristo era el Salvador y poner su confianza en Él.
El ladrón del otro lado tuvo la misma oportunidad. Pero decidió ser burlón, necio, orgulloso, creer que tenía la razón en sus argumentos, y al fin rechazó la salvación de Cristo. El Señor no le respondió al ladrón burlador, porque con sus mismos dichos ya se había condenado a sí mismo.
¿Puedes sentir la tristeza de Jesús al saber que le estaba dando la última oportunidad para ser salvo, en el último segundo de su vida, y este ladrón insensato toma la decisión del rechazo? Esta historia nos parece lejana a nuestra realidad, pero cuando alguien que le hemos predicado el evangelio muere y no estamos seguros si este se hubiera arrepentido en el último minuto de sui vida, empezamos a sentir lo que sintió Jesús. Pero recuerda, Jesús no obligó a nadie a creer, él lo deja a la libre elección de cada persona.
¡Libre albedrío! Qué fuerte es el libre albedrío. Dios lo creó en el hombre como parte de su imagen y semejanza. El Creador puso las reglas del uso del libre albedrío, y además, Él se sujeta a sí mismo a lo que ya estipuló. Dios dijo y sigue diciendo “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). ¡Escoge! ¡Escoge la vida!
Dios no obliga a nadie, no le tuerce el brazo al pecador, no nos trata como a robots. Él espera nuestra decisión. Nos da oportunidades cada día para que escojamos su amor, perdón, restauración, vida eterna. “¡Escoge la vida!”, sigue proponiéndonos hoy. En medio de las densas tinieblas, en medio de los más crueles pecados, en el punto máximo de rebeldía, Dios sigue susurrando “¡escoge la vida!”. Envía mensajeros, sus portavoces, sus hijos que anuncian el evangelio con su mismo corazón, y sigue repitiendo una y otra vez “¡escoge la vida!”. Pero al fin, cada uno es responsable de su propia decisión. Tarde o temprano, habrá solo una última oportunidad. Pero el sentir de Dios es el mismo: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.” (Ezequiel 18:32).
Cuando una persona que ha escuchado muchas veces el mensaje del evangelio muere, Dios ha considerado que a esa persona Él le ha dado suficientes oportunidades para que decida por la vida eterna, o la condenación eterna. Si no fuera así, Dios no permitiría que esa persona muriera, porque tendría tal vez otras oportunidades más. Pero Dios es el único que tiene ese control. Nosotros no.
Nosotros no manejamos los tiempos de las personas, ni siquiera el nuestro. Solo Dios sabe cuál es el último día de cada una de nuestras vidas. Él es Soberano, es Omnisciente y Sabio. Lo que nos resta a nosotros que conocemos la verdad de Dios es predicar el evangelio a toda criatura. No sabemos cuánto tiempo tendremos para hacerlo, tampoco sabemos cuánto tiempo de vida tendrán las personas que nos rodean. Nosotros seguiremos transmitiendo el corazón de Dios a cada persona diciéndoles “¡escoge la vida!” hasta que solo Él diga cuándo es la última oportunidad.
Pablo Giovanini
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La regla de oro siempre efectiva
Lucas 6:31 dice: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” Este mandamiento de Jesús ha sido denominado “la regla de oro”. Es el primer gran principio para mantener relaciones sanas.
Es un principio de autoevaluación. Jesús dice esta frase a personas que se aman a sí mismos, que se respetan, que se valoran. Por supuesto que no le está diciendo a alguien que tiene pensamientos distorsionados con respecto a sí mismo (aunque a un masoquista le guste sufrir, ¡no debería hacer sufrir a los demás!) ¿Cuánto tú te valoras? ¿Sabes cuán importante eres para Dios? Cuando un cristiano reconoce el alto valor que tiene por haber sido comprado a precio de la sangre de Cristo, no quiere destruirse, no quiere dañarse, ni lastimarse, ni tampoco despreciarse. Desde esta posición debemos desear lo mejor de Dios para nosotros, anhelar que los demás nos traten con respeto, con valor, con amor y estima. Entonces debemos tratar a los demás de la misma manera.
Es un principio proactivo. Ha habido otros pensamientos y frases célebres similares, como por ejemplo “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero esta frase es pasiva, porque dice “no hagas”. Esta manera de pensar nos aquieta, nos paraliza y solo podríamos reaccionar ante una buena acción de otro hacia nosotros. Pero lo que dice Jesús es distinto: Hay que tomar la iniciativa. “¡Así haced!” dice el Señor. No es un principio negativo en donde solo pensaríamos en qué es lo que no debo hacer, sino más bien es positivo, porque me ayuda a pensar en qué es lo que debo hacer.
Es un principio práctico. Jesús no decía filosofías huecas para simplemente registrarlas en algún libro (De hecho, Jesús nunca escribió ningún libro, fueron otros que escribieron lo que Él dijo). Jesús desea que sus dichos y palabras se pongan en práctica en nuestras vidas. El que aplica lo que Él dijo, será semejante a un hombre que edificó su casa sobre la roca. Pueden venir inundaciones, terremotos, huracanes, pero si el fundamento es Cristo y su Palabra, ese hogar permanecerá para siempre.
¿Cómo tratas a tu esposa? ¿Como te gustaría que te trataran a ti? Alguien dijo con verdad: “Si usted quiere que lo traten como a un rey, antes debe tratar a su esposa como una reina”. ¿Cómo reconoces el alto valor que tiene tu cónyuge? ¿Cómo expresas tu amor, cuidado, protección y sentido de seguridad? ¿Con delicadeza, respeto, comprensión, alta estima? Todo lo que des de valor se te devolverá con el mismo valor, tarde o temprano. Por supuesto que un corazón lleno del amor de Dios no lo hace por recibir recompensa, sino porque ha entendido el significado de ser un líder siervo.
¿Cómo tratas a tus hijos? El ser padres no nos da derecho de tratar a nuestros hijos como se nos dé la gana. Ellos merecen respeto, honra, amor, valoración, estima, porque son hijos de Dios. La Biblia tiene muchos pasajes donde nos enseña las maneras de educar y formar a nuestros hijos. También rendiremos cuentas ante Dios por cómo los hemos criado.
¿Cómo tratas a tus compañeros de trabajo y a sus superiores? Dios te ha dado el trabajo que ahora tienes, y debes administrar todo con sabiduría y conciencia de hacerlo como para Dios. ¡Tal vez en poco tiempo seas tú el jefe y ellos deberán respetarte por tu carácter excelente en Cristo y no a través de gritos e imposiciones! Tus compañeros, colegas, ayudantes, colaboradores, deben ser tratados con respeto, estima, empatía, consideración, aun cuando tú debes corregirlos por algo que no hayan hecho bien si esa era tu responsabilidad.
¿Cómo tratas a tus hermanos en el Cuerpo de Cristo? Un día, todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, y allí vamos a pasar toda la eternidad juntos. Las relaciones fraternales que estamos construyendo hoy durarán para siempre. Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
Eres un hombre de Dios, un discípulo genuino de Cristo. Permítete que otros vean la enseñanza de Jesús en tu conducta. Te sorprenderás al ver los cambios en las personas más difíciles cuando apliques cada día la regla de oro.
Pablo Giovanini
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“Líbrame de los hombres mundanos”
Salmo 17:13b-15 dice: “Libra mi alma de los malos con tu espada, de los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.”
Esta es una oración de David pidiendo protección contra los hombres malos, los que siguen la corriente del sistema del mundo. En este salmo, el autor los describe como “hombres mundanos” y le pide a Dios que lo libre de ellos.
Un “hombre mundano” es alguien que ha puesto a la filosofía del mundo como designio para su vida. Un hombre mundano evidentemente ama al mundo, está conformado al mundo, vive para ganarse la popularidad del mundo, las ambiciones del éxito del mundo, el placer y riquezas aunque las consiga por medios dudosos.
El hombre mundano obtiene “su porción en esta vida”. No piensa en la eternidad. Sus objetivos son temporales, su propósito es egoísta y todo lo que desea alcanzar debe estar aquí y ahora.
Aparentemente, al hombre mundano las cosas le van bien. Sus “vientres están llenos”, incluso también “sobra para sus pequeñuelos”. Sus necesidades están satisfechas y parece tener todo controlado. Se ve que a su familia no les falta nada y el futuro suena prometedor… Por lo menos, eso parece hoy, a los ojos de otros mundanos.
Pero David hace una pausa y declara: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.” En esta afirmación, está poniendo toda su esperanza en Dios. Está mirando hacia la eternidad, cuando lo vea cara a cara y todo estará muy claro para él, todo se entenderá según sus propósitos. Sabe que aquí y ahora hay muchas cosas que son superficiales, pasajeras, corruptibles, pero sembrar para la eternidad es imperecedero.
Además, el salmista descansa en la justicia de Dios, porque a los que hoy parece que les va bien, mañana tendrán que enfrentarse con Dios y responder por las maneras que obtuvieron sus beneficios, placeres, riquezas, fama y poder. Dios sigue sentado en su trono y eso significa que tiene el control de todo.
Nuestra oración debe estar unida a la de David: “¡Líbrame… de los hombres mundanos!”. ¡Líbrame de pensar como ellos! ¡Líbrame de actuar como ellos! ¡Líbrame de hacer alianzas con ellos para seguir sus caminos!
Dios dijo en Jeremías 17:19: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Dios nos libra de seguir el camino de los hombres mundanos para poder guiarlos a ellos a la santidad y temor de Dios. Somos los canales que Dios quiere usar para convertirlos en hijos de Dios.
Dios nos llama a ser hombres santificados. Hombres que se someten a la guía del Espíritu Santo, que reconocen su voz y la obedecen. Que pueden mirar a los hombres mundanos con la mirada de Jesús: Ellos viven bajo el maligno, esclavos del pecado, no tienen salvación, necesitan la gracia de Dios.
Dios nos ha llamado a ser luz y guía para los “hombres mundanos”, pero jamás lo seremos siendo mundanos. Debemos marcar una diferencia con la santidad, entonces ellos la verán y anhelarán la vida extraordinaria que nos da Jesucristo.
Hombre de Dios, Él te llama a ser un ejemplo de la maravillosa vida cristiana guiada por el Espíritu. Mira hacia arriba, donde Cristo está sentado en su trono reinando con justicia. Aprópiate del corazón de Cristo porque sigue latiendo por los perdidos diciendo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Dios te dio el mensaje, Dios te dio la nueva vida, Dios te dio el poder para ser testigo. Resplandece como hombre santificado y sé un testigo de la vida abundante de Cristo.
Pablo Giovanini
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Amor inalterable
Efesios 6:24 dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable.”
Parece que a los hombres hispanos no nos cabe la palabra amor. Antes de conocer a Cristo, cualquier hombre hispano ha vivido en el contexto de machismo donde en la mayoría de los casos no hemos aprendido a decir “te amo”. ¡Cuesta decírselo hasta a su esposa y a sus hijos!
Pero cuando Cristo tomó el control de nuestras vidas, todo empezó a cambiar. Ahora, un hombre de Dios sabe amar porque Él ha puesto su amor en su corazón. Y debemos comenzar a expresarlo a nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros padres, y también a Dios. Un hombre de Dios ahora sabe decir “te amo” sin avergonzarse, porque sabe que el verdadero hombre ama imitando a Cristo.
Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Jesús lo expresó verbalmente a sus discípulos, pero también en tus tiempos de oración privada con Cristo podrás escuchar que Él mismo te sigue diciendo “te amo”. Es que el amor de Dios no cambia, no se reprime ni siquiera cuando nosotros no le amamos, porque Dios es amor en esencia y sigue amando a pesar de nosotros. Ese mismo amor, Dios lo ha derramado en nosotros (Romanos 5:5). Entonces, si el amor de Dios es inalterable y Él ha puesto ese amor, entonces nosotros también tendremos amor inalterable.
Inalterable (en griego es “afthartós”) significa que no se corrompe, que no cambia por las circunstancias, que no puede destruirse. Dios nos ha dado de su gracia para que le amemos primero a Él de manera inalterable.
Dios nos enseñó que debemos amar a otros de manera incondicional. Si tenemos el verdadero amor de Dios entonces no estará sujeto a condiciones. No puedes decir “te amo pero…”, “te mano si…”, “te amo siempre y cuando tú…”, “te amo si tú me amas”. Dios nunca ha sido así con nosotros. El permanece fiel aunque nosotros fuéramos infieles (1 Timoteo 2:13). Si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amar de esa forma.
También debemos amar de manera proactiva. El hombre de Dios no espera que los demás lo amen para amar. No, él toma la iniciativa. Cuando ha sido ofendido, él mismo va a arreglar cuentas con el ofensor. En palabras de Jesús, “deja la ofrenda” y va a “arreglar cuentas con su hermano” (Mateo 5:24). Cuando hay conflictos, problemas interpersonales o mala comunicación, toma la enseñanza de Jesús y es bienaventurado por ser un pacificador.
Y además nuestro amor debe ser abnegado. Dar sin esperar nada a cambio. No puedo amar esperando que la otra persona me retribuya amor, no puedo hacer misericordia en forma de transacción para que el día de mañana la otra persona tenga misericordia conmigo. ¡Por supuesto que siempre se cumple la regla de oro!, pero mis intenciones no deben ser dar para recibir. Es dar sin esperar recompensa.
Un hombre de Dios debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Un hombre de Dios debe amar a sus hijos como Dios ama a sus hijos. Un hombre de Dios debe amar a los enemigos, porque Dios nos amó cuando nosotros todavía éramos enemigos y nos dio salvación.
El consejo divino del apóstol amado en 1 Juan 4:7-8 es: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Somos hombres de Dios que le conocemos y anhelamos conocerle más cada día. Y hoy tendremos la posibilidad de poner en práctica lo que Dios ya nos ha dicho. Observa las posibilidades que tienes de amar en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela, en tu iglesia, en cualquier ámbito. Solo pídele al Espíritu Santo que produzca el primer fruto en tu carácter: Amor. Después veras que detrás de este vendrán los otros: gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe mansedumbre, templanza…
Pablo Giovanini
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Persuadidos de lo mejor
Hebreos 6:9 dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.”
Una diferencia notable entre las personas que progresan en la vida de las que simplemente sobreviven es que las primeras buscan siempre lo mejor. No se conforman solo con lo bueno, van más allá del promedio, rompen la barrera de la mediocridad.
Tú y yo somos llamados por Dios a anhelar y buscar la excelencia. Él siempre tiene mucho más para nosotros, pero quiere ver nuestra búsqueda de lo mejor.
Para buscar a Dios primero debo buscarlo de la mejor manera. Dios le dijo a Jeremías que lo encontraríamos porque lo buscaríamos de todo corazón. Así que podemos hallar a Dios si lo buscamos con anhelo, pasión, perseverancia, compromiso. Él siempre está listo para relacionarse con nosotros.
Ahora, no es cuestión de aprenderse de memoria un método para tener éxito o una serie de pasos para triunfar en la vida. Tampoco es hacerlo porque otro nos presiona, o porque a otros le da resultados y no queremos quedarnos atrás. No. Según el versículo de Hebreos que acabamos de leer, la clave está en “estar persuadido”.
Según el diccionario, persuadir significa: “Conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado.” Para nosotros, la Palabra de Dios es suficiente argumento y razón para creer que Dios tiene lo mejor para nuestras vidas. Su palabra es quien nos persuade a entender que hay cosas mejores para nosotros.
Estudia los siguientes versículos y permite que la Palabra te persuada a buscar siempre lo mejor:
Proverbios 8:11: “Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas”.
Lc. 15:22: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.”
1 Co. 12:32: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.”
Heb. 7:22: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto.”
Heb. 12:24: “A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Heb. 10:34: “Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos”
Heb. 11:16: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.”
Heb. 11:35: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.”
Heb. 11:40: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.”
1 Tim. 6:2: “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio.”
Fil. 1:10: “Para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo”
¿No crees que hay suficiente base para tomar conciencia de que debemos buscar siempre lo mejor de Dios para nosotros?
Te hago una pregunta clave: ¿Eres capaz de esperar para obtener lo mejor, o prefieres recibir algo bueno ahora mismo? Si no puedes controlar tus deseos de lo inmediato con el fin de esperar algo superior más adelante, si te conformas con lo primero que puedes obtener a costa de perder algo excelente, no estás preparado para lo mejor. Seguirás siendo conformista. El cambio debe venir de tu manera de pensar.
