Devocionales para hombres - Verano 2016
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
A la práctica
Santiago 1:22-25: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Dios nos habló este fin de semana abundantemente. Cada área de nuestra vida ha sido cubierta. Ya no tenemos la excusa de que no sabemos lo que Dios quiere o que su voluntad es difícil de distinguir. Ahora vayamos a la práctica. Qué vamos a hacer con lo que recibimos. Hagamos un recuento:
Ya sabemos la misión que tenemos: Hacer discípulos, en todo lugar, en todo tiempo. Comencemos por las personas que nos rodean: Nuestros hijos, cónyuge, padres, hermanos, tíos, abuelos… ¡Predícale hasta a tu suegra! ¡No sabes lo maravilloso que es la vida con una suegra que realmente ama a Cristo! No significa que vas a ser un Billy Graham de un día a otro. Comienza de manera sencilla, con tus propias palabras, aprovecha cada oportunidad para hablar de lo que Cristo hizo en ti: Tu matrimonio en restauración, la recuperación de tus relaciones perdidas, el nuevo comienzo de amar y estar presente en la vida de tus hijos, etc.
Córtale la cabeza a cada Goliat de tu vida. Acuérdate que para tener la victoria permanente no alcanza con tirarle piedras aunque le pegues en la frente. Hay que cortarle la cabeza. Arranca de tu vida todo aquello que es de tropiezo a tu vida espiritual, lo que detiene tu fe, lo que te hace retroceder, lo que te estanca. Toma decisiones drásticas. A veces hay que dejar de lado amistades que no edifican.
Mantén tu altar siempre preparado. Si estuvo durante un tiempo abandonado, repáralo nuevamente. Pon cada piedra en su lugar. Establece las prioridades correctas en tu vida. Construye con material imperecedero. No inviertas en la superficialidad. Tu tiempo es valioso y Dios te da los recursos que necesites. Que tu vida refleje siempre el fuego de Dios, el poder del Espíritu en ti.
Enciende a otros. Eres un carbón encendido por Dios para contagiar. Tu fuego avivado motivará a otros a buscar de Dios. Si tú mueves tu barca, otras barcas se moverán. Si otros no oran, toma tú la iniciativa, si nadie quiere evangelizar, da el primer paso. Si nadie quiere cantar, alza tu voz y deja que Dios use tu canto para su gloria. Sé un agente de cambio.
Entrégate cada día a Dios y Él hará su obra.
Pablo Giovanini
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La oración eficaz
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Santiago 5:16-17 dice: “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.
Dios nos está llamando para hablar con Él, todos los días. Dios usa a otros también para motivarnos a pasar tiempo en su presencia. El anhelo de Dios es tener una relación íntima con cada uno de sus hijos. Y cuando nosotros comenzamos a tener el mismo corazón de Dios, entonces también podemos comenzar a sentir ese anhelo. El salmista dice en el Salmo 84:2: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová”. Ese es el anhelo ardiente” que viene de Dios. Y viene porque nosotros lo alimentamos. Su pasión por conocerle se acrecienta cuando tomamos el mejor tiempo para estar con Él.
Cuando estamos en su presencia, toda oración que hagamos, será “eficaz”. Cuando estamos en su presencia entendemos lo que Dios quiere hacer. De Él viene la visión, el discernimiento de los corazones, la revelación de sus planes futuros, la distinción de los tiempos, las maneras en que Dios quiere moverse en nosotros y a través de nosotros.
Dios responde a los justos, porque ellos hacen oraciones eficaces, según la perspectiva de Dios, el tiempo que Él considere necesario para la respuesta, e incluso el tipo de respuesta según su voluntad. Nuestras oraciones eficaces no son para moverle el brazo a Dios, sino para entender cómo Él quiere mover su brazo. Entonces oramos según su corazón, su mente, su tiempo.
Estas oraciones las pueden hacer los justos, es decir, todos los que han sido lavados por la sangre de Cristo, los que han sido regenerados por el Espíritu Santo, los que han sido adoptados hijos de Dios. No son los “buenos” sino los “justos” quienes tienen oraciones eficaces porque el valor de la oración depende de la respuesta divina. ¿Para qué sirve hacer las más sofisticadas oraciones si no tienen respuesta? (A esta pregunta le continúa el por qué no tienen respuesta: Las oraciones “con uno mismo” no están basadas en la obra de Cristo y no son eficaces para Dios). Todo hijo de Dios que ora con fe confiando en la obra de Jesucristo será escuchado siempre por el Padre y recibirá la respuesta según su voluntad.