Observa la vida del apóstol Pablo. Recorrió toda Asia predicando el evangelio, pero él quería llegar a Roma para establecer un centro de operaciones en la ciudad capital. Incluso desde allí quería ir a evangelizar España. Podría haberse evitado el arresto y maltratos en Jerusalén, pero él lo prefirió para llegar a Roma. Esa era su meta para que el propósito de Dios se cumpla en su vida. Pablo nunca fue conformista, siempre buscó lo mejor de Dios para su vida y la de los que amaba.
Mira la tentación de Satanás a Cristo: “Todos los reinos del mundo te daré si postrado me adoras”. Era un camino fácil para ser el rey del universo. Parecía muy buena la propuesta, no debía morir en la cruz, no había que sufrir ni tener que demostrar su resurrección, pero era una tentación diabólica, si la aceptaba estaría siempre bajo el dominio del diablo. Era un atajo opuesto al plan de Dios. Cristo lo rechazó. Él buscaba la perfección. La obra de Cristo fue perfecta, su vida fue perfecta, su sacrificio fue perfecto, la salvación es perfecta.
No te conformes con poco, no te conformes con lo instantáneo, no te conformes con la bagatela, busca la excelencia. Haz como el hombre que después de haber buscado toda su vida las buenas perlas, encontró la mejor, vendió todo lo que tenía y la obtuvo. Si tienes a Cristo y sus maravillosas promesas no puedes buscar menos que la excelencia.
Pablo Giovanini
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Somos lo que pensamos
Proverbios 23:7 dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.”
El contenido de tus pensamientos muestran la forma de tu manera de pensar. Cuando yo era niño, a mi tía le salían todos los pasteles de la misma forma, siempre con los bordes ondulados, porque solo tenía un molde para cocinar. ¡Era fácil saber cuál era el pastel que había hecho ella! Así también es con la manera de pensar: Tus pensamientos la evidencian.
Si tienes pensamientos santos, entonces tu manera de pensar es santa. Si todo el día te la pasas pensando en sexo, en venganzas, en mentiras, en violencia, en orgullo… entonces tu manera de pensar sigue siendo carnal. Tus pensamientos dicen lo que tú eres. Evalúate: ¿Qué piensas durante todo el día?
Desde que decidimos ser hijos de Dios, nuestra mente debe estar sometida al Espíritu Santo para que Él produzca diariamente una renovación. Pero el Espíritu Santo trabaja en cooperación con nosotros: Debemos diariamente someter nuestra mente al control del Espíritu. Él comenzará filtrando nuestros pensamientos. Cuando vengan pensamientos carnales, inmediatamente debemos rechazarlos y pensar en cosas que nos edifiquen. Cuando vengan pensamientos negativos, debemos recordar las promesas de Dios para nuestra vida y pensar con fe y esperanza.
Debemos querer cambiar para que realmente cambiemos. Para querer cambiar debemos tener un modelo a seguir, una meta: ¿Qué tipo de mente deseamos tener? ¿Cómo es la mente de Cristo?
Observemos el modelo que nos aconseja el apóstol Pablo en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
a. Lo verdadero. No hay lugar en nuestra mente para concebir mentiras, ni siquiera medias verdades. Si tú eres capaz de pensarlas, entonces de seguro las dirás tarde o temprano. Pero una mente verdadera controla la lengua para decir lo verdadero. El Espíritu te recordará que toda mentira sale a luz y las consecuencias siempre son peores cuando la otra persona se entera de que cuando uno mismo las reconoce y pide perdón.
b. Lo honesto. “Lo respetable”. Pensar de manera que merezca respeto. No hay lugar para pequeños engaños. Un cristiano con una mente sometida al Espíritu es transparente. Lo que se ve es lo que hay. No podemos tomar tiempo en pensar en salidas engañosas a los problemas, en alternativas o atajos que Dios no aprueba.
c. Lo justo. Pensar siempre en dar justicia a quien lo merece. Si tu empleador te paga por tus horas de trabajo, no puedes pensar en cómo otro puede marcar tarjeta por ti mientas estás descansando. No es justo. De hecho, es pecado. El Espíritu Santo te guiará a pensar en lo que es justo no solo para ti, sino para tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus amigos, tu jefe y hasta los desconocidos.
d. Lo puro. Lo contrario es impureza, y la Biblia lo amplía con vocablos como lujuria, lascivia, fornicación, adulterio, malas intenciones, doble sentido. Una mente pura puede pensar en el sexo dentro del matrimonio de una manera pura y santa.
e. Lo amable. No hay lugar para manifestaciones violentas de ningún tipo. Aun nuestras palabras deben estar controladas para responder con amabilidad, y tener actitudes de cortesía con el prójimo. El Espíritu Santo nos transforma el carácter y la conducta.
f. Lo que es de buen nombre. “De buena reputación”. Que nuestra manera de pensar sea atractiva. No podemos pensar en cosas que son mal vistas a los ojos de Dios y de las personas. Dios nos guiará para pensar, hablar y vivir con gracia.
g. Virtud. Excelencia moral. No buscar menos que la excelencia. Dios se merece lo mejor de nosotros y nuestra entrega comienza dándole a Dios nuestra mente. Piensa en todo lo que produce crecimiento espiritual, mayor fe, mejor servicio, mejor reputación.
h. Digno de alabanza. Que nuestra mente glorifique a Dios durante todo el día. Que nuestros pensamientos traigan alabanza sin cesar a Dios.
Que esta semana tu reto sea ajustar tu mente a este modelo a seguir. Evalúate cada día para ver cómo estás pensando.
Romanos 8:5 nos dice cuál será el resultado: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”.
Pablo Giovanini
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Dios, mi celular, y yo.
A partir del lanzamiento de los teléfonos celulares inteligentes, parece que nuestras vidas giraran en torno a ellos. Todo lo tenemos centralizado en nuestro pequeño aparato. Lo que antes escribíamos anotando en un cuaderno para no olvidarnos lo que íbamos a hacer en el día, ahora lo ponemos en el celular. Los calendarios de papel están siendo remplazados por los tecnológicos. Tampoco necesitamos leer nuestros e-mails en la computadora (A propósito, también la computadora de casa parece tener menos trabajo). La alarma para despertarnos, toda la música que nos gusta, los libros, la Biblia, la temperatura, ¡todo está en nuestro celular!
Tu celular puede ser un medio de bendición o una herramienta de perdición, depende de cómo lo uses y con qué propósito. Medita en las siguientes preguntas:
¿Quién controla a quién? ¿Tu celular te controla a ti o tú controlas tu celular? Tú tienes la última palabra para tomar una llamada o no, abrir una página de internet o no, textear en el momento oportuno o recibir un ticket de la policía, leer una noticia que llega en un momento de conversación importante… Tú eres el que debe controlar tu celular, manejarlo correctamente y en el momento oportuno.
¿Cuánto tiempo inviertes en el uso de tu celular? ¿Cómo manejas tu tiempo? ¿Te da la sensación de que el uso del celular te hace perder el tiempo? Tu tiempo es valioso. Recuerda que el propósito de que tengas celular es para ayudarte a ahorrar tiempo en las comunicaciones (¡Para eso se supone que vienen cada vez más rápidos!). Si te pasas horas con tu celular y no puedes dedicar tiempo para Dios, para tu familia, para tus hermanos y amigos, entonces estás perdiendo tu valioso tiempo.
¿Qué apps tienes instalados? ¿Qué ves en internet? ¿Puedes ver películas o programas de TV? Estas preguntas están relacionadas con el contenido. Tú sabes muy bien qué edifica y qué no. Todos debemos saber seleccionar. Es tu decisión entre la vida y la muerte espiritual. La pornografía está al alcance de cualquiera, por eso necesitamos vivir conectados con el Espíritu Santo para no ceder ante las tentaciones que aparecen constantemente. No abras la puerta a Satanás en sitios que promueven el sexo, la violencia, el terror paranormal, y cualquier mensaje que se opone al evangelio.
¿Estás enganchado a las redes sociales? ¿Con qué propósito? ¿Con quiénes estableces relaciones? Por si a alguien le interesa, yo no soy amigo de las redes sociales, no tengo ninguna cuenta en ellas. Pero, algunos dicen que las usan para evangelizar, predicar y aconsejar. Otros con ese mismo pretexto están encontrándose con ex novias, mujeres de extrañas intenciones, compañías que no están muy claras. ¡Cuidado con las redes sociales! Algunos se desviaron del camino del Señor por contactar personas que fueron usadas por Satanás para desviarlos, ¡incluso durante un servicio!
¿Cualquier persona podría ver tu celular sin problemas? ¿Tu esposa puede saber tus passwords? ¿Hay algo oculto que solo tú (¡y Dios!) sabes? Puedes perder tu celular pero no tu testimonio. Debes ser irreprensible en todo tiempo, que nadie tenga nada malo que decir de ti (al menos con la verdad) ni sospechar de ti.
Toma el consejo del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:12: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.”
Revisa tu celular y pregúntate: ¿Hay algo que no glorifica a Dios? ¿Hay algo que no me edifica? ¿Hay algo que no edificaría a otra persona que encontrara mi celular?
Pablo Giovanini
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¿Con qué motivación hacemos las cosas?
Los hispanos estamos acostumbrados a que nos reten para hacer las cosas, acostumbrados a que nos digan lo que hay que hacer siempre, acostumbrados a movernos solo cuando hace falta. Hemos sido enseñados a movilizarnos a través de la motivación negativa del miedo. Si lo hacemos bien, tendremos a todos contentos; si lo hacemos mal, recibiremos el castigo de todos. Y parece que siempre actuamos por temor a alguien, por miedo a ser despreciados, miedo a ser intimidados, miedo a que no nos amen y acepten como somos, miedo a ser maltratados y abusados.
Pero Cristo nos ha mostrado una nueva forma de hacer las cosas: por amor. Él mismo dio el ejemplo ofreciéndose en la cruz para morir por nuestros pecados, por amor. Dios el Padre lo envió al mundo, por amor. Y nos salvó gratuitamente por su gracia, porque quiso amarnos a pesar de lo que habíamos sido… y de lo que seguiremos siendo…
Ahora Dios ha puesto su amor en nosotros, para que como Él nos amó, nosotros también amemos. Amemos a Dios, amemos al prójimo, y nos amemos unos a otros con el amor de Dios.
También a la hora de las acciones, Dios quiere que obremos por amor. Ya no más por miedo o temor. El amor debe ser nuestra motivación. Por eso ya no es cuestión de que nos movamos por recompensas o castigos, eso era en tiempo de la ley. Ahora en la gracia de Cristo, Su amor es el que debe movilizarnos.
Este amor divino que hemos recibido debe permanecer puro, sin contaminaciones, sin alteraciones, sin mezclas. El apóstol Pablo le dice a su joven ministro: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”. (1 Timoteo 1:5)
El verdadero amor de Dios proviene de tres canales que deben estar siempre limpios:
a. Corazón limpio: Si el corazón está sucio, el amor se corrompe. Si el corazón está adulterado, nuestras acciones van a estar adulteradas. Hay muchas situaciones diarias que intentan corromper y ensuciar nuestro corazón: El chisme, las malas conversaciones, la sensualidad, las mentiras, el engaño, y una lista interminable que todos conocemos. Así como todos los días tenemos que sacar la basura de nuestras casas, así también debemos sacar la basura de nuestros corazones diariamente. Más de un día, la basura comienza a dar mal olor. Necesitamos una limpieza espiritual profunda para que nuestro corazón siempre se mantenga limpio.
b. Buena conciencia: El Espíritu Santo siempre nos dice la verdad y nos guía a proceder en santidad. Pero no siempre tomamos las mejores decisiones, Por supuesto, no es por responsabilidad del Espíritu sino nuestra, porque Él trabaja con nuestra conciencia. Así que el problema es nuestra conciencia. ¿Quién la ha formado? ¿Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros líderes de la iglesia, nuestros amigos, la universidad… o la Palabra de Dios? Ella es la que debe formar nuestra conciencia para saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo que agrada a Dios y lo que le desagrada. Cuando nuestra conciencia es buena, vamos a madurar más rápido y podremos alcanzar asuntos espirituales más profundos (Hebreos 5:14).
c. Fe no fingida: Si vamos a creer, debemos hacerlo sin hipocresía. No estamos para demostrar cuán espirituales somos por la fe que tenemos. La fe es para depender del Espíritu Santo y movernos en obediencia cuando Él nos indique. Si la fe es pura y limpia, entonces, todo lo que pidamos con fe en su nombre, Él lo hará.
Es bueno poder detenernos y evaluar cuál es la verdadera motivación por la cual hacemos las cosas. Si es por amor, debe provenir de un corazón limpio, una conciencia buena y una fe no fingida. Estas tres áreas deben ser evidentes en nuestra vida, y los que nos rodean serán los primeros en darse cuenta, porque “lo que ven, es lo que hay”.
Pablo Giovanini
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¿Prudente o miedoso?
No es lo mismo ser prudente que miedoso. Una persona prudente es aquella que piensa sobre los riesgos que implican sus decisiones, adapta o cambia la conducta para no recibir consecuencias negativas innecesarias; es el que pone cuidado, moderación o sensatez para evitarse perjuicios en su contra.
Pero el miedoso es una persona que siente angustia por un problema, riesgo o peligro, sea real o imaginario; es la persona que tiene un sentimiento de desconfianza que lo lleva a creer que le va a pasar lo malo, que va a fracasar, que recibirá las consecuencias negativas.
Un prudente piensa, reflexiona acerca de los posibles riesgos, y traza un plan para evitar las cosas malas. Un miedoso siente o cree que le va a ir mal; cuando ve los riesgos y las posibilidades no actúa porque siente o cree que todo saldrá mal.
La Biblia habla de las dos posiciones. Siempre nos exhorta a no tener miedo, pero a ser prudente en todo. Observe los siguientes versículos:
Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Proverbios 2:1-6: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.”
El temeroso pone la mirada en las circunstancias y cree… cree que le irá mal, y siente que recibirá todas las consecuencias negativas.
El prudente calcula los gastos, observa dónde están los males, corrige lo torcido, endereza el rumbo, cubre los posibles riesgos, y cree… cree que Dios guiará sus pasos porque en Él está confiando, y ¡toma la decisión en fe!
El miedoso no toma decisiones porque cree o siente que nunca le irá bien. Así que está parado, estancado, petrificado, inamovible. Nunca sabrá si ese plan hubiera funcionado porque nunca tomó la decisión. Nunca sabrá si ese negocio hubiera sido un éxito porque nunca arriesgó. Nunca sabrá si Dios lo hubiera usado con ese ministerio porque nunca emprendió el viaje.
La prudencia nos hace reflexionar para bien, para perfeccionar el plan, para evitar errores innecesarios, para seguir avanzando dándole lo mejor a Dios. El temor nos detiene, nos paraliza y nos trunca la oportunidad de darle la gloria a Dios con nuestras decisiones.
Tampoco creamos que cuando alguien dice “yo no tengo miedo” significa que es prudente. Hay muchos que se arriesgan a cometer locuras que Dios nunca les dijo que hicieran y terminan mal. Por eso, para glorificar a Dios, la valentía debe ir acompañada de la prudencia. Pero también, como alguien una vez dijo, nunca el temor debe disfrazarse de prudencia.
Tampoco es lo mismo ser “creyente” que ser “crédulo”. El creyente que confía en Dios es prudente; pero un crédulo es simplemente ingenuo, simple, no ve los peligros y no corrige su rumbo. Dios quiere hijos valientes, no temerosos; pero también los quiere prudentes, no simples.
Dios ha prometido estar con nosotros siempre. Esta promesa nos da la valentía que necesitamos para hacer su obra. Cuando buscamos el rostro de Dios, tener su mente y corazón, actuar como Él lo haría, entonces nuestros miedos se van y Dios nos llena de seguridad. Sal. 34:4: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me a libró de todos mis temores.”
Hombre de Dios, sé prudente y mira bien tus pasos, pero no dejes nunca que el temor te paralice. Dios está contigo donde quieras que vayas y serás un instrumento para su gloria si después de haber dado lugar a la prudencia actúas en fe confiando en lo que Dios hará.
Pablo Giovanini
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Con una nueva mirada
Muchas veces vemos lo que queremos ver. Otras veces no vemos lo que debemos ver. Y por supuesto, también no vemos lo que no queremos ver. Parece que vemos más con la mente que con los ojos. Nuestras pupilas captan lo que está pasando pero nuestra mente se niega a aceptar la realidad.
Esto también pasa con nuestra visión espiritual. Cuando estamos frente a una disyuntiva, un dilema, tenemos dos opciones para decidir, una está respaldada por lo que dice la Biblia, la otra por lo que más nos gusta. Si nos hemos sometido al Espíritu Santo, Él mismo nos recordará la Palabra, y si somos sensibles a su voz, tomaremos la decisión correcta respaldada por la Biblia. Pero no siempre actuamos así. Cuando nuestros deseos se hacen fuertes en nuestra mente empieza una lucha interior entre lo que debo hacer y lo que me gustaría hacer. Ahí es cuando la lucha se hace larga.
Dentro de nosotros, la “carne”, también llamada la “concupiscencia”, o deseos de nuestra vieja naturaleza que estaba habituada al pecado, sigue allí, parece muerta pero está latente, queriendo despertar y tomar el control de nuestro corazón. Si le damos lugar, entonces nuestra lucha será fuerte, larga y penosa. Si la “carne” empieza a tomar el control de nuestra manera de pensar, hasta llegaremos a justificar nuestros deseos contrarios a la voluntad de Dios. Le pasó a Lot.
Abraham había hablado con Lot, su sobrino, porque sus ganados eran demasiado grandes para convivir juntos, y sus pastores empezaban a pelearse. Fueron hasta un monte alto para tomar una decisión: Si uno iba al norte, el otro iría al sur; si uno al este, el otro al oeste.
Abraham, quien era la persona espiritual que escuchaba a Dios antes de tomar una decisión, le dio la oportunidad a Lot de escoger primero a dónde se iría. Observe cómo vio Lot la tierra. Dice en Génesis 13:10-11: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.”
Lot miró las cosas con una visión carnal, según sus propios deseos. La mejor tierra estaba justo en la pecaminosa ciudad de Sodoma. No era un lugar para vivir para un hijo de Dios. Sin embargo, él se escuchó a sí mismo y hasta la vio “como el huerto de Jehová”. ¡Si hasta le parecía que era el mismo Edén! ¡Cómo no estaría Dios ahí si se veía espectacular! Lot no necesitaba orar, él ya había elegido lo que sus ojos querían ver, lo mejor para su gusto personal. ¿Para qué orar? Si Lot hubiera sido latino habría dicho: “¡Dios sabe!”.
Lot terminó muy mal en Sodoma. Cada día iba corriendo sus tiendas hasta que entró en la misma ciudad y se integró a esa comunidad. Pero unos ángeles vinieron a avisarle que Dios destruiría la ciudad entregada al pecado, y si quería salvar su vida y la de su familia solo le quedaba escapar sin tomar nada para sí. Lamentablemente, Lot perdió todo: su casa, sus posesiones, sus amistades, sus yernos, su posición social, y hasta su esposa, convertida en estatua de sal. Es el triste fin de una persona que se deja guiar por sus propios deseos justificándolos con que “Dios lo había provisto”…
Pero no fue así con Abraham. Observe la enorme diferencia según el pasaje de Génesis 13:14-15: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Abraham esperó hasta que Lot decidiera y se fuera. Luego escuchó a Dios que Él mismo le dijo: “Alza ahora tus ojos”.
La visión de Abraham no fue carnal, porque escuchó a Dios que le dijo que ahora sí podía ver lo que Él veía: Toda la tierra iba a ser suya. El padre de la fe tuvo una visión espiritual dada directamente por Dios. Así fue como nunca desesperó y esperó el cumplimiento de la promesa, aunque esta se tardara años en llegar. Abraham estaba aprendiendo a no depender de su propia visión carnal, de sus propios gustos, de ver las cosas con la mente de la vieja naturaleza. Ahora estaba escuchando a Dios y viendo lo que Él quería que viera.
¿Qué visión tenemos de las cosas? ¿Cómo la de Lot, que nos parece que es de Dios, que es la mejor, aunque haya asuntos que espiritualmente no nos cierran o nos intranquilizan? Cuando Dios nos muestra lo que Él tiene para nosotros, habrá paz, respaldo de su palabra, convicción del Espíritu Santo, y hasta apoyo de consejeros maduros y espirituales.
Todos los días tenemos la decisión en nuestras manos: Guiarnos por nuestra visión carnal controlada por nuestros deseos, o una visión de Dios acerca de lo que Él tiene para nosotros respaldados por su palabra. Puedes ser un ejemplo de fe a tu familia como Abraham, o perderlo todo como Lot. Dependerá de cómo quieras ver las cosas.
¡Danos Señor tus ojos para ver como tú ves, tu mente para pensar como tú piensas, tu corazón para entender lo que tú ves, y la valentía para decidir siempre hacer tu voluntad!
Pablo Giovanini
"El gozo más grande"
Tenemos un Padre maravilloso que nos bendice de tantas maneras que nos sobran los motivos para darle gracias y gozarnos con lo que hace. Dios ha sido fiel y misericordioso con todos nosotros. Hago un repaso en mi mente de la obra de Dios en cada uno de ustedes y la verdad es que me llena de alegría ver cómo se ha movido en sus vidas.
Cuando Jesús estuvo los tres años y medio llevando a cabo su ministerio en la tierra, convocó a muchas personas para que sean sus discípulos, sus seguidores. Con ellos compartió tareas y responsabilidades llevando el mensaje del evangelio. En cierta oportunidad convocó a setenta personas definiéndoles tareas específicas y la forma en que debían llevar el mensaje del Reino de Dios a otras ciudades del norte de Israel. Estas personas obedecieron a Jesús en cada detalle y vieron el poder de Dios. ¡Qué gozo sintieron! Experimentaron el poder de Dios en acción. ¡Dios obrando a través de ellos! Observe sus comentarios una vez terminada la tarea.
Lucas 10:17-20: “Volvieron los setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre. Y les dijo: Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo. He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre toda fuerza del enemigo, y nada os dañará. Pero no os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos.”
El Señor quiso llevar a sus discípulos a que supieran la causa por la cual Dios obraba a través de ellos: Sus nombres estaban escritos en los cielos.
Juan 1:12 dice que todos los que recibieron a Cristo en su corazón ahora son hijos de Dios. El día que recibimos a Jesús como Salvador y Señor, hubo regocijo en el cielo, y simbólicamente hablando, fuimos anotados en el “Registro Celestial de las Personas”, se labró un acta de nacimiento y fuimos anotados como hijos de Dios. El Padre Celestial nos inscribió en el libro de la vida.
Dios también le había revelado al apóstol Pablo que todos los hijos de Dios están anotados en el libro de la vida. Él se los dijo a los hermanos de la ciudad de Filipos, recordándoles que ellos ya estaban registrados en ese bendito libro. Por favor, lea Filipenses 4:3. Porque inmediatamente después de recordarles esto, el versículo siguiente expresa la exhortación más recordada por la Iglesia de todos los tiempos: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!”. ¿Cuál es el motivo? ¡Somos hijos de Dios anotados en el libro de la vida!
Algunas de las bendiciones que recibimos por ser hijos de Dios son:
1. Recibimos el amor maravilloso de Dios. 1 Juan 3:1. Hemos recibido un amor que para el mundo es incomprensible. Muchas veces nos preguntamos a nosotros mismos: “¿Qué lo habrá movido a Dios para amarme sabiendo lo pecador que soy?”. La respuesta es que Dios es amor y nos amó desde la eternidad. Romanos 5:8-10 nos dice que si Dios nos amó cuando éramos pecadores ¡cuánto más nos amará ahora que somos hijos! El deseo de Dios es que hoy y siempre disfrutemos su amor maravilloso.
2. Dios nos libró de la condenación eterna. Por la Ley de Dios, todo pecador merecía la muerte y la condenación. Hay pasajes de la Escritura que son muy claros, mencionan que los que no están anotados en el libro de la vida serán lanzados al lago de fuego. Lea Apocalipsis 20:12-15; 13:8; 17:8; 22:19. Ahora que somos hijos de Dios tenemos la total seguridad que somos librados de la condenación gracias al sacrificio de Cristo en la cruz. Juan 5:24 dice: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” ¡Aleluya!
3. Crecemos diariamente en nuestra relación con Dios. Cada día tenemos la oportunidad de descubrir a Dios, conocerlo en profundidad. El Padre bueno sabe dar buenas dádivas a sus hijos que claman a Él. Lea Mateo 7:11. Experimentamos el amor de Dios cuando disponemos nuestro corazón para buscarlo. “Acercaos a Él, y Él se acercará a vosotros”, dice Santiago 4:8. También la Palabra de Dios nos dice que “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayuda a bien” (Romanos 8:28a). El viernes compartíamos Isaías 48:17: “Así ha dicho Jehová, Redentor tuyo, el Santo de Israel: Yo soy Jehová Dios tuyo, que te enseña provechosamente, que te encamina por el camino que debes seguir”. En cada circunstancia de la vida Dios nos enseña algo que será de beneficio para nuestra vida. Nada pasa de gusto para un hijo de Dios. Todo redundará en bendición porque “conforme al propósito de Dios somos llamados” (Romanos 8:28b).
4. Tenemos la esperanza de que en poco tiempo seremos coherederos con Cristo de todas las cosas. Lea Romanos 8:17. Dice que somos “coherederos” con Cristo. Jesús es el Hijo Unigénito de Dios (Juan 3:16) porque solo Él es Dios, igual que el Padre y el Espíritu Santo. Pero Jesús es el Primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8:29) porque Su Herencia la comparte con todos los hijos adoptados de Dios. Por tanto, ¡tú y yo tenemos los mismos derechos legales que Jesús ante Dios! ¡¿No es motivo para regocijarnos?!
También Apocalipsis 21:27 dice que los que están anotados en el libro de la vida entrarán a disfrutar la eternidad de los cielos nuevos y tierra nueva donde está la nueva Jerusalén. Las bendiciones más maravillosas que jamás hubiéramos imaginado Dios las ha creado para que sus hijos las disfruten por la eternidad.
Tenemos la seguridad de que le pertenecemos a Dios porque hemos aceptado el sacrificio de Cristo en la cruz por nosotros. Nos hemos arrepentido de nuestros pecados y hemos puesto nuestra confianza en Jesús para siempre. El que permanece en Él hasta el fin será salvo y su nombre nunca será borrado del libro de la vida. Apocalipsis 3:5 dice: “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”
El mundo, influenciado por Satanás, el dios de este siglo, ciega el entendimiento de la gente para que no sepan todo lo que ha logrado el sacrificio de Cristo en la cruz y su resurrección. Pero tú y yo conocemos la verdad, somos hijos de Dios, anotados en Su libro. Que este regocijo interior pueda manifestarse estos días en cada lugar que estés para que otros lleguen a conocer a Cristo a través de tu testimonio y sus nombres también puedan ser inscritos en el libro de la vida.
Pablo Giovanini
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Preparados para un nuevo comienzo
Estamos en un tiempo de agradecimiento. El hombre de Dios es siempre agradecido con Dios por lo que Él ha hecho y no ha hecho todavía. Sabe que si Dios todavía no contestó alguna petición es porque debe estar trabajando en asuntos necesarios antes de contestar la oración. Los planes de Él son perfectos y se cumplen en Su tiempo correcto.
Este año hemos visto la mano de Dios en nosotros, en nuestra familia, el trabajo, la iglesia, el ministerio, y tantos otros ámbitos que nuestros testimonios de la obra de Dios son incontables. ¡Gracias Señor por tu misericordia y fidelidad!
Es un tiempo de evaluación. No somos perfectos, todavía Dios no ha terminado con nosotros. Eso significa que seguramente hemos cometido algunos (perdón, muchos…) errores. Sin embargo, la sabiduría está en aprender de ellos para no repetirlos. Cuando evaluamos nuestro año podemos tomar conciencia de nuestra necesidad permanente de dirección divina. Sin Cristo estamos perdidos, sin rumbo ni dirección. Pensemos qué debemos entregarle al Señor todavía para seguir siendo perfeccionados: Nuestro carácter, nuestras actitudes, nuestra fe, nuestras decisiones, nuestras metas. Que el próximo año estemos más conectados con el Espíritu Santo, con nuestra iglesia, con las necesidades. Que seamos un instrumento todavía más usado para Su gloria.
Es un tiempo de afirmación. Lo que hemos aprendido este año debemos afirmarlo. Las convicciones que nos han ayudado a crecer debemos afianzarlas. Recordar las promesas que Dios nos dio y que nos han sostenido en los momentos difíciles. La Palabra de Dios debe seguir siendo lumbrera a nuestro camino. Lo que Dios nos ha hablado debe estar escrito en las tablas de nuestro corazón. Que el próximo año nos encuentre más sensibles a Dios y más firmes contra las asechanzas del enemigo.
Es un tiempo de adoración y alabanza. El hombre de Dios es un adorador permanente. Su vida refleja adoración. En su casa, en su trabajo, en su comunidad, en sus círculos de amistad y compañerismo, en todo tiempo y en todo lugar expresa adoración a Cristo. Lo que Dios ha hecho en nuestra vida merece alabanza a Dios. Que nuestro corazón sea un altar permanente de adoración.
Que este fin de año te encuentre preparado para un nuevo comienzo. Que el 2017 sea el año de tu mayor desarrollo, crecimiento, superación en tu vida spiritual. Puesto los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
Pablo Giovanini
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Llamados a ser pacificadores.
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los hombres de Dios son llamados a ser pacificadores. Ellos median en la familia para que la paz de Dios gobierne en todo tiempo y circunstancia.
Hay muchas posibilidades de discordias, disputas, discusiones, resentimientos en las fiestas. Estas pueden ser producidas por viejos rencores no perdonados, malas experiencias pasadas, pequeñas venganzas por acciones pasadas, falta de comprensión, falta de aceptación, falta de comunicación.
El hombre de Dios toma la iniciativa para no dar lugar a la pérdida de paz y también es un puente, no solo para mantenerla, sino para iniciarla aun cuando nunca haya estado en una relación.
En Isaías 9:6 dice que Jesús vino a ser el Príncipe de paz. Nosotros nos remitimos a Él para que la paz sea posible. Jesús dijo en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
En Romanos 5:1 nos dice que cuando Cristo nos justificó, Él nos dio paz para con Dios. Esa paz reina en nuestros corazones y podemos transmitirla a los demás por la gracia del Espíritu Santo.
1 Corintios 14:33 dice que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Dios no reina en la confusión sino en la paz.
2 Corintios 13:11 Pablo nos exhorta: “por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” Dios estará con nosotros con su paz si nosotros también hacemos nuestra parte: “vivir en paz”.
Filipenses 4:7 dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
Vamos a creer que Dios tiene paz para darnos más allá de lo que podamos entender. El Señor protegerá nuestros pensamientos y nos afirmará en su paz. De esa manera podremos compartirla con los que nos rodean.
Pablo Giovanini
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Somos lo que dice Dios de nosotros.
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
Saber quiénes somos es una prioridad para llegar a ser un hombre de Dios. Nuestra identidad está basada en quién nos defina. Si nos definen nuestros padres, pues seremos lo que ellos pensaron. Si nos define nuestro cónyuge o nuestros hijos, seremos lo que ellos quieren. Si nos definen nuestros amigos, jefe o compañeros, estaremos a su merced. Pero si nos define Dios, entonces seremos lo que Él pensó para nosotros.
Dios nos ha llamado para ser un instrumento de adoración, ser sus hijos, sus amigos, sus siervos para glorificarlo. Él nos define. Él dice quienes realmente somos. Jesús mismo dijo que sin Él nada podemos hacer. Sin Dios nada somos en este mundo. Por eso es tan importante lo que el apóstol Pablo nos está diciendo en este primer versículo: Con todo nuestro ser, incluyendo el cuerpo, debemos ofrecerle a Dios un culto racional, porque somos hechos para su gloria, para adorarlo con todo nuestro ser. Nuestra vida debe estar rendida a Dios como un sacrificio.
Cuidado, porque el mundo se levanta para competir con Dios en nuestra formación. Nosotros tenemos la responsabilidad de seguir unidos a Dios, escuchando lo que Él dice de nosotros y para nosotros, o si no seguiremos los dictámenes de esta cultura. Observe lo que dice el siguiente versículo.
Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Este siglo, esta cultura, este mundo, nos presiona para adaptarnos a su sistema de ambición de éxito, riqueza, poder, placer, fama y egolatría. Debemos tener discernimiento espiritual para detectar cuando nos empezamos a medir con el mundo, cuando empezamos a adquirir sus hábitos egoístas, cuando empezamos a centrarnos en nosotros mismos. Somos responsables de poner un límite y volver la mirada a Dios. “Conformarse” tiene el significado de “adaptarse a la forma exterior”. En contraste, “transformarse” significa “un cambio radical que viene desde adentro hacia afuera”. La palabra griega es “metamorfosis”, muy conocida por el ejemplo de la transformación de un gusano en mariposa.
La transformación de nuestro ser es producido gracias a la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros que nos va formando a imagen de Cristo. Por eso manifestamos diariamente y de manera progresiva un cambio en nuestro carácter, palabras y acciones. Es el “fruto” o resultado de la obra santificadora. Es el proceso para ser un hombre de Dios. Cuando estamos en este proceso nos damos cuenta que la voluntad de Dios ahora es “agradable”. ¡Nos gusta obedecer a Dios! También entendemos que la voluntad de Dios es “buena”. ¡Nos hace bien, nos llena de gozo, cómo es que nos estábamos perdiendo de hacer su voluntad! Y por último, que su voluntad es “perfecta”. ¡No puedo, no debo, ni quiero agregarle ni quitarle nada a su voluntad! Es perfecta. Yo solo debo obedecer a Dios y dejar el resultado en sus manos.
Pero cuidado, puede ser que el orgullo nos juegue una mala pasada y terminamos perdiendo el objetivo, el propósito, la dirección. Por eso viene la exhortación del siguiente versículo.
Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
Debemos seguir pensando “con cordura”, con equilibrio, balance, acerca de nosotros mismos. Ni sobreestimarnos, ni subestimarnos. Considerarnos obra de Dios y darle la gloria a Él por lo que haga, porque todo lo que hemos recibido viene del Señor.
Hombre de Dios, estas siendo transformado para ser un instrumento en sus manos. Serás lo que Dios pensó de ti en la eternidad. Permite que el Espíritu Santo día a día haga su trabajo en ti y Él mismo manifieste su fruto en tu vida.
Pablo Giovanini
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Seguimos siendo perfeccionados.
Filipenses 1:6 dice: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
No somos vasijas terminadas. Estamos todavía en proceso continuo de formación. El Alfarero nos acaricia con sus manos, nos alisa las partes ásperas, nos aprieta, nos amasa, nos golpea contra el piso para quitar el aire, nos da forma según el modelo que tiene en su mente, y sigue dándonos vueltas y vueltas para ser perfeccionados.
De pronto nos empezamos a secar y a endurecer, y en su amor nos moja lo suficiente para hacernos dóciles otra vez, dúctiles en sus manos. A veces creemos que es demasiada agua, otras veces que es escasa, pero Él sabe lo que necesitamos. Ah, en sus manos sentimos su delicadeza, su amor, su amabilidad. Hasta nos empezamos a sentir cómodos y confortables…
Abruptamente, el Alfarero decide usar una herramienta. ¡Ay, no, es muy filosa! ¡Muy cortante! La clava en medio de la vasija y empieza a apretar. ¡Parece que nos está quitando demasiado barro de nosotros! Estamos perdiendo lo que creíamos que nos pertenece. Señor, ¿no es demasiado? ¿Por qué usas justo ese instrumento?
Luego empieza a apretarnos en lo que parece ser el cuello de esa vasija. Aprieta y reduce el orificio. ¡Parece que nos falta el aire! ¿Por qué tenemos la base tan amplia y el cuello tan chico? ¿Estás seguro Señor?
Y al fin nos empieza a pulir, una y otra vez, quitando todas las asperezas y ya dando los últimos toques maestros. ¡Y otra pulida más! Ya está bien, ¿no? No, otra más.
Nos toma con sus manos amorosas y ¡nos mete en un horno extremadamente caliente! Mucho fuego, mucho calor, todo empieza a solidificarse, a consolidarse, a definirse la forma diseñada. Ya debemos estar listos… pero no, todavía no. Hay que pasar más tiempo en el horno. Cada etapa es muy importante, y necesita el tiempo justo.
Al fin salimos, al aire fresco. Ahora viene la decoración. Hermosas líneas dibujando nuestros contornos, filetes celestiales dando unas particularidades únicas. Ninguna vasija se parece a la otra. Todas están hechas a mano. Esto no es una fábrica en serie. El Maestro se toma todo el tiempo que crea conveniente para terminarnos.
Al fin, nos llena de agua y nos coloca unas flores maravillosas que adornan su taller de manera muy especial. Y allí estaremos, adornando su gloria, reflejando la destreza de sus manos.
Cuando alguien se acerca a mirar la vasija llena de flores, nunca dirán: “¡Qué hermoso barro duro…!” No, más bien dirán: “¡Qué obra de arte! ¡Un aplauso al Alfarero!”
Pablo Giovanini
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La fe que vence al sentimiento.
Somos muy proclives a dejarnos dominar por nuestros sentimientos. Si no sentimos de leer un devocional, no lo leemos. Si no sentimos de hablar, no hablamos. Si no sentimos de escuchar, no escuchamos. Si no sentimos de ir a algún lado, no vamos. Si no sentimos de amar, no amamos. Si no sentimos de perdonar, no perdonamos. Y si no nos sentimos victoriosos, no vivimos en victoria.
Hay una gran diferencia entre sentirnos victoriosos y actuar como victoriosos. La fe tiene que ganarle al sentimiento. La fe tiene que ganarle a la razón. La fe tiene que ganarle a nuestros deseos. Debemos vivir por fe.
Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
No importa cómo te sientas, Dios dice que eres más que vencedor. No depende de cómo te sientas sino de lo que Dios dice porque Él nunca miente. Así que como Pablo también puedes decir: “Todo lo pudo en Cristo que me da las fuerzas”.
Tal vez hayas pasado tus últimos días viendo un panorama un poco desalentador, un campo de batalla con un ejército vencido, o sin fuerzas para pelear. Lo que cuenta es que hoy Dios te dice que eres más que vencedor si confías plenamente en Él. Si entregas tu situación en sus manos y esperas la respuesta en Él.
No hace falta prólogos para hablar con Dios. Él nos dice que debemos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro”. No necesitas acercarte a Dios con argumentos extraños ni para ganarte su amor y confianza. ¡Dios ya te conoce! Solo abandónate en sus brazos y escucha lo que Él quiera decirte, porque tiene dirección para tu vida.
Cuando te hable, tal vez debas pedirle perdón por algunos pecados escondidos que Él te esté dando convencimiento: La duda, el orgullo, la desconfianza, la autosuficiencia, el egoísmo, celos, envidia, lujuria, codicias… Pídele perdón, decide no volver a hacerlo, toma una nueva dirección en tu corazón para agradar a Dios en todo tiempo.
En 2 Corintios 5:7 Pablo dice: “porque por fe andamos, no por vista”. Más allá de cómo se vean las cosas, nosotros debemos andar por fe. La confianza en Dios te hace victorioso. Cuando venga el enemigo, cuando vengas las situaciones complicadas, cuando vengan los desafíos, sigue confiando en Dios.
Haz una resolución de corazón: Voy a confiar en Dios más allá de cómo me sienta y esperaré Su salvación. El Señor siempre movió cielo y tierra por una persona que haya vivido con esta resolución en su vida, porque Él es fiel a sus promesas.
Pablo Giovanini
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La extraña clase de hombres agradecidos.
Lucas 17:11-20: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?”
Los contextos cambian, las culturas pueden ser diferentes, pero el corazón humano es siempre el mismo. En esta historia Jesús presenta una gran realidad: No todos son realmente agradecidos. Solo un diez por ciento lo fueron aquí. ¡El diezmo de los sanados! Uno entre diez fue capaz de reconocer a quien hizo el milagro con palabras de agradecimiento. La pregunta de Jesús sigue latente hoy también: ¿Dónde están los otros nueve?
¿Por qué cuesta ser agradecido? Hay varias razones que podemos pensar:
Hay personas que creen que merecen lo que reciben. Se miran a sí mismos y creen ser superiores a todos, que todo lo obtienen por merecimiento propio, que todo el mundo debe estar a sus expensas. ¡Son el centro del universo! Esta actitud siempre ha sido reprochada por Jesús. Los fariseos eran un típico ejemplo de ello y no podían recibir a Cristo porque confiaban en sus propios merecimientos para ser salvos. No podían alcanzar la gracia de Dios, y sin gracia, no hay salvación.
Hay personas que nunca han aprendido a ser agradecidos. Nunca lo vivieron en su casa, nadie les dio ejemplo de agradecimiento, han crecido en un ambiente egoísta, mezquino, o tal vez de supervivencia. Necesitan saber que el agradecimiento es una actitud de un corazón que reconoce que otros le han bendecido, que otros han suplido sus necesidades.
Hay personas que solo se enfocan en sí mismos. Sus metas son egoístas. Cuando hacen regalos en Navidad, los preparan pensando en quienes les devolverán otro regalo aún mejor. No les importan los medios con tal de obtener sus fines. Algunas veces darán un simple “gracias” por compromiso, solo con el fin de seguir obteniendo lo que ellos desean. No hay realmente un corazón agradecido.
Pero los hombres de Dios pertenecen al selecto grupo de los sinceramente agradecidos. Saben que nada merecen, todo lo obtienen por gracia. Por tanto, deben dar gracias a quienes lo merecen. Saben que necesitan depender de Dios en todo momento, saben que necesitan de su familia y su familia a ellos, saben que no están solos en la iglesia, que necesitamos ser interdependientes. Así que cuando hay que dar gracias, lo dan a quien corresponda: A Dios, a su esposa, a sus hijos, a sus familiares, a sus hermanos en la fe, a sus compañeros de trabajo, a compañeros de estudio, a jefes, a profesores, a amigos, a vecinos. Cada vez que hemos recibido una ayuda, un soporte espiritual o emocional, será un motivo de agradecimiento.
El apóstol Pablo dice: “Sed agradecidos” (Colosenses 3:15), “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), “Dando siempre gracias por todo” (Efesios 5:20). Un hombre de Dios tiene este espíritu de agradecimiento permanente en su corazón. Y seguirá dando gracias en Thanksgiving, con o sin pavo!
Pablo Giovanini
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Un líder que trae paz en la familia.
Hombre de Dios, Él te ha constituido líder en tu hogar para guiarlos hacia Dios en momentos de incertidumbre.
Dios nunca te dejará solo. Él tiene los recursos que necesitas para guiar a tu familia. “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11). Tú no eres el que crea la paz, sino Dios. Tú debes proveer el camino para buscarla.
Cuando aparece una situación desafiante para la familia, cuando aparecen problemas inesperados, cuando hay que resolver situaciones rápidamente, tenemos la ayuda sobrenatural de Dios. Inmediatamente lo que podemos hacer como líderes espirituales es guiar a la familia a la oración, recordando pasajes de la Palabra que traen esperanza y afirman la confianza en nuestro Señor. Recuerda los pasajes donde Jesús ha prometido estar con nosotros y darnos de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).
Tú puedes recordarle a tu familia que Dios siempre ha hecho una diferencia con su pueblo. Aunque siempre llueve sobre justos e injustos, cuando Dios actúa con sus juicios, cuando quebranta a un pueblo para que aprenda disciplina, cuando interviene para que los pecadores vuelvan a él, siempre hace una diferencia. Lo hizo con Israel en Egipto, cuando las plagas caían en la casa de Faraón y su pueblo, Dios preservó a sus hijos de ellas. Cuando había hambre en Israel por causa de Acab, Dios proveyó alimento a Elías, a la viuda y a todos los que confiaban en Él. La promesa de Dios es “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados.” (Salmo 37:19).
Comparte el Salmo 91. Recordemos algunos versículos (91:3-7): “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará…”
La diferencia la marcan los que realmente confían plenamente en Dios. Ellos lo conocen y saben que sus promesas siempre se cumplen porque es un Padre bueno y lleno de misericordia.
Pablo Giovanini
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La actitud, una disposición del corazón
El diccionario define a la actitud como “la manera de estar dispuesto a comportarse u obrar”. Alguien también la definió como la “predisposición aprendida a responder de un modo consistente”. En otras palabras, lo que sentimos lo expresamos en la conducta. Lo que tenemos en el corazón lo manifestamos en nuestro comportamiento. Y es importante destacar que la manera de manifestar una actitud se aprende. Eso significa que podemos cambiar nuestras actitudes.
Puede haber muchos tipos de actitudes: Actitud defensiva, ofensiva, benévola, malévola, de colaboración, de indiferencia, de entusiasmo, de desánimo, de persecución, provocativa, pensativa, de perdedor, de vencedor, positiva, negativa… ¿De qué depende? De lo que tenemos en el corazón. Ahí guardamos lo que hemos aprendido en la vida a través de nuestros padres, de los amigos, de la escuela, de la iglesia, de las experiencias que hemos pasado, de personas que influyeron en nuestra formación. Creo que si somos sinceros, todos podemos decir que hemos aprendido a manifestar buenas y malas actitudes. Entonces necesitamos evaluarlas para saber qué debemos todavía corregir dentro de nosotros.
David, bien consiente de esto dijo en el Salmo 19:12: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”
Manifestamos nuestras actitudes con nuestras palabras, nuestras acciones, y la postura de nuestro cuerpo. Muchas veces quisiéramos decir que “sí” a una excelente propuesta de trabajo que nos hacen pero interiormente creemos que vamos a fracasar, que le fallaremos a la persona, que algo malo podría pasar, y decimos que “no”, porque no queremos que por un fracaso nos desvaloricen, que nos hagan a un lado, que nos hagan sentir que somos inferiores. Así que cuando decimos “no” interiormente queremos decir que “sí”. Una actitud de temor al fracaso.
Otras veces ocurre lo contrario, por miedo al qué dirán nos comprometemos con un “sí” que en el corazón queríamos decir lo contrario, y entonces nuestra cara, la postura de nuestro cuerpo manifiestan lo opuesto, y comenzamos a dar vueltas para no hacerlo… Tenemos una actitud de temor al rechazo. Y esta nos paraliza.
Cuando nos pasan cosas como estas debemos preguntarnos siempre “¿Por qué?” ¿Por qué tengo esta actitud de temor al fracaso, temor al rechazo? En otros casos, ¿Por qué tengo esta actitud egoísta, mezquina, machista, indiferente…? La respuesta será la raíz de nuestra actitud. Porque toda conducta tiene una causa.
Tal vez empecemos a recordar las enseñanzas de quienes nos criaron. Nuestras actitudes actuales dependen mucho de ellos. Si ellos eran temerosos, posiblemente adquirimos actitudes de temor. Si eran egocéntricos, actitudes egoístas. Si tenían sentimientos de mártires, tal vez identifiquemos muchas actitudes negativas en nosotros. O cómo nos trataron en la escuela. Si siempre teníamos que defendernos diciendo a todos que “sí”, entonces ya estamos encontrando el motivo por el cual no podemos decir que no.
En fin, somos demasiados complejos como para resolverlo en un momento. La Biblia nos dice que cuando recibimos a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo ha venido a morar en nuestra vida. A partir de allí contamos con ayuda sobrenatural. Él es quien nos santifica diariamente, el que nos ayuda a cambiar nuestras actitudes, el que produce en nosotros una transformación interna de nuestro corazón para parecernos cada día a Jesús. Con Él es posible que se cumpla lo que dice en Efesios 4:22-24: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Tú eres un nuevo hombre de Dios en quien el Espíritu Santo cada día hará la obra transformadora. Entrégale cada actitud que no esté de acuerdo a la Palabra y permítele que siga desarrollando ese nuevo hombre poderoso en Cristo dentro de ti.
Pablo Giovanini
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El valor de tu semilla.
Estaba buscando semillas de trigo para poder llevar a la congregación como una lección objetiva en mi predicación del domingo. Me llevé la sorpresa de que en los mercados convencionales donde compramos los alimentos que necesitamos para la semana no venden trigo en grano entero. Busqué en varios lugares y solo encontré uno llamado Khorasan wheat, que tiene sus orígenes en el medio oriente, más específicamente en la zona de la Persia antigua, hoy Irán. Cuando vi este grano, me llevé una desilusión bastante grande: El granito era mucho más pequeño y delgado que las semillas que yo conozco de Argentina. Claro, mi país de nacimiento fue llamado “el granero del mundo” debido a que después de la segunda guerra mundial, Argentina abasteció a la mayoría de los países europeos con lo mejor del trigo y otros granos. Hoy por hoy, los argentinos tenemos más granos en la cara que los que exportamos al mundo, pero esa es otra historia.