El ejemplo de Santiago es Elías. ¡Tremendo hombre de Dios! Sin embargo nos dice que era igual que nosotros, las mismas pasiones semejantes a las nuestras. Entonces, si él oró eficazmente, también lo haremos nosotros.
Elías oraba bajo la presencia de Dios. Él sabía lo que Dios quería porque Dios se lo comunicaba. Entonces, ¡¿Cómo el Señor no iba a responder?!
Elías oraba con anhelo y pasión espiritual. Lea las oraciones de este varón en 1 Reyes y descubrirá su deseo ardiente por Dios. Cada oración suya movía el cielo y el infierno. Nada quedaba igual después que él oraba.
Elías oraba con fe. El creía que cada palabra suya en comunicación con Dios era escuchada. Así que podía orar para que llueva o que no llueva, para que resucitara un joven muerto, para que no falte aceite de una viuda, para que Dios haga descender fuego del cielo. Su fe era ilimitada. Todo es posible si le creemos.
Elías oraba esperando el tiempo de Dios. Podía orar para que no lloviera y esperar la siguiente instrucción de Dios. Después de tres años, ¡tres años! Dios le dice que vuelva a orar por lluvia. Se ocultó en una cueva donde dos cuervos lo alimentaban hasta que el arroyo del cual bebía se secó. Luego escucha otra vez a Dios dándole otra instrucción. Eran oraciones concomitantes a la obediencia. Dios siempre responde a estas oraciones.
Elías oraba para que Dios siempre sea glorificado. Él nunca se atribuyó ninguna gloria, ningún beneficio, ningún premio para sí. Siempre llevó al pueblo a escuchar a Dios y adorarlo a Él.
Tú eres también un hombre de Dios que está siendo formado para ser su instrumento en este tiempo. Tus oraciones serán respondidas por Dios, a su tiempo y forma. Solo confía y actúa escuchándolo a Él. Pasa tiempo con Dios y verás que ese anhelo crece, ese deseo de estar en su presencia serás el deleite más sublime en tu vida.
Pablo Giovanini
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“¡Escoge la vida!”
Cuando Jesús murió en la cruz, había también dos ladrones a ambos lados que eran crucificados por sus propios delitos. Ellos sabían que Jesús estaba siendo sentenciado a muerte injustamente. ¡El mismo Mesías estaba muriendo en lugar del pecador para darle vida eterna! El mensaje era evidente, a tal punto que Jesús no tuvo que predicarles con palabras a sus acompañantes. Él no hizo ningún llamado, pero hubo dos respuestas, dos decisiones frente a su obra en la cruz.
El ladrón arrepentido reconoció a Jesús como Mesías y Rey. Le pidió que se acordara de él en su reino. Jesús simplemente pronuncia que ese mismo día estaría con Él en su reino. Alcanzó salvación por reconocer que era pecador, que Cristo era el Salvador y poner su confianza en Él.
El ladrón del otro lado tuvo la misma oportunidad. Pero decidió ser burlón, necio, orgulloso, creer que tenía la razón en sus argumentos, y al fin rechazó la salvación de Cristo. El Señor no le respondió al ladrón burlador, porque con sus mismos dichos ya se había condenado a sí mismo.
¿Puedes sentir la tristeza de Jesús al saber que le estaba dando la última oportunidad para ser salvo, en el último segundo de su vida, y este ladrón insensato toma la decisión del rechazo? Esta historia nos parece lejana a nuestra realidad, pero cuando alguien que le hemos predicado el evangelio muere y no estamos seguros si este se hubiera arrepentido en el último minuto de sui vida, empezamos a sentir lo que sintió Jesús. Pero recuerda, Jesús no obligó a nadie a creer, él lo deja a la libre elección de cada persona.
¡Libre albedrío! Qué fuerte es el libre albedrío. Dios lo creó en el hombre como parte de su imagen y semejanza. El Creador puso las reglas del uso del libre albedrío, y además, Él se sujeta a sí mismo a lo que ya estipuló. Dios dijo y sigue diciendo “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). ¡Escoge! ¡Escoge la vida!