Mi padre fue criado en el campo, que junto a su padre y su hermano trabajaba levantando las cosechas de la pampa argentina con las primeras cosechadoras que llegaron a ese país. Cuando yo era pequeño, me llevó a conocer su tierra, los viejos tractores que araban la tierra, los graneros o silos donde almacenaban las semillas antes de exportarlas, y por supuesto, me subió a una cosechadora explicándome todo el proceso hasta que se llevaban las bolsas cargadas de granos de trigo. En esta experiencia pude ver cómo las semillas se reproducen de manera extraordinaria, tal como Jesús lo dice en la parábola del sembrador: casi 100 a uno!
Jesús también conocía los tiempos de siembra y cosecha de su tierra. Él aprovechó a dar lecciones espirituales con estas vivencias cotidianas. La primera que les enseñó a sus discípulos está en Juan 4. Tuvo un encuentro con una mujer de Samaria, a quien le revela su vida, saca a luz el gran vacío que tenía, y él mismo se presenta como el Agua de Vida. Esta mujer es impactada por Jesús (¡Quién no es impactado cuando tiene un verdadero encuentro con Cristo!) y vuelve a su ciudad a compartir las buenas nuevas con sus coterráneos. En el momento en que ella se dispone para marchar, llegan sus discípulos y se sorprenden al ver a Jesús con una mujer samaritana. Jesús estaba rompiendo las barreras culturales! Los judíos y samaritanos ni se miraban, pero el Maestro vio un corazón hambriento de alimento espiritual y tomó tiempo para invertir en ella. Jesús había puesto una semilla de esperanza, de salvación, de vida eterna en la samaritana. Solo una.
Jesús no terminó de hablar con sus discípulos cuando vuelve la mujer con una multitud. Esa semilla se multiplicó en cientos de corazones dispuestos a escuchar las palabras de vida eterna.
Jesús les dice a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35). ¿Qué estás tú viendo hoy? ¿Cómo ves a las personas? ¿Podrías compararlos a campos listos para cosechar?
Actuaremos según lo que veamos. Si vemos campos blancos, cosecharemos. Si vemos campos verdes, nos quedaremos sentados esperando que llueva…
Las personas que están a tu alrededor necesitan a Jesús, el Pan de Vida. Solo Él es el alimento para sus almas. Tú tienes en tu mano tu semilla. Pídele a Dios que te muestre en dónde plantarla, con quién compartirás esta semana la palabra de Dios. Hay muchos hambrientos de vida que están esperándote. No tengas temor de lo que dirás o del qué dirán. Dios llenará tu boca de palabras extraordinarias. Incluso tú mismo te sorprenderás al escucharte. Es una promesa de Jesús para ti cuando dejas al Espíritu Santo actuar en tu lugar.
El campo ya está blanco, listo para la cosecha. ¿Ya encendiste tu cosechadora?
Pablo Giovanini
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Las manos amorosas son también firmes.
Jeremías 47:3: “Por el sonido de los cascos de sus caballos, por el alboroto de sus carros, por el estruendo de sus ruedas, los padres no cuidaron a los hijos por la debilidad de sus manos”
El profeta Jeremías está hablando una palabra de Dios a un pueblo que había desprotegido a sus hijos por prestar atención al medio ambiente. Se habían asustado por lo que estaban escuchando: los sonidos de los caballos, el repiqueteo de las ruedas de los ejércitos, el griterío de la multitud, y perdieron a sus hijos.
No habían previsto el problema. Estaban confiados. Pensaban que a todo el mundo le puede pasar, menos a ellos. Habían creído que con traer el alimento a la casa, alcanzaba. “¿Para qué ocuparnos de los hijos si lo puede hacer la esposa? ¡Nosotros estamos cansados!” Se olvidaron de la responsabilidad diaria que tenían como padres. No solo alimentar a la familia físicamente, sino también emocional y espiritualmente. ¡Qué terrible descuido! Por no hacerlo diariamente, cuando llegó el problema ya era demasiado tarde… Habían perdido a sus hijos.
Se habían enfocado más en lo que escuchaban y veían que en lo que realmente estaba pasando en la casa. Los rumores estaban por todos lados, las presiones sociales parecían llevarse todo por delante, pero ellos no prestaban atención a lo que estaba sucediendo en su propio hogar. “Sus manos” se estaban debilitando. Lo que debían hacer por sus hijos estaba descuidado. Ya no tenían la fuerza suficiente. El miedo y pavor por lo que sucedería los hizo desenfocarse. Prestaron más atención a lo externo que a lo interno. El final fue trágico.
Hoy estamos viviendo en tiempos peligrosos. Las presiones de la escuela, de los amigos, de los medios de comunicación, arrastran a nuestros hijos hacia lo que jamás quisiéramos. Si nosotros como padres no ponemos un freno deliberado a las tentaciones, los ataques de Satanás, los bombardeos de ateísmo, y todo lo que quiera destruir la familia, todo se perderá.
Necesitamos poner atención a lo que esté pasando en casa. Los tiempos de desayuno, almuerzo, cena, es para compartir con la esposa y los hijos. Es el mejor tiempo para conversar, preguntar, aconsejar, compartir una palabra y orar. Las salidas con la familia es un tiempo que no puede desperdiciarse. Hay que crear el ambiente de confianza, de respeto, donde se pude dialogar y llegar a sanas conclusiones según lo que Dios ya nos ha dicho.
Como padres debemos saber lo que les pasa a nuestros hijos. Cómo están en la escuela, de qué conversan, qué temas se tratan, cómo es la relación con otros compañeros de clase, qué tipo de amistades están desarrollando. A veces escuchamos que “no hay que presionar a los hijos”, “que no hay que controlarlos”, “que hay que darles libertad”, pero si no encontramos el equilibro bíblico para esto, podemos terminar fomentando el libertinaje o el legalismo en casa. Necesitamos actuar con amor y firmeza, con comprensión y consejo, saber hablar, pero también saber escuchar.
Nuestras manos deben estar dirigidas por Dios. Debemos imitarlo a Él como Padre. Él nos ha perdonado, nos ha restaurado, nos enseña diariamente el camino, nos habla todos los días, nos corrige si nos desviamos, nos abraza y nos llena de amor. Debemos nosotros también ser proactivos en todos estos aspectos con nuestros hijos. Ellos necesitan conocer la poderosa mano de Dios, y primero será a través de nuestras manos.
Nuestras manos deben estar siempre limpias, espiritualmente hablando. No podemos disciplinar a nuestros hijos con “manos sucias”, no podemos brindarle lo mejor de Dios con “manos enfermas”, no podemos curar si todavía las nuestras están heridas. Necesitamos darle nuestras manos a Dios, que Él las limpie cada día, las fortalezca, las suavice con su amor, las afirme en su palabra. Y nunca olvidemos que los hijos de Dios estamos en las mejores Manos.
Pablo Giovanini
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De tal palo, tal astilla.
1 Crónicas 28:20: “Dijo además David a Salomón su hijo: Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová”.
Los hombres de Dios transmiten a sus hijos palabras afirmativas para que avancen en lo que el Señor les está mostrando. Esto es posible porque primero han recibido la palabra de Dios en sus vidas.
Este es el caso de David. Él tenía toda la intención de construir un templo espectacular para Dios. Pero Jehová le dijo que no lo haría él, sino un hijo suyo. Escuchó de Dios directamente una parte del plan que tenía para uno de sus hijos. Escuchó y actuó. Puso manos a la obra. Se adelantó a este suceso y comenzó a juntar todo tipo de materiales para el proyecto que su hijo continuaría. No fue el gran templo de David. No, fue el gran templo de Salomón, su hijo.
Sin embargo, David luchó por ese plan para la vida de Salomón. David sabía muy bien que no alcanzaba con juntarle todo el material que necesitaba para la obra. Tampoco que la visión que él mismo había recibido alcanzaba. David sabía que Salomón necesitaba por sus propios medios buscar a Dios, conocer el plan directamente de Él, y sobre todo, esforzarse y hacerlo. Conociendo esto, David se propuso motivar a su hijo para que siempre hiciera la obra de Dios.
Este versículo nos muestra las palabras de David que pronunció a su hijo antes de morir. Son palabras afirmativas, de fe, de entusiasmo, positivas. Están llenas de certeza, confianza en Dios, esperanza, y ánimo para hacer la obra.
“Anímate y esfuérzate”: Habrá momentos en que su hijo podría desanimarse, pero la instrucción es que siempre debía buscar el ánimo que necesitaba. Dios era la fuente de ese ánimo. Y además debía estar acompañado de esfuerzo. Los hijos deben saber que nada es fácil en esta vida. Los padres deben enseñarle a ser responsables, a ser perseverantes, a hacer bien las cosas, y a hacerlas con propósito. El ser esforzados se aprende desde niños con sentido de responsabilidad, participando en las tareas del hogar, en emprendimientos familiares, incluso en actividades de la iglesia y evangelísticas.
“Manos a la obra”: Nuestros hijos deben poner en práctica todo lo que están aprendiendo. Para eso necesitan seguir el ejemplo de su padre. Un padre teórico que no aplica nada, será el peor ejemplo para sus hijos. Podemos decir muchos versículos de memoria, pero si no lo ven en nosotros, jamás los aprenderán. ¡Lo que escuchamos de Dios hay que ponerlo por obra!
“No temas ni desmayes”: Por supuesto que vendrán tiempos de temor, ansiedad, preocupaciones. Pero tienen que saber que Dios estará siempre para alimentar su fe, ayudarlos a crecer, a depender de la voz del Espíritu Santo cada día. Podrán afrontar momentos difíciles, pero no deben desmayar. Dios tendrá los recursos que necesiten.
“Jehová tu Dios, mi Dios”: El mismo Dios de papá, también es el de los hijos. Ellos lo aprenderán viendo a su padre orar, buscar el rostro de Dios, alimentarse de su Palabra, compartir con otros el mensaje. Si nuestros hijos aprenderán a depender de Dios, no es porque la Escuela Dominical fue el único medio que tuvieron para conocerlo. ¡Debe ser por el ejemplo de su padre! Nosotros debemos enseñarles a nuestros hijos a pasar tiempo con Dios, buscando dirección, tomando tiempo para darle gracias y adorarlo.
“Dios estará contigo, no te dejará ni te desamparará”: ¡Qué confianza la de David! Él podía decir esto porque lo había experimentado. Su hijo lo había visto con sus ojos durante toda la vida de David. Dios era el centro de su vida y había sido siempre fiel. El mismo Dios que está con el padre es el mismo Dios que estará con sus hijos, ¡y nunca los desamparará!
Los hombres de Dios animan a sus hijos a obedecer a Dios, a amarle y servirle con todo el corazón. No hay mayor satisfacción que ver a nuestros hijos buscar a Dios con pasión, amor, devoción. Y debemos estar confiados que lo que hemos sembrado en nuestros hijos, germinará a su tiempo y producirán fruto en abundancia para la gloria de Dios.
Pablo Giovanini
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Hombres con bolsillos consagrados
Proverbios 11:24,25,28: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado… El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
La Biblia está llena de pasajes donde nos hablan de la bendición de ser generosos. La generosidad es un atributo de Dios que debe imitarse como un hijo amado que desea parecerse a su Padre.
Dios nos enseña a ser generosos. Nosotros como padres debemos enseñar a nuestros hijos a ser generosos. Por supuesto que nuestros padres deberían habernos enseñado a nosotros primero. Pero si este no fuera el caso, podemos comenzar la primera lección de generosidad ahora mismo.
Cuando la Palabra de Dios nos habla de generosidad no desea hacerlo solo en términos de acciones, sino que va más allá y profundiza en nuestro carácter. La cuestión no es dar de vez en cuando con generosidad, sino llegar a SER generosos. Una persona generosa siempre dará con generosidad.
Cuando somos generosos nuestro carácter se va pareciendo al de Cristo. Comenzamos a estar desprendidos de las cosas materiales, no porque no las necesitemos sino porque no son ídolos en nuestra vida.
El ser generosos nos conecta más con el corazón de Cristo. Cuando vemos las necesidades queremos suplirlas y ser parte de lo que haría Jesús en nuestro lugar.
Aprendemos a depender más de Dios. De hecho, este pasaje dice que el que reparte más, recibirá más todavía. Dios puede confiarnos más en la medida en que podamos ser canales a otros.
Tenemos una vida más ordenada. Antes malgastábamos el dinero. Un joven de nuestra iglesia nos decía que él gastaba más de 500 dólares cada viernes en cervezas. ¿Por qué se nos juzga a los cristianos que damos dinero a la iglesia? ¿Por qué calumnian a los pastores de tomar dinero de la gente cuando no tienen pruebas para demostrarlo? Si alguien gasta 500 dólares en alcohol que es perjudicial para la salud, que trae trastornos físicos, psíquicos, emocionales, que rompe familias enteras, será aplaudido por sus amigos, pero si alguien invierte en el Reino de Dios ese dinero, es criticado. Por eso, un generoso no escucha las críticas, opiniones mal fundadas, los consejos de seguidores de malos caminos. Solo se aferra a la Palabra y actúa con el corazón de Cristo.
El detalle está en el último versículo: Un hombre de Dios no confía en las riquezas, confía en Dios que es el Proveedor. Sabe que el Padre se ocupará de cada necesidad, suplirá en abundancia, y seguiremos siendo canales de bendición a otros.
Pastor Pablo Giovanini
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Sobrevivir o disfrutar en Su presencia
Salmo 16: 11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La primera base de seguridad de David es que Dios le iba a mostrar la senda de la vida. Por supuesto que estaba en contacto permanente con Dios para escucharlo. Antes de cada batalla, este rey iba a Dios en oración pidiendo la estrategia, y hasta que no lo escuchaba, no se movía. Para cada batalla tenía un nuevo plan creativo de Dios. No repetía la misma estrategia en diferentes batallas porque no se movía por experiencia sino por obediencia. Para cada paso había oración. Tenía la guía permanente de Dios y obedecía a la dirección que recibía. Claro, de nada sirve recibir dirección si luego no la ponemos en práctica.
Nosotros necesitamos también esa guía continua. Cada paso nuestro debe hacerse después de haber escuchado a Dios y estar seguro de lo que Él quiere. Movernos por emociones, por comentarios, por presiones, por escapatorias, nunca traen la guía de Dios. Necesitamos dependencia continua de Dios para movernos con firmeza y autoridad.
Lo segundo, es que David no sobrevivía espiritualmente sino que disfrutaba la presencia de Dios diariamente. No le resultaba pesado ir a Dios en oración, compartir tiempo con el Padre, usar sus instrumentos musicales para cantarle a Dios e inventarle salmos y canciones. Para David nunca fue una pérdida de tiempo, sino el tiempo que más disfrutaba de su día. ¡Había plenitud de gozo! Una relación profunda con Dios trae satisfacción al alma, trae quietud a nuestro espíritu, incluso hasta nuevas fuerzas físicas.
El último secreto de David es que en la mano derecha de Dios están las delicias más maravillosas que podamos disfrutar. Dios es la fuente de todo recurso. Todo está en su omnipotente mano. Y lo más increíble es que su mano está abierta para cada uno de sus hijos que se acercan a Él con fe y se apropian de sus promesas. David siempre le creyó a Dios y avanzó hacia una vida victoriosa. Cada batalla era la oportunidad de que Dios se hiciera grande, no David. Que Dios mueva su mano poderosa, no la nuestra. Que Dios nos muestre sus maravillas.
Hombre de Dios, Él te ha mostrado el camino para una vida triunfante. El secreto está en la obediencia a lo que Él dice. Si le buscamos de todo corazón siempre le hallaremos, siempre tendremos una guía para nosotros, y disfrutaremos haciendo la voluntad del Padre.
Pablo Giovanini
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El sacerdote gordo
1 Samuel 4:17-18: “Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.”
Elí fue un sacerdote de Dios en Israel. Tenía como misión ser un puente entre Dios y el pueblo, comunicarles la Palabra de Dios, orar e interceder por ellos, dejarles saber lo que Dios demandaba, corregir los caminos torcidos y llevarlos a la adoración permanente. Sin embargo, su vida dejó mucho que desear. Sus hijos muertos, el arca de la presencia de Dios perdida entre los enemigos y su vida terminó drásticamente, muriendo desnucado al caer hacia atrás.
Todos somos llamados a ser sacerdotes de Dios. Según Pedro, somos “real sacerdocio” para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. El llamado está, la capacitación del Espíritu para hacerlo también, pero la responsabilidad de ser un sacerdote como Dios manda es nuestra.
¿Qué le pasó a Elí? ¿Cómo terminó tan mal? La Biblia nos da muchas pistas acerca de cómo desarrolló su vida sin el fundamento correcto.
1. Elí era conformista. Dice que “se cayó de la silla”. Estaba sentado, inmóvil, quieto, paralizado, no hacía su labor como Dios quería que la hiciera. Un sacerdote nunca está quieto. Está sirviendo las 24 horas. Está en acción. Está mirando la necesidad y cómo suplirla. Primero en su familia, luego en sus vecinos, hermanos, y amigos. Es un puente para acercarlos a Cristo y su salvación.
2. Elí estaba centrado en sí mismo. Era “pesado”, estaba muy gordo. Gordo de alimentarse a sí mismo. Por supuesto que se alimentaba de lo que Dios proveía en el tabernáculo, pero comía en exceso y no consumía calorías por su quietud y conformismo. Gordo de recibir de Dios y no transmitir nada a nadie.
3. Elí fue negligente con su familia. No los alimentaba espiritualmente. Nunca los corrigió. Nunca actuó para salvar a sus hijos de las tentaciones y mostrarles el camino correcto. 1 Samuel 2:12 dice que “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.”
¿Acaso iban a tener conocimiento de Dios por simplemente estar en el tabernáculo, por ir a la iglesia, por asistir a la Escuela Bíblica? ¿No es acaso el padre el primer maestro cristiano para la vida de un hijo? ¿No es el padre el primero que habla de Jesús en el hogar para que sus hijos sean salvos, oren a Dios, amen a Jesús y le sirvan de corazón?
Elí no hacía eso y vio la consecuencia nefasta por su conducta. Cuando sus hijos pecaban, no los corregía. 1 Samuel 2:22-25 dice: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?...”
No alcanza con decirle a nuestros hijos: “No, no deberían hacer esas cosas…” O, “no es bueno que hagas esto otro…” “No es bueno lo que escucho de ustedes…” Cuando las palabras se desgastaron, ¡hay que actuar seriamente! ¡La disciplina los puede librar del infierno! Un sacerdote gordo no hace nada, solo habla. Y por supuesto, tendrá hijos gordos que van camino a la perdición.
4. A Elí no le interesaba la presencia de Dios. Veía la gloria de Dios en el tabernáculo, pero él no reflejaba esa gloria. La presencia de Dios estaba allí pero él estaba ajeno a esto. No escuchaba a Dios. De hecho, cuando Dios habló, no fue a él sino al niño Samuel. A él no le interesaba pasar tiempo con Dios. No le importó dejar que se lleven el arca de la presencia de Dios a la guerra sin su dirección. Allí la perdieron. Perdieron la presencia de Dios, y lo inmediato, perdieron la vida.
5. Vivía siempre temeroso. Sabía que algo andaba mal, y aun así dejó que se llevaran el arca. El sentía que algo olía mal, tenía miedo del futuro, de lo que pasaría. Cuando no está la presencia de Dios con nosotros vienen los miedos, los temores, la auto persecución, la desconfianza, y el sentimiento de que todo acabará muy mal. A pesar de sus miedos, no buscó a Dios con sinceridad y no hizo nada por cambiar la situación. Todo siguió su curso hacia la destrucción total. Perdió el arca, murieron sus hijos, y murió Elí. Fin de su historia.
Pero Dios estaba levantado a Samuel. Dios le había dicho a Elí que su sacerdocio había llegado a su fin y que Él estaba levantando un nuevo sacerdote. “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días.” (1 Samuel 2:35).
Dios te llama a ser un sacerdote en tu hogar, en tu escuela, en tu trabajo, en tu comunidad, en tu iglesia. La responsabilidad es tuya: O ser un sacerdote cómodo y negligente, o un sacerdote fiel y ungido todos los días. Comienza tu semana enfocándote en tus responsabilidades de sacerdote fiel, y deja que el Espíritu Santo te enseñe el camino. Los resultados están en su mano, y veras a tu familia transformada por su poder, a tus amigos y familiares salvos, a tu comunidad acercándose a la luz del evangelio de Cristo.
Pablo Giovanini
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A la práctica
Santiago 1:22-25: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Dios nos habló este fin de semana abundantemente. Cada área de nuestra vida ha sido cubierta. Ya no tenemos la excusa de que no sabemos lo que Dios quiere o que su voluntad es difícil de distinguir. Ahora vayamos a la práctica. Qué vamos a hacer con lo que recibimos. Hagamos un recuento:
Ya sabemos la misión que tenemos: Hacer discípulos, en todo lugar, en todo tiempo. Comencemos por las personas que nos rodean: Nuestros hijos, cónyuge, padres, hermanos, tíos, abuelos… ¡Predícale hasta a tu suegra! ¡No sabes lo maravilloso que es la vida con una suegra que realmente ama a Cristo! No significa que vas a ser un Billy Graham de un día a otro. Comienza de manera sencilla, con tus propias palabras, aprovecha cada oportunidad para hablar de lo que Cristo hizo en ti: Tu matrimonio en restauración, la recuperación de tus relaciones perdidas, el nuevo comienzo de amar y estar presente en la vida de tus hijos, etc.
Córtale la cabeza a cada Goliat de tu vida. Acuérdate que para tener la victoria permanente no alcanza con tirarle piedras aunque le pegues en la frente. Hay que cortarle la cabeza. Arranca de tu vida todo aquello que es de tropiezo a tu vida espiritual, lo que detiene tu fe, lo que te hace retroceder, lo que te estanca. Toma decisiones drásticas. A veces hay que dejar de lado amistades que no edifican.
Mantén tu altar siempre preparado. Si estuvo durante un tiempo abandonado, repáralo nuevamente. Pon cada piedra en su lugar. Establece las prioridades correctas en tu vida. Construye con material imperecedero. No inviertas en la superficialidad. Tu tiempo es valioso y Dios te da los recursos que necesites. Que tu vida refleje siempre el fuego de Dios, el poder del Espíritu en ti.
Enciende a otros. Eres un carbón encendido por Dios para contagiar. Tu fuego avivado motivará a otros a buscar de Dios. Si tú mueves tu barca, otras barcas se moverán. Si otros no oran, toma tú la iniciativa, si nadie quiere evangelizar, da el primer paso. Si nadie quiere cantar, alza tu voz y deja que Dios use tu canto para su gloria. Sé un agente de cambio.
Entrégate cada día a Dios y Él hará su obra.
Pablo Giovanini
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La oración eficaz
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Santiago 5:16-17 dice: “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.
Dios nos está llamando para hablar con Él, todos los días. Dios usa a otros también para motivarnos a pasar tiempo en su presencia. El anhelo de Dios es tener una relación íntima con cada uno de sus hijos. Y cuando nosotros comenzamos a tener el mismo corazón de Dios, entonces también podemos comenzar a sentir ese anhelo. El salmista dice en el Salmo 84:2: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová”. Ese es el anhelo ardiente” que viene de Dios. Y viene porque nosotros lo alimentamos. Su pasión por conocerle se acrecienta cuando tomamos el mejor tiempo para estar con Él.
Cuando estamos en su presencia, toda oración que hagamos, será “eficaz”. Cuando estamos en su presencia entendemos lo que Dios quiere hacer. De Él viene la visión, el discernimiento de los corazones, la revelación de sus planes futuros, la distinción de los tiempos, las maneras en que Dios quiere moverse en nosotros y a través de nosotros.
Dios responde a los justos, porque ellos hacen oraciones eficaces, según la perspectiva de Dios, el tiempo que Él considere necesario para la respuesta, e incluso el tipo de respuesta según su voluntad. Nuestras oraciones eficaces no son para moverle el brazo a Dios, sino para entender cómo Él quiere mover su brazo. Entonces oramos según su corazón, su mente, su tiempo.
Estas oraciones las pueden hacer los justos, es decir, todos los que han sido lavados por la sangre de Cristo, los que han sido regenerados por el Espíritu Santo, los que han sido adoptados hijos de Dios. No son los “buenos” sino los “justos” quienes tienen oraciones eficaces porque el valor de la oración depende de la respuesta divina. ¿Para qué sirve hacer las más sofisticadas oraciones si no tienen respuesta? (A esta pregunta le continúa el por qué no tienen respuesta: Las oraciones “con uno mismo” no están basadas en la obra de Cristo y no son eficaces para Dios). Todo hijo de Dios que ora con fe confiando en la obra de Jesucristo será escuchado siempre por el Padre y recibirá la respuesta según su voluntad.
El ejemplo de Santiago es Elías. ¡Tremendo hombre de Dios! Sin embargo nos dice que era igual que nosotros, las mismas pasiones semejantes a las nuestras. Entonces, si él oró eficazmente, también lo haremos nosotros.
Elías oraba bajo la presencia de Dios. Él sabía lo que Dios quería porque Dios se lo comunicaba. Entonces, ¡¿Cómo el Señor no iba a responder?!
Elías oraba con anhelo y pasión espiritual. Lea las oraciones de este varón en 1 Reyes y descubrirá su deseo ardiente por Dios. Cada oración suya movía el cielo y el infierno. Nada quedaba igual después que él oraba.
Elías oraba con fe. El creía que cada palabra suya en comunicación con Dios era escuchada. Así que podía orar para que llueva o que no llueva, para que resucitara un joven muerto, para que no falte aceite de una viuda, para que Dios haga descender fuego del cielo. Su fe era ilimitada. Todo es posible si le creemos.
Elías oraba esperando el tiempo de Dios. Podía orar para que no lloviera y esperar la siguiente instrucción de Dios. Después de tres años, ¡tres años! Dios le dice que vuelva a orar por lluvia. Se ocultó en una cueva donde dos cuervos lo alimentaban hasta que el arroyo del cual bebía se secó. Luego escucha otra vez a Dios dándole otra instrucción. Eran oraciones concomitantes a la obediencia. Dios siempre responde a estas oraciones.
Elías oraba para que Dios siempre sea glorificado. Él nunca se atribuyó ninguna gloria, ningún beneficio, ningún premio para sí. Siempre llevó al pueblo a escuchar a Dios y adorarlo a Él.
Tú eres también un hombre de Dios que está siendo formado para ser su instrumento en este tiempo. Tus oraciones serán respondidas por Dios, a su tiempo y forma. Solo confía y actúa escuchándolo a Él. Pasa tiempo con Dios y verás que ese anhelo crece, ese deseo de estar en su presencia serás el deleite más sublime en tu vida.
Pablo Giovanini
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“¡Escoge la vida!”
Cuando Jesús murió en la cruz, había también dos ladrones a ambos lados que eran crucificados por sus propios delitos. Ellos sabían que Jesús estaba siendo sentenciado a muerte injustamente. ¡El mismo Mesías estaba muriendo en lugar del pecador para darle vida eterna! El mensaje era evidente, a tal punto que Jesús no tuvo que predicarles con palabras a sus acompañantes. Él no hizo ningún llamado, pero hubo dos respuestas, dos decisiones frente a su obra en la cruz.
El ladrón arrepentido reconoció a Jesús como Mesías y Rey. Le pidió que se acordara de él en su reino. Jesús simplemente pronuncia que ese mismo día estaría con Él en su reino. Alcanzó salvación por reconocer que era pecador, que Cristo era el Salvador y poner su confianza en Él.
El ladrón del otro lado tuvo la misma oportunidad. Pero decidió ser burlón, necio, orgulloso, creer que tenía la razón en sus argumentos, y al fin rechazó la salvación de Cristo. El Señor no le respondió al ladrón burlador, porque con sus mismos dichos ya se había condenado a sí mismo.
¿Puedes sentir la tristeza de Jesús al saber que le estaba dando la última oportunidad para ser salvo, en el último segundo de su vida, y este ladrón insensato toma la decisión del rechazo? Esta historia nos parece lejana a nuestra realidad, pero cuando alguien que le hemos predicado el evangelio muere y no estamos seguros si este se hubiera arrepentido en el último minuto de sui vida, empezamos a sentir lo que sintió Jesús. Pero recuerda, Jesús no obligó a nadie a creer, él lo deja a la libre elección de cada persona.
¡Libre albedrío! Qué fuerte es el libre albedrío. Dios lo creó en el hombre como parte de su imagen y semejanza. El Creador puso las reglas del uso del libre albedrío, y además, Él se sujeta a sí mismo a lo que ya estipuló. Dios dijo y sigue diciendo “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). ¡Escoge! ¡Escoge la vida!
Dios no obliga a nadie, no le tuerce el brazo al pecador, no nos trata como a robots. Él espera nuestra decisión. Nos da oportunidades cada día para que escojamos su amor, perdón, restauración, vida eterna. “¡Escoge la vida!”, sigue proponiéndonos hoy. En medio de las densas tinieblas, en medio de los más crueles pecados, en el punto máximo de rebeldía, Dios sigue susurrando “¡escoge la vida!”. Envía mensajeros, sus portavoces, sus hijos que anuncian el evangelio con su mismo corazón, y sigue repitiendo una y otra vez “¡escoge la vida!”. Pero al fin, cada uno es responsable de su propia decisión. Tarde o temprano, habrá solo una última oportunidad. Pero el sentir de Dios es el mismo: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.” (Ezequiel 18:32).
Cuando una persona que ha escuchado muchas veces el mensaje del evangelio muere, Dios ha considerado que a esa persona Él le ha dado suficientes oportunidades para que decida por la vida eterna, o la condenación eterna. Si no fuera así, Dios no permitiría que esa persona muriera, porque tendría tal vez otras oportunidades más. Pero Dios es el único que tiene ese control. Nosotros no.
Nosotros no manejamos los tiempos de las personas, ni siquiera el nuestro. Solo Dios sabe cuál es el último día de cada una de nuestras vidas. Él es Soberano, es Omnisciente y Sabio. Lo que nos resta a nosotros que conocemos la verdad de Dios es predicar el evangelio a toda criatura. No sabemos cuánto tiempo tendremos para hacerlo, tampoco sabemos cuánto tiempo de vida tendrán las personas que nos rodean. Nosotros seguiremos transmitiendo el corazón de Dios a cada persona diciéndoles “¡escoge la vida!” hasta que solo Él diga cuándo es la última oportunidad.
Pablo Giovanini
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La regla de oro siempre efectiva
Lucas 6:31 dice: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” Este mandamiento de Jesús ha sido denominado “la regla de oro”. Es el primer gran principio para mantener relaciones sanas.
Es un principio de autoevaluación. Jesús dice esta frase a personas que se aman a sí mismos, que se respetan, que se valoran. Por supuesto que no le está diciendo a alguien que tiene pensamientos distorsionados con respecto a sí mismo (aunque a un masoquista le guste sufrir, ¡no debería hacer sufrir a los demás!) ¿Cuánto tú te valoras? ¿Sabes cuán importante eres para Dios? Cuando un cristiano reconoce el alto valor que tiene por haber sido comprado a precio de la sangre de Cristo, no quiere destruirse, no quiere dañarse, ni lastimarse, ni tampoco despreciarse. Desde esta posición debemos desear lo mejor de Dios para nosotros, anhelar que los demás nos traten con respeto, con valor, con amor y estima. Entonces debemos tratar a los demás de la misma manera.
Es un principio proactivo. Ha habido otros pensamientos y frases célebres similares, como por ejemplo “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero esta frase es pasiva, porque dice “no hagas”. Esta manera de pensar nos aquieta, nos paraliza y solo podríamos reaccionar ante una buena acción de otro hacia nosotros. Pero lo que dice Jesús es distinto: Hay que tomar la iniciativa. “¡Así haced!” dice el Señor. No es un principio negativo en donde solo pensaríamos en qué es lo que no debo hacer, sino más bien es positivo, porque me ayuda a pensar en qué es lo que debo hacer.