Dios no obliga a nadie, no le tuerce el brazo al pecador, no nos trata como a robots. Él espera nuestra decisión. Nos da oportunidades cada día para que escojamos su amor, perdón, restauración, vida eterna. “¡Escoge la vida!”, sigue proponiéndonos hoy. En medio de las densas tinieblas, en medio de los más crueles pecados, en el punto máximo de rebeldía, Dios sigue susurrando “¡escoge la vida!”. Envía mensajeros, sus portavoces, sus hijos que anuncian el evangelio con su mismo corazón, y sigue repitiendo una y otra vez “¡escoge la vida!”. Pero al fin, cada uno es responsable de su propia decisión. Tarde o temprano, habrá solo una última oportunidad. Pero el sentir de Dios es el mismo: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.” (Ezequiel 18:32).
Cuando una persona que ha escuchado muchas veces el mensaje del evangelio muere, Dios ha considerado que a esa persona Él le ha dado suficientes oportunidades para que decida por la vida eterna, o la condenación eterna. Si no fuera así, Dios no permitiría que esa persona muriera, porque tendría tal vez otras oportunidades más. Pero Dios es el único que tiene ese control. Nosotros no.
Nosotros no manejamos los tiempos de las personas, ni siquiera el nuestro. Solo Dios sabe cuál es el último día de cada una de nuestras vidas. Él es Soberano, es Omnisciente y Sabio. Lo que nos resta a nosotros que conocemos la verdad de Dios es predicar el evangelio a toda criatura. No sabemos cuánto tiempo tendremos para hacerlo, tampoco sabemos cuánto tiempo de vida tendrán las personas que nos rodean. Nosotros seguiremos transmitiendo el corazón de Dios a cada persona diciéndoles “¡escoge la vida!” hasta que solo Él diga cuándo es la última oportunidad.
Pablo Giovanini
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La regla de oro siempre efectiva
Lucas 6:31 dice: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” Este mandamiento de Jesús ha sido denominado “la regla de oro”. Es el primer gran principio para mantener relaciones sanas.
Es un principio de autoevaluación. Jesús dice esta frase a personas que se aman a sí mismos, que se respetan, que se valoran. Por supuesto que no le está diciendo a alguien que tiene pensamientos distorsionados con respecto a sí mismo (aunque a un masoquista le guste sufrir, ¡no debería hacer sufrir a los demás!) ¿Cuánto tú te valoras? ¿Sabes cuán importante eres para Dios? Cuando un cristiano reconoce el alto valor que tiene por haber sido comprado a precio de la sangre de Cristo, no quiere destruirse, no quiere dañarse, ni lastimarse, ni tampoco despreciarse. Desde esta posición debemos desear lo mejor de Dios para nosotros, anhelar que los demás nos traten con respeto, con valor, con amor y estima. Entonces debemos tratar a los demás de la misma manera.
Es un principio proactivo. Ha habido otros pensamientos y frases célebres similares, como por ejemplo “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero esta frase es pasiva, porque dice “no hagas”. Esta manera de pensar nos aquieta, nos paraliza y solo podríamos reaccionar ante una buena acción de otro hacia nosotros. Pero lo que dice Jesús es distinto: Hay que tomar la iniciativa. “¡Así haced!” dice el Señor. No es un principio negativo en donde solo pensaríamos en qué es lo que no debo hacer, sino más bien es positivo, porque me ayuda a pensar en qué es lo que debo hacer.
Es un principio práctico. Jesús no decía filosofías huecas para simplemente registrarlas en algún libro (De hecho, Jesús nunca escribió ningún libro, fueron otros que escribieron lo que Él dijo). Jesús desea que sus dichos y palabras se pongan en práctica en nuestras vidas. El que aplica lo que Él dijo, será semejante a un hombre que edificó su casa sobre la roca. Pueden venir inundaciones, terremotos, huracanes, pero si el fundamento es Cristo y su Palabra, ese hogar permanecerá para siempre.
¿Cómo tratas a tu esposa? ¿Como te gustaría que te trataran a ti? Alguien dijo con verdad: “Si usted quiere que lo traten como a un rey, antes debe tratar a su esposa como una reina”. ¿Cómo reconoces el alto valor que tiene tu cónyuge? ¿Cómo expresas tu amor, cuidado, protección y sentido de seguridad? ¿Con delicadeza, respeto, comprensión, alta estima? Todo lo que des de valor se te devolverá con el mismo valor, tarde o temprano. Por supuesto que un corazón lleno del amor de Dios no lo hace por recibir recompensa, sino porque ha entendido el significado de ser un líder siervo.