Es un principio práctico. Jesús no decía filosofías huecas para simplemente registrarlas en algún libro (De hecho, Jesús nunca escribió ningún libro, fueron otros que escribieron lo que Él dijo). Jesús desea que sus dichos y palabras se pongan en práctica en nuestras vidas. El que aplica lo que Él dijo, será semejante a un hombre que edificó su casa sobre la roca. Pueden venir inundaciones, terremotos, huracanes, pero si el fundamento es Cristo y su Palabra, ese hogar permanecerá para siempre.
¿Cómo tratas a tu esposa? ¿Como te gustaría que te trataran a ti? Alguien dijo con verdad: “Si usted quiere que lo traten como a un rey, antes debe tratar a su esposa como una reina”. ¿Cómo reconoces el alto valor que tiene tu cónyuge? ¿Cómo expresas tu amor, cuidado, protección y sentido de seguridad? ¿Con delicadeza, respeto, comprensión, alta estima? Todo lo que des de valor se te devolverá con el mismo valor, tarde o temprano. Por supuesto que un corazón lleno del amor de Dios no lo hace por recibir recompensa, sino porque ha entendido el significado de ser un líder siervo.
¿Cómo tratas a tus hijos? El ser padres no nos da derecho de tratar a nuestros hijos como se nos dé la gana. Ellos merecen respeto, honra, amor, valoración, estima, porque son hijos de Dios. La Biblia tiene muchos pasajes donde nos enseña las maneras de educar y formar a nuestros hijos. También rendiremos cuentas ante Dios por cómo los hemos criado.
¿Cómo tratas a tus compañeros de trabajo y a sus superiores? Dios te ha dado el trabajo que ahora tienes, y debes administrar todo con sabiduría y conciencia de hacerlo como para Dios. ¡Tal vez en poco tiempo seas tú el jefe y ellos deberán respetarte por tu carácter excelente en Cristo y no a través de gritos e imposiciones! Tus compañeros, colegas, ayudantes, colaboradores, deben ser tratados con respeto, estima, empatía, consideración, aun cuando tú debes corregirlos por algo que no hayan hecho bien si esa era tu responsabilidad.
¿Cómo tratas a tus hermanos en el Cuerpo de Cristo? Un día, todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, y allí vamos a pasar toda la eternidad juntos. Las relaciones fraternales que estamos construyendo hoy durarán para siempre. Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
Eres un hombre de Dios, un discípulo genuino de Cristo. Permítete que otros vean la enseñanza de Jesús en tu conducta. Te sorprenderás al ver los cambios en las personas más difíciles cuando apliques cada día la regla de oro.
Pablo Giovanini
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“Líbrame de los hombres mundanos”
Salmo 17:13b-15 dice: “Libra mi alma de los malos con tu espada, de los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.”
Esta es una oración de David pidiendo protección contra los hombres malos, los que siguen la corriente del sistema del mundo. En este salmo, el autor los describe como “hombres mundanos” y le pide a Dios que lo libre de ellos.
Un “hombre mundano” es alguien que ha puesto a la filosofía del mundo como designio para su vida. Un hombre mundano evidentemente ama al mundo, está conformado al mundo, vive para ganarse la popularidad del mundo, las ambiciones del éxito del mundo, el placer y riquezas aunque las consiga por medios dudosos.
El hombre mundano obtiene “su porción en esta vida”. No piensa en la eternidad. Sus objetivos son temporales, su propósito es egoísta y todo lo que desea alcanzar debe estar aquí y ahora.
Aparentemente, al hombre mundano las cosas le van bien. Sus “vientres están llenos”, incluso también “sobra para sus pequeñuelos”. Sus necesidades están satisfechas y parece tener todo controlado. Se ve que a su familia no les falta nada y el futuro suena prometedor… Por lo menos, eso parece hoy, a los ojos de otros mundanos.
Pero David hace una pausa y declara: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.” En esta afirmación, está poniendo toda su esperanza en Dios. Está mirando hacia la eternidad, cuando lo vea cara a cara y todo estará muy claro para él, todo se entenderá según sus propósitos. Sabe que aquí y ahora hay muchas cosas que son superficiales, pasajeras, corruptibles, pero sembrar para la eternidad es imperecedero.
Además, el salmista descansa en la justicia de Dios, porque a los que hoy parece que les va bien, mañana tendrán que enfrentarse con Dios y responder por las maneras que obtuvieron sus beneficios, placeres, riquezas, fama y poder. Dios sigue sentado en su trono y eso significa que tiene el control de todo.
Nuestra oración debe estar unida a la de David: “¡Líbrame… de los hombres mundanos!”. ¡Líbrame de pensar como ellos! ¡Líbrame de actuar como ellos! ¡Líbrame de hacer alianzas con ellos para seguir sus caminos!
Dios dijo en Jeremías 17:19: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Dios nos libra de seguir el camino de los hombres mundanos para poder guiarlos a ellos a la santidad y temor de Dios. Somos los canales que Dios quiere usar para convertirlos en hijos de Dios.
Dios nos llama a ser hombres santificados. Hombres que se someten a la guía del Espíritu Santo, que reconocen su voz y la obedecen. Que pueden mirar a los hombres mundanos con la mirada de Jesús: Ellos viven bajo el maligno, esclavos del pecado, no tienen salvación, necesitan la gracia de Dios.
Dios nos ha llamado a ser luz y guía para los “hombres mundanos”, pero jamás lo seremos siendo mundanos. Debemos marcar una diferencia con la santidad, entonces ellos la verán y anhelarán la vida extraordinaria que nos da Jesucristo.
Hombre de Dios, Él te llama a ser un ejemplo de la maravillosa vida cristiana guiada por el Espíritu. Mira hacia arriba, donde Cristo está sentado en su trono reinando con justicia. Aprópiate del corazón de Cristo porque sigue latiendo por los perdidos diciendo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Dios te dio el mensaje, Dios te dio la nueva vida, Dios te dio el poder para ser testigo. Resplandece como hombre santificado y sé un testigo de la vida abundante de Cristo.
Pablo Giovanini
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Amor inalterable
Efesios 6:24 dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable.”
Parece que a los hombres hispanos no nos cabe la palabra amor. Antes de conocer a Cristo, cualquier hombre hispano ha vivido en el contexto de machismo donde en la mayoría de los casos no hemos aprendido a decir “te amo”. ¡Cuesta decírselo hasta a su esposa y a sus hijos!
Pero cuando Cristo tomó el control de nuestras vidas, todo empezó a cambiar. Ahora, un hombre de Dios sabe amar porque Él ha puesto su amor en su corazón. Y debemos comenzar a expresarlo a nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros padres, y también a Dios. Un hombre de Dios ahora sabe decir “te amo” sin avergonzarse, porque sabe que el verdadero hombre ama imitando a Cristo.
Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Jesús lo expresó verbalmente a sus discípulos, pero también en tus tiempos de oración privada con Cristo podrás escuchar que Él mismo te sigue diciendo “te amo”. Es que el amor de Dios no cambia, no se reprime ni siquiera cuando nosotros no le amamos, porque Dios es amor en esencia y sigue amando a pesar de nosotros. Ese mismo amor, Dios lo ha derramado en nosotros (Romanos 5:5). Entonces, si el amor de Dios es inalterable y Él ha puesto ese amor, entonces nosotros también tendremos amor inalterable.
Inalterable (en griego es “afthartós”) significa que no se corrompe, que no cambia por las circunstancias, que no puede destruirse. Dios nos ha dado de su gracia para que le amemos primero a Él de manera inalterable.
Dios nos enseñó que debemos amar a otros de manera incondicional. Si tenemos el verdadero amor de Dios entonces no estará sujeto a condiciones. No puedes decir “te amo pero…”, “te mano si…”, “te amo siempre y cuando tú…”, “te amo si tú me amas”. Dios nunca ha sido así con nosotros. El permanece fiel aunque nosotros fuéramos infieles (1 Timoteo 2:13). Si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amar de esa forma.
También debemos amar de manera proactiva. El hombre de Dios no espera que los demás lo amen para amar. No, él toma la iniciativa. Cuando ha sido ofendido, él mismo va a arreglar cuentas con el ofensor. En palabras de Jesús, “deja la ofrenda” y va a “arreglar cuentas con su hermano” (Mateo 5:24). Cuando hay conflictos, problemas interpersonales o mala comunicación, toma la enseñanza de Jesús y es bienaventurado por ser un pacificador.
Y además nuestro amor debe ser abnegado. Dar sin esperar nada a cambio. No puedo amar esperando que la otra persona me retribuya amor, no puedo hacer misericordia en forma de transacción para que el día de mañana la otra persona tenga misericordia conmigo. ¡Por supuesto que siempre se cumple la regla de oro!, pero mis intenciones no deben ser dar para recibir. Es dar sin esperar recompensa.
Un hombre de Dios debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Un hombre de Dios debe amar a sus hijos como Dios ama a sus hijos. Un hombre de Dios debe amar a los enemigos, porque Dios nos amó cuando nosotros todavía éramos enemigos y nos dio salvación.
El consejo divino del apóstol amado en 1 Juan 4:7-8 es: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Somos hombres de Dios que le conocemos y anhelamos conocerle más cada día. Y hoy tendremos la posibilidad de poner en práctica lo que Dios ya nos ha dicho. Observa las posibilidades que tienes de amar en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela, en tu iglesia, en cualquier ámbito. Solo pídele al Espíritu Santo que produzca el primer fruto en tu carácter: Amor. Después veras que detrás de este vendrán los otros: gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe mansedumbre, templanza…
Pablo Giovanini
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Persuadidos de lo mejor
Hebreos 6:9 dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.”
Una diferencia notable entre las personas que progresan en la vida de las que simplemente sobreviven es que las primeras buscan siempre lo mejor. No se conforman solo con lo bueno, van más allá del promedio, rompen la barrera de la mediocridad.
Tú y yo somos llamados por Dios a anhelar y buscar la excelencia. Él siempre tiene mucho más para nosotros, pero quiere ver nuestra búsqueda de lo mejor.
Para buscar a Dios primero debo buscarlo de la mejor manera. Dios le dijo a Jeremías que lo encontraríamos porque lo buscaríamos de todo corazón. Así que podemos hallar a Dios si lo buscamos con anhelo, pasión, perseverancia, compromiso. Él siempre está listo para relacionarse con nosotros.
Ahora, no es cuestión de aprenderse de memoria un método para tener éxito o una serie de pasos para triunfar en la vida. Tampoco es hacerlo porque otro nos presiona, o porque a otros le da resultados y no queremos quedarnos atrás. No. Según el versículo de Hebreos que acabamos de leer, la clave está en “estar persuadido”.
Según el diccionario, persuadir significa: “Conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado.” Para nosotros, la Palabra de Dios es suficiente argumento y razón para creer que Dios tiene lo mejor para nuestras vidas. Su palabra es quien nos persuade a entender que hay cosas mejores para nosotros.
Estudia los siguientes versículos y permite que la Palabra te persuada a buscar siempre lo mejor:
Proverbios 8:11: “Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas”.
Lc. 15:22: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.”
1 Co. 12:32: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.”
Heb. 7:22: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto.”
Heb. 12:24: “A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Heb. 10:34: “Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos”
Heb. 11:16: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.”
Heb. 11:35: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.”
Heb. 11:40: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.”
1 Tim. 6:2: “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio.”
Fil. 1:10: “Para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo”
¿No crees que hay suficiente base para tomar conciencia de que debemos buscar siempre lo mejor de Dios para nosotros?
Te hago una pregunta clave: ¿Eres capaz de esperar para obtener lo mejor, o prefieres recibir algo bueno ahora mismo? Si no puedes controlar tus deseos de lo inmediato con el fin de esperar algo superior más adelante, si te conformas con lo primero que puedes obtener a costa de perder algo excelente, no estás preparado para lo mejor. Seguirás siendo conformista. El cambio debe venir de tu manera de pensar.
Observa la vida del apóstol Pablo. Recorrió toda Asia predicando el evangelio, pero él quería llegar a Roma para establecer un centro de operaciones en la ciudad capital. Incluso desde allí quería ir a evangelizar España. Podría haberse evitado el arresto y maltratos en Jerusalén, pero él lo prefirió para llegar a Roma. Esa era su meta para que el propósito de Dios se cumpla en su vida. Pablo nunca fue conformista, siempre buscó lo mejor de Dios para su vida y la de los que amaba.
Mira la tentación de Satanás a Cristo: “Todos los reinos del mundo te daré si postrado me adoras”. Era un camino fácil para ser el rey del universo. Parecía muy buena la propuesta, no debía morir en la cruz, no había que sufrir ni tener que demostrar su resurrección, pero era una tentación diabólica, si la aceptaba estaría siempre bajo el dominio del diablo. Era un atajo opuesto al plan de Dios. Cristo lo rechazó. Él buscaba la perfección. La obra de Cristo fue perfecta, su vida fue perfecta, su sacrificio fue perfecto, la salvación es perfecta.
No te conformes con poco, no te conformes con lo instantáneo, no te conformes con la bagatela, busca la excelencia. Haz como el hombre que después de haber buscado toda su vida las buenas perlas, encontró la mejor, vendió todo lo que tenía y la obtuvo. Si tienes a Cristo y sus maravillosas promesas no puedes buscar menos que la excelencia.
Pablo Giovanini
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Somos lo que pensamos
Proverbios 23:7 dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.”
El contenido de tus pensamientos muestran la forma de tu manera de pensar. Cuando yo era niño, a mi tía le salían todos los pasteles de la misma forma, siempre con los bordes ondulados, porque solo tenía un molde para cocinar. ¡Era fácil saber cuál era el pastel que había hecho ella! Así también es con la manera de pensar: Tus pensamientos la evidencian.
Si tienes pensamientos santos, entonces tu manera de pensar es santa. Si todo el día te la pasas pensando en sexo, en venganzas, en mentiras, en violencia, en orgullo… entonces tu manera de pensar sigue siendo carnal. Tus pensamientos dicen lo que tú eres. Evalúate: ¿Qué piensas durante todo el día?
Desde que decidimos ser hijos de Dios, nuestra mente debe estar sometida al Espíritu Santo para que Él produzca diariamente una renovación. Pero el Espíritu Santo trabaja en cooperación con nosotros: Debemos diariamente someter nuestra mente al control del Espíritu. Él comenzará filtrando nuestros pensamientos. Cuando vengan pensamientos carnales, inmediatamente debemos rechazarlos y pensar en cosas que nos edifiquen. Cuando vengan pensamientos negativos, debemos recordar las promesas de Dios para nuestra vida y pensar con fe y esperanza.
Debemos querer cambiar para que realmente cambiemos. Para querer cambiar debemos tener un modelo a seguir, una meta: ¿Qué tipo de mente deseamos tener? ¿Cómo es la mente de Cristo?
Observemos el modelo que nos aconseja el apóstol Pablo en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
a. Lo verdadero. No hay lugar en nuestra mente para concebir mentiras, ni siquiera medias verdades. Si tú eres capaz de pensarlas, entonces de seguro las dirás tarde o temprano. Pero una mente verdadera controla la lengua para decir lo verdadero. El Espíritu te recordará que toda mentira sale a luz y las consecuencias siempre son peores cuando la otra persona se entera de que cuando uno mismo las reconoce y pide perdón.
b. Lo honesto. “Lo respetable”. Pensar de manera que merezca respeto. No hay lugar para pequeños engaños. Un cristiano con una mente sometida al Espíritu es transparente. Lo que se ve es lo que hay. No podemos tomar tiempo en pensar en salidas engañosas a los problemas, en alternativas o atajos que Dios no aprueba.
c. Lo justo. Pensar siempre en dar justicia a quien lo merece. Si tu empleador te paga por tus horas de trabajo, no puedes pensar en cómo otro puede marcar tarjeta por ti mientas estás descansando. No es justo. De hecho, es pecado. El Espíritu Santo te guiará a pensar en lo que es justo no solo para ti, sino para tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus amigos, tu jefe y hasta los desconocidos.
d. Lo puro. Lo contrario es impureza, y la Biblia lo amplía con vocablos como lujuria, lascivia, fornicación, adulterio, malas intenciones, doble sentido. Una mente pura puede pensar en el sexo dentro del matrimonio de una manera pura y santa.
e. Lo amable. No hay lugar para manifestaciones violentas de ningún tipo. Aun nuestras palabras deben estar controladas para responder con amabilidad, y tener actitudes de cortesía con el prójimo. El Espíritu Santo nos transforma el carácter y la conducta.
f. Lo que es de buen nombre. “De buena reputación”. Que nuestra manera de pensar sea atractiva. No podemos pensar en cosas que son mal vistas a los ojos de Dios y de las personas. Dios nos guiará para pensar, hablar y vivir con gracia.
g. Virtud. Excelencia moral. No buscar menos que la excelencia. Dios se merece lo mejor de nosotros y nuestra entrega comienza dándole a Dios nuestra mente. Piensa en todo lo que produce crecimiento espiritual, mayor fe, mejor servicio, mejor reputación.
h. Digno de alabanza. Que nuestra mente glorifique a Dios durante todo el día. Que nuestros pensamientos traigan alabanza sin cesar a Dios.