¿Cómo tratas a tus hijos? El ser padres no nos da derecho de tratar a nuestros hijos como se nos dé la gana. Ellos merecen respeto, honra, amor, valoración, estima, porque son hijos de Dios. La Biblia tiene muchos pasajes donde nos enseña las maneras de educar y formar a nuestros hijos. También rendiremos cuentas ante Dios por cómo los hemos criado.
¿Cómo tratas a tus compañeros de trabajo y a sus superiores? Dios te ha dado el trabajo que ahora tienes, y debes administrar todo con sabiduría y conciencia de hacerlo como para Dios. ¡Tal vez en poco tiempo seas tú el jefe y ellos deberán respetarte por tu carácter excelente en Cristo y no a través de gritos e imposiciones! Tus compañeros, colegas, ayudantes, colaboradores, deben ser tratados con respeto, estima, empatía, consideración, aun cuando tú debes corregirlos por algo que no hayan hecho bien si esa era tu responsabilidad.
¿Cómo tratas a tus hermanos en el Cuerpo de Cristo? Un día, todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, y allí vamos a pasar toda la eternidad juntos. Las relaciones fraternales que estamos construyendo hoy durarán para siempre. Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
Eres un hombre de Dios, un discípulo genuino de Cristo. Permítete que otros vean la enseñanza de Jesús en tu conducta. Te sorprenderás al ver los cambios en las personas más difíciles cuando apliques cada día la regla de oro.
Pablo Giovanini
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“Líbrame de los hombres mundanos”
Salmo 17:13b-15 dice: “Libra mi alma de los malos con tu espada, de los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.”
Esta es una oración de David pidiendo protección contra los hombres malos, los que siguen la corriente del sistema del mundo. En este salmo, el autor los describe como “hombres mundanos” y le pide a Dios que lo libre de ellos.
Un “hombre mundano” es alguien que ha puesto a la filosofía del mundo como designio para su vida. Un hombre mundano evidentemente ama al mundo, está conformado al mundo, vive para ganarse la popularidad del mundo, las ambiciones del éxito del mundo, el placer y riquezas aunque las consiga por medios dudosos.
El hombre mundano obtiene “su porción en esta vida”. No piensa en la eternidad. Sus objetivos son temporales, su propósito es egoísta y todo lo que desea alcanzar debe estar aquí y ahora.
Aparentemente, al hombre mundano las cosas le van bien. Sus “vientres están llenos”, incluso también “sobra para sus pequeñuelos”. Sus necesidades están satisfechas y parece tener todo controlado. Se ve que a su familia no les falta nada y el futuro suena prometedor… Por lo menos, eso parece hoy, a los ojos de otros mundanos.
Pero David hace una pausa y declara: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.” En esta afirmación, está poniendo toda su esperanza en Dios. Está mirando hacia la eternidad, cuando lo vea cara a cara y todo estará muy claro para él, todo se entenderá según sus propósitos. Sabe que aquí y ahora hay muchas cosas que son superficiales, pasajeras, corruptibles, pero sembrar para la eternidad es imperecedero.
Además, el salmista descansa en la justicia de Dios, porque a los que hoy parece que les va bien, mañana tendrán que enfrentarse con Dios y responder por las maneras que obtuvieron sus beneficios, placeres, riquezas, fama y poder. Dios sigue sentado en su trono y eso significa que tiene el control de todo.
Nuestra oración debe estar unida a la de David: “¡Líbrame… de los hombres mundanos!”. ¡Líbrame de pensar como ellos! ¡Líbrame de actuar como ellos! ¡Líbrame de hacer alianzas con ellos para seguir sus caminos!
Dios dijo en Jeremías 17:19: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Dios nos libra de seguir el camino de los hombres mundanos para poder guiarlos a ellos a la santidad y temor de Dios. Somos los canales que Dios quiere usar para convertirlos en hijos de Dios.
Dios nos llama a ser hombres santificados. Hombres que se someten a la guía del Espíritu Santo, que reconocen su voz y la obedecen. Que pueden mirar a los hombres mundanos con la mirada de Jesús: Ellos viven bajo el maligno, esclavos del pecado, no tienen salvación, necesitan la gracia de Dios.
Dios nos ha llamado a ser luz y guía para los “hombres mundanos”, pero jamás lo seremos siendo mundanos. Debemos marcar una diferencia con la santidad, entonces ellos la verán y anhelarán la vida extraordinaria que nos da Jesucristo.
Hombre de Dios, Él te llama a ser un ejemplo de la maravillosa vida cristiana guiada por el Espíritu. Mira hacia arriba, donde Cristo está sentado en su trono reinando con justicia. Aprópiate del corazón de Cristo porque sigue latiendo por los perdidos diciendo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Dios te dio el mensaje, Dios te dio la nueva vida, Dios te dio el poder para ser testigo. Resplandece como hombre santificado y sé un testigo de la vida abundante de Cristo.
Pablo Giovanini
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Amor inalterable
Efesios 6:24 dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable.”
Parece que a los hombres hispanos no nos cabe la palabra amor. Antes de conocer a Cristo, cualquier hombre hispano ha vivido en el contexto de machismo donde en la mayoría de los casos no hemos aprendido a decir “te amo”. ¡Cuesta decírselo hasta a su esposa y a sus hijos!
Pero cuando Cristo tomó el control de nuestras vidas, todo empezó a cambiar. Ahora, un hombre de Dios sabe amar porque Él ha puesto su amor en su corazón. Y debemos comenzar a expresarlo a nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros padres, y también a Dios. Un hombre de Dios ahora sabe decir “te amo” sin avergonzarse, porque sabe que el verdadero hombre ama imitando a Cristo.
Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Jesús lo expresó verbalmente a sus discípulos, pero también en tus tiempos de oración privada con Cristo podrás escuchar que Él mismo te sigue diciendo “te amo”. Es que el amor de Dios no cambia, no se reprime ni siquiera cuando nosotros no le amamos, porque Dios es amor en esencia y sigue amando a pesar de nosotros. Ese mismo amor, Dios lo ha derramado en nosotros (Romanos 5:5). Entonces, si el amor de Dios es inalterable y Él ha puesto ese amor, entonces nosotros también tendremos amor inalterable.
Inalterable (en griego es “afthartós”) significa que no se corrompe, que no cambia por las circunstancias, que no puede destruirse. Dios nos ha dado de su gracia para que le amemos primero a Él de manera inalterable.
Dios nos enseñó que debemos amar a otros de manera incondicional. Si tenemos el verdadero amor de Dios entonces no estará sujeto a condiciones. No puedes decir “te amo pero…”, “te mano si…”, “te amo siempre y cuando tú…”, “te amo si tú me amas”. Dios nunca ha sido así con nosotros. El permanece fiel aunque nosotros fuéramos infieles (1 Timoteo 2:13). Si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amar de esa forma.
También debemos amar de manera proactiva. El hombre de Dios no espera que los demás lo amen para amar. No, él toma la iniciativa. Cuando ha sido ofendido, él mismo va a arreglar cuentas con el ofensor. En palabras de Jesús, “deja la ofrenda” y va a “arreglar cuentas con su hermano” (Mateo 5:24). Cuando hay conflictos, problemas interpersonales o mala comunicación, toma la enseñanza de Jesús y es bienaventurado por ser un pacificador.
Y además nuestro amor debe ser abnegado. Dar sin esperar nada a cambio. No puedo amar esperando que la otra persona me retribuya amor, no puedo hacer misericordia en forma de transacción para que el día de mañana la otra persona tenga misericordia conmigo. ¡Por supuesto que siempre se cumple la regla de oro!, pero mis intenciones no deben ser dar para recibir. Es dar sin esperar recompensa.
Un hombre de Dios debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Un hombre de Dios debe amar a sus hijos como Dios ama a sus hijos. Un hombre de Dios debe amar a los enemigos, porque Dios nos amó cuando nosotros todavía éramos enemigos y nos dio salvación.
El consejo divino del apóstol amado en 1 Juan 4:7-8 es: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Somos hombres de Dios que le conocemos y anhelamos conocerle más cada día. Y hoy tendremos la posibilidad de poner en práctica lo que Dios ya nos ha dicho. Observa las posibilidades que tienes de amar en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela, en tu iglesia, en cualquier ámbito. Solo pídele al Espíritu Santo que produzca el primer fruto en tu carácter: Amor. Después veras que detrás de este vendrán los otros: gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe mansedumbre, templanza…
Pablo Giovanini
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Persuadidos de lo mejor
Hebreos 6:9 dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.”