Que esta semana tu reto sea ajustar tu mente a este modelo a seguir. Evalúate cada día para ver cómo estás pensando.
Romanos 8:5 nos dice cuál será el resultado: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”.
Pablo Giovanini
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Dios, mi celular, y yo.
A partir del lanzamiento de los teléfonos celulares inteligentes, parece que nuestras vidas giraran en torno a ellos. Todo lo tenemos centralizado en nuestro pequeño aparato. Lo que antes escribíamos anotando en un cuaderno para no olvidarnos lo que íbamos a hacer en el día, ahora lo ponemos en el celular. Los calendarios de papel están siendo remplazados por los tecnológicos. Tampoco necesitamos leer nuestros e-mails en la computadora (A propósito, también la computadora de casa parece tener menos trabajo). La alarma para despertarnos, toda la música que nos gusta, los libros, la Biblia, la temperatura, ¡todo está en nuestro celular!
Tu celular puede ser un medio de bendición o una herramienta de perdición, depende de cómo lo uses y con qué propósito. Medita en las siguientes preguntas:
¿Quién controla a quién? ¿Tu celular te controla a ti o tú controlas tu celular? Tú tienes la última palabra para tomar una llamada o no, abrir una página de internet o no, textear en el momento oportuno o recibir un ticket de la policía, leer una noticia que llega en un momento de conversación importante… Tú eres el que debe controlar tu celular, manejarlo correctamente y en el momento oportuno.
¿Cuánto tiempo inviertes en el uso de tu celular? ¿Cómo manejas tu tiempo? ¿Te da la sensación de que el uso del celular te hace perder el tiempo? Tu tiempo es valioso. Recuerda que el propósito de que tengas celular es para ayudarte a ahorrar tiempo en las comunicaciones (¡Para eso se supone que vienen cada vez más rápidos!). Si te pasas horas con tu celular y no puedes dedicar tiempo para Dios, para tu familia, para tus hermanos y amigos, entonces estás perdiendo tu valioso tiempo.
¿Qué apps tienes instalados? ¿Qué ves en internet? ¿Puedes ver películas o programas de TV? Estas preguntas están relacionadas con el contenido. Tú sabes muy bien qué edifica y qué no. Todos debemos saber seleccionar. Es tu decisión entre la vida y la muerte espiritual. La pornografía está al alcance de cualquiera, por eso necesitamos vivir conectados con el Espíritu Santo para no ceder ante las tentaciones que aparecen constantemente. No abras la puerta a Satanás en sitios que promueven el sexo, la violencia, el terror paranormal, y cualquier mensaje que se opone al evangelio.
¿Estás enganchado a las redes sociales? ¿Con qué propósito? ¿Con quiénes estableces relaciones? Por si a alguien le interesa, yo no soy amigo de las redes sociales, no tengo ninguna cuenta en ellas. Pero, algunos dicen que las usan para evangelizar, predicar y aconsejar. Otros con ese mismo pretexto están encontrándose con ex novias, mujeres de extrañas intenciones, compañías que no están muy claras. ¡Cuidado con las redes sociales! Algunos se desviaron del camino del Señor por contactar personas que fueron usadas por Satanás para desviarlos, ¡incluso durante un servicio!
¿Cualquier persona podría ver tu celular sin problemas? ¿Tu esposa puede saber tus passwords? ¿Hay algo oculto que solo tú (¡y Dios!) sabes? Puedes perder tu celular pero no tu testimonio. Debes ser irreprensible en todo tiempo, que nadie tenga nada malo que decir de ti (al menos con la verdad) ni sospechar de ti.
Toma el consejo del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:12: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.”
Revisa tu celular y pregúntate: ¿Hay algo que no glorifica a Dios? ¿Hay algo que no me edifica? ¿Hay algo que no edificaría a otra persona que encontrara mi celular?
Pablo Giovanini
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¿Con qué motivación hacemos las cosas?
Los hispanos estamos acostumbrados a que nos reten para hacer las cosas, acostumbrados a que nos digan lo que hay que hacer siempre, acostumbrados a movernos solo cuando hace falta. Hemos sido enseñados a movilizarnos a través de la motivación negativa del miedo. Si lo hacemos bien, tendremos a todos contentos; si lo hacemos mal, recibiremos el castigo de todos. Y parece que siempre actuamos por temor a alguien, por miedo a ser despreciados, miedo a ser intimidados, miedo a que no nos amen y acepten como somos, miedo a ser maltratados y abusados.
Pero Cristo nos ha mostrado una nueva forma de hacer las cosas: por amor. Él mismo dio el ejemplo ofreciéndose en la cruz para morir por nuestros pecados, por amor. Dios el Padre lo envió al mundo, por amor. Y nos salvó gratuitamente por su gracia, porque quiso amarnos a pesar de lo que habíamos sido… y de lo que seguiremos siendo…
Ahora Dios ha puesto su amor en nosotros, para que como Él nos amó, nosotros también amemos. Amemos a Dios, amemos al prójimo, y nos amemos unos a otros con el amor de Dios.
También a la hora de las acciones, Dios quiere que obremos por amor. Ya no más por miedo o temor. El amor debe ser nuestra motivación. Por eso ya no es cuestión de que nos movamos por recompensas o castigos, eso era en tiempo de la ley. Ahora en la gracia de Cristo, Su amor es el que debe movilizarnos.
Este amor divino que hemos recibido debe permanecer puro, sin contaminaciones, sin alteraciones, sin mezclas. El apóstol Pablo le dice a su joven ministro: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”. (1 Timoteo 1:5)
El verdadero amor de Dios proviene de tres canales que deben estar siempre limpios:
a. Corazón limpio: Si el corazón está sucio, el amor se corrompe. Si el corazón está adulterado, nuestras acciones van a estar adulteradas. Hay muchas situaciones diarias que intentan corromper y ensuciar nuestro corazón: El chisme, las malas conversaciones, la sensualidad, las mentiras, el engaño, y una lista interminable que todos conocemos. Así como todos los días tenemos que sacar la basura de nuestras casas, así también debemos sacar la basura de nuestros corazones diariamente. Más de un día, la basura comienza a dar mal olor. Necesitamos una limpieza espiritual profunda para que nuestro corazón siempre se mantenga limpio.
b. Buena conciencia: El Espíritu Santo siempre nos dice la verdad y nos guía a proceder en santidad. Pero no siempre tomamos las mejores decisiones, Por supuesto, no es por responsabilidad del Espíritu sino nuestra, porque Él trabaja con nuestra conciencia. Así que el problema es nuestra conciencia. ¿Quién la ha formado? ¿Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros líderes de la iglesia, nuestros amigos, la universidad… o la Palabra de Dios? Ella es la que debe formar nuestra conciencia para saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo que agrada a Dios y lo que le desagrada. Cuando nuestra conciencia es buena, vamos a madurar más rápido y podremos alcanzar asuntos espirituales más profundos (Hebreos 5:14).
c. Fe no fingida: Si vamos a creer, debemos hacerlo sin hipocresía. No estamos para demostrar cuán espirituales somos por la fe que tenemos. La fe es para depender del Espíritu Santo y movernos en obediencia cuando Él nos indique. Si la fe es pura y limpia, entonces, todo lo que pidamos con fe en su nombre, Él lo hará.
Es bueno poder detenernos y evaluar cuál es la verdadera motivación por la cual hacemos las cosas. Si es por amor, debe provenir de un corazón limpio, una conciencia buena y una fe no fingida. Estas tres áreas deben ser evidentes en nuestra vida, y los que nos rodean serán los primeros en darse cuenta, porque “lo que ven, es lo que hay”.
Pablo Giovanini
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¿Prudente o miedoso?
No es lo mismo ser prudente que miedoso. Una persona prudente es aquella que piensa sobre los riesgos que implican sus decisiones, adapta o cambia la conducta para no recibir consecuencias negativas innecesarias; es el que pone cuidado, moderación o sensatez para evitarse perjuicios en su contra.
Pero el miedoso es una persona que siente angustia por un problema, riesgo o peligro, sea real o imaginario; es la persona que tiene un sentimiento de desconfianza que lo lleva a creer que le va a pasar lo malo, que va a fracasar, que recibirá las consecuencias negativas.
Un prudente piensa, reflexiona acerca de los posibles riesgos, y traza un plan para evitar las cosas malas. Un miedoso siente o cree que le va a ir mal; cuando ve los riesgos y las posibilidades no actúa porque siente o cree que todo saldrá mal.
La Biblia habla de las dos posiciones. Siempre nos exhorta a no tener miedo, pero a ser prudente en todo. Observe los siguientes versículos:
Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Proverbios 2:1-6: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.”
El temeroso pone la mirada en las circunstancias y cree… cree que le irá mal, y siente que recibirá todas las consecuencias negativas.
El prudente calcula los gastos, observa dónde están los males, corrige lo torcido, endereza el rumbo, cubre los posibles riesgos, y cree… cree que Dios guiará sus pasos porque en Él está confiando, y ¡toma la decisión en fe!
El miedoso no toma decisiones porque cree o siente que nunca le irá bien. Así que está parado, estancado, petrificado, inamovible. Nunca sabrá si ese plan hubiera funcionado porque nunca tomó la decisión. Nunca sabrá si ese negocio hubiera sido un éxito porque nunca arriesgó. Nunca sabrá si Dios lo hubiera usado con ese ministerio porque nunca emprendió el viaje.
La prudencia nos hace reflexionar para bien, para perfeccionar el plan, para evitar errores innecesarios, para seguir avanzando dándole lo mejor a Dios. El temor nos detiene, nos paraliza y nos trunca la oportunidad de darle la gloria a Dios con nuestras decisiones.
Tampoco creamos que cuando alguien dice “yo no tengo miedo” significa que es prudente. Hay muchos que se arriesgan a cometer locuras que Dios nunca les dijo que hicieran y terminan mal. Por eso, para glorificar a Dios, la valentía debe ir acompañada de la prudencia. Pero también, como alguien una vez dijo, nunca el temor debe disfrazarse de prudencia.
Tampoco es lo mismo ser “creyente” que ser “crédulo”. El creyente que confía en Dios es prudente; pero un crédulo es simplemente ingenuo, simple, no ve los peligros y no corrige su rumbo. Dios quiere hijos valientes, no temerosos; pero también los quiere prudentes, no simples.
Dios ha prometido estar con nosotros siempre. Esta promesa nos da la valentía que necesitamos para hacer su obra. Cuando buscamos el rostro de Dios, tener su mente y corazón, actuar como Él lo haría, entonces nuestros miedos se van y Dios nos llena de seguridad. Sal. 34:4: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me a libró de todos mis temores.”
Hombre de Dios, sé prudente y mira bien tus pasos, pero no dejes nunca que el temor te paralice. Dios está contigo donde quieras que vayas y serás un instrumento para su gloria si después de haber dado lugar a la prudencia actúas en fe confiando en lo que Dios hará.
Pablo Giovanini
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Con una nueva mirada
Muchas veces vemos lo que queremos ver. Otras veces no vemos lo que debemos ver. Y por supuesto, también no vemos lo que no queremos ver. Parece que vemos más con la mente que con los ojos. Nuestras pupilas captan lo que está pasando pero nuestra mente se niega a aceptar la realidad.
Esto también pasa con nuestra visión espiritual. Cuando estamos frente a una disyuntiva, un dilema, tenemos dos opciones para decidir, una está respaldada por lo que dice la Biblia, la otra por lo que más nos gusta. Si nos hemos sometido al Espíritu Santo, Él mismo nos recordará la Palabra, y si somos sensibles a su voz, tomaremos la decisión correcta respaldada por la Biblia. Pero no siempre actuamos así. Cuando nuestros deseos se hacen fuertes en nuestra mente empieza una lucha interior entre lo que debo hacer y lo que me gustaría hacer. Ahí es cuando la lucha se hace larga.
Dentro de nosotros, la “carne”, también llamada la “concupiscencia”, o deseos de nuestra vieja naturaleza que estaba habituada al pecado, sigue allí, parece muerta pero está latente, queriendo despertar y tomar el control de nuestro corazón. Si le damos lugar, entonces nuestra lucha será fuerte, larga y penosa. Si la “carne” empieza a tomar el control de nuestra manera de pensar, hasta llegaremos a justificar nuestros deseos contrarios a la voluntad de Dios. Le pasó a Lot.
Abraham había hablado con Lot, su sobrino, porque sus ganados eran demasiado grandes para convivir juntos, y sus pastores empezaban a pelearse. Fueron hasta un monte alto para tomar una decisión: Si uno iba al norte, el otro iría al sur; si uno al este, el otro al oeste.
Abraham, quien era la persona espiritual que escuchaba a Dios antes de tomar una decisión, le dio la oportunidad a Lot de escoger primero a dónde se iría. Observe cómo vio Lot la tierra. Dice en Génesis 13:10-11: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.”
Lot miró las cosas con una visión carnal, según sus propios deseos. La mejor tierra estaba justo en la pecaminosa ciudad de Sodoma. No era un lugar para vivir para un hijo de Dios. Sin embargo, él se escuchó a sí mismo y hasta la vio “como el huerto de Jehová”. ¡Si hasta le parecía que era el mismo Edén! ¡Cómo no estaría Dios ahí si se veía espectacular! Lot no necesitaba orar, él ya había elegido lo que sus ojos querían ver, lo mejor para su gusto personal. ¿Para qué orar? Si Lot hubiera sido latino habría dicho: “¡Dios sabe!”.
Lot terminó muy mal en Sodoma. Cada día iba corriendo sus tiendas hasta que entró en la misma ciudad y se integró a esa comunidad. Pero unos ángeles vinieron a avisarle que Dios destruiría la ciudad entregada al pecado, y si quería salvar su vida y la de su familia solo le quedaba escapar sin tomar nada para sí. Lamentablemente, Lot perdió todo: su casa, sus posesiones, sus amistades, sus yernos, su posición social, y hasta su esposa, convertida en estatua de sal. Es el triste fin de una persona que se deja guiar por sus propios deseos justificándolos con que “Dios lo había provisto”…
Pero no fue así con Abraham. Observe la enorme diferencia según el pasaje de Génesis 13:14-15: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Abraham esperó hasta que Lot decidiera y se fuera. Luego escuchó a Dios que Él mismo le dijo: “Alza ahora tus ojos”.
La visión de Abraham no fue carnal, porque escuchó a Dios que le dijo que ahora sí podía ver lo que Él veía: Toda la tierra iba a ser suya. El padre de la fe tuvo una visión espiritual dada directamente por Dios. Así fue como nunca desesperó y esperó el cumplimiento de la promesa, aunque esta se tardara años en llegar. Abraham estaba aprendiendo a no depender de su propia visión carnal, de sus propios gustos, de ver las cosas con la mente de la vieja naturaleza. Ahora estaba escuchando a Dios y viendo lo que Él quería que viera.
¿Qué visión tenemos de las cosas? ¿Cómo la de Lot, que nos parece que es de Dios, que es la mejor, aunque haya asuntos que espiritualmente no nos cierran o nos intranquilizan? Cuando Dios nos muestra lo que Él tiene para nosotros, habrá paz, respaldo de su palabra, convicción del Espíritu Santo, y hasta apoyo de consejeros maduros y espirituales.
Todos los días tenemos la decisión en nuestras manos: Guiarnos por nuestra visión carnal controlada por nuestros deseos, o una visión de Dios acerca de lo que Él tiene para nosotros respaldados por su palabra. Puedes ser un ejemplo de fe a tu familia como Abraham, o perderlo todo como Lot. Dependerá de cómo quieras ver las cosas.
¡Danos Señor tus ojos para ver como tú ves, tu mente para pensar como tú piensas, tu corazón para entender lo que tú ves, y la valentía para decidir siempre hacer tu voluntad!
Pablo Giovanini