Una diferencia notable entre las personas que progresan en la vida de las que simplemente sobreviven es que las primeras buscan siempre lo mejor. No se conforman solo con lo bueno, van más allá del promedio, rompen la barrera de la mediocridad.
Tú y yo somos llamados por Dios a anhelar y buscar la excelencia. Él siempre tiene mucho más para nosotros, pero quiere ver nuestra búsqueda de lo mejor.
Para buscar a Dios primero debo buscarlo de la mejor manera. Dios le dijo a Jeremías que lo encontraríamos porque lo buscaríamos de todo corazón. Así que podemos hallar a Dios si lo buscamos con anhelo, pasión, perseverancia, compromiso. Él siempre está listo para relacionarse con nosotros.
Ahora, no es cuestión de aprenderse de memoria un método para tener éxito o una serie de pasos para triunfar en la vida. Tampoco es hacerlo porque otro nos presiona, o porque a otros le da resultados y no queremos quedarnos atrás. No. Según el versículo de Hebreos que acabamos de leer, la clave está en “estar persuadido”.
Según el diccionario, persuadir significa: “Conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado.” Para nosotros, la Palabra de Dios es suficiente argumento y razón para creer que Dios tiene lo mejor para nuestras vidas. Su palabra es quien nos persuade a entender que hay cosas mejores para nosotros.
Estudia los siguientes versículos y permite que la Palabra te persuada a buscar siempre lo mejor:
Proverbios 8:11: “Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas”.
Lc. 15:22: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.”
1 Co. 12:32: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.”
Heb. 7:22: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto.”
Heb. 12:24: “A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Heb. 10:34: “Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos”
Heb. 11:16: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.”
Heb. 11:35: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.”
Heb. 11:40: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.”
1 Tim. 6:2: “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio.”
Fil. 1:10: “Para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo”
¿No crees que hay suficiente base para tomar conciencia de que debemos buscar siempre lo mejor de Dios para nosotros?
Te hago una pregunta clave: ¿Eres capaz de esperar para obtener lo mejor, o prefieres recibir algo bueno ahora mismo? Si no puedes controlar tus deseos de lo inmediato con el fin de esperar algo superior más adelante, si te conformas con lo primero que puedes obtener a costa de perder algo excelente, no estás preparado para lo mejor. Seguirás siendo conformista. El cambio debe venir de tu manera de pensar.
Observa la vida del apóstol Pablo. Recorrió toda Asia predicando el evangelio, pero él quería llegar a Roma para establecer un centro de operaciones en la ciudad capital. Incluso desde allí quería ir a evangelizar España. Podría haberse evitado el arresto y maltratos en Jerusalén, pero él lo prefirió para llegar a Roma. Esa era su meta para que el propósito de Dios se cumpla en su vida. Pablo nunca fue conformista, siempre buscó lo mejor de Dios para su vida y la de los que amaba.
Mira la tentación de Satanás a Cristo: “Todos los reinos del mundo te daré si postrado me adoras”. Era un camino fácil para ser el rey del universo. Parecía muy buena la propuesta, no debía morir en la cruz, no había que sufrir ni tener que demostrar su resurrección, pero era una tentación diabólica, si la aceptaba estaría siempre bajo el dominio del diablo. Era un atajo opuesto al plan de Dios. Cristo lo rechazó. Él buscaba la perfección. La obra de Cristo fue perfecta, su vida fue perfecta, su sacrificio fue perfecto, la salvación es perfecta.
No te conformes con poco, no te conformes con lo instantáneo, no te conformes con la bagatela, busca la excelencia. Haz como el hombre que después de haber buscado toda su vida las buenas perlas, encontró la mejor, vendió todo lo que tenía y la obtuvo. Si tienes a Cristo y sus maravillosas promesas no puedes buscar menos que la excelencia.
Pablo Giovanini
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Somos lo que pensamos
Proverbios 23:7 dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.”
El contenido de tus pensamientos muestran la forma de tu manera de pensar. Cuando yo era niño, a mi tía le salían todos los pasteles de la misma forma, siempre con los bordes ondulados, porque solo tenía un molde para cocinar. ¡Era fácil saber cuál era el pastel que había hecho ella! Así también es con la manera de pensar: Tus pensamientos la evidencian.
Si tienes pensamientos santos, entonces tu manera de pensar es santa. Si todo el día te la pasas pensando en sexo, en venganzas, en mentiras, en violencia, en orgullo… entonces tu manera de pensar sigue siendo carnal. Tus pensamientos dicen lo que tú eres. Evalúate: ¿Qué piensas durante todo el día?
Desde que decidimos ser hijos de Dios, nuestra mente debe estar sometida al Espíritu Santo para que Él produzca diariamente una renovación. Pero el Espíritu Santo trabaja en cooperación con nosotros: Debemos diariamente someter nuestra mente al control del Espíritu. Él comenzará filtrando nuestros pensamientos. Cuando vengan pensamientos carnales, inmediatamente debemos rechazarlos y pensar en cosas que nos edifiquen. Cuando vengan pensamientos negativos, debemos recordar las promesas de Dios para nuestra vida y pensar con fe y esperanza.
Debemos querer cambiar para que realmente cambiemos. Para querer cambiar debemos tener un modelo a seguir, una meta: ¿Qué tipo de mente deseamos tener? ¿Cómo es la mente de Cristo?
Observemos el modelo que nos aconseja el apóstol Pablo en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
a. Lo verdadero. No hay lugar en nuestra mente para concebir mentiras, ni siquiera medias verdades. Si tú eres capaz de pensarlas, entonces de seguro las dirás tarde o temprano. Pero una mente verdadera controla la lengua para decir lo verdadero. El Espíritu te recordará que toda mentira sale a luz y las consecuencias siempre son peores cuando la otra persona se entera de que cuando uno mismo las reconoce y pide perdón.
b. Lo honesto. “Lo respetable”. Pensar de manera que merezca respeto. No hay lugar para pequeños engaños. Un cristiano con una mente sometida al Espíritu es transparente. Lo que se ve es lo que hay. No podemos tomar tiempo en pensar en salidas engañosas a los problemas, en alternativas o atajos que Dios no aprueba.
c. Lo justo. Pensar siempre en dar justicia a quien lo merece. Si tu empleador te paga por tus horas de trabajo, no puedes pensar en cómo otro puede marcar tarjeta por ti mientas estás descansando. No es justo. De hecho, es pecado. El Espíritu Santo te guiará a pensar en lo que es justo no solo para ti, sino para tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus amigos, tu jefe y hasta los desconocidos.
d. Lo puro. Lo contrario es impureza, y la Biblia lo amplía con vocablos como lujuria, lascivia, fornicación, adulterio, malas intenciones, doble sentido. Una mente pura puede pensar en el sexo dentro del matrimonio de una manera pura y santa.
e. Lo amable. No hay lugar para manifestaciones violentas de ningún tipo. Aun nuestras palabras deben estar controladas para responder con amabilidad, y tener actitudes de cortesía con el prójimo. El Espíritu Santo nos transforma el carácter y la conducta.
f. Lo que es de buen nombre. “De buena reputación”. Que nuestra manera de pensar sea atractiva. No podemos pensar en cosas que son mal vistas a los ojos de Dios y de las personas. Dios nos guiará para pensar, hablar y vivir con gracia.
g. Virtud. Excelencia moral. No buscar menos que la excelencia. Dios se merece lo mejor de nosotros y nuestra entrega comienza dándole a Dios nuestra mente. Piensa en todo lo que produce crecimiento espiritual, mayor fe, mejor servicio, mejor reputación.
h. Digno de alabanza. Que nuestra mente glorifique a Dios durante todo el día. Que nuestros pensamientos traigan alabanza sin cesar a Dios.
Que esta semana tu reto sea ajustar tu mente a este modelo a seguir. Evalúate cada día para ver cómo estás pensando.
Romanos 8:5 nos dice cuál será el resultado: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”.
Pablo Giovanini
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Dios, mi celular, y yo.
A partir del lanzamiento de los teléfonos celulares inteligentes, parece que nuestras vidas giraran en torno a ellos. Todo lo tenemos centralizado en nuestro pequeño aparato. Lo que antes escribíamos anotando en un cuaderno para no olvidarnos lo que íbamos a hacer en el día, ahora lo ponemos en el celular. Los calendarios de papel están siendo remplazados por los tecnológicos. Tampoco necesitamos leer nuestros e-mails en la computadora (A propósito, también la computadora de casa parece tener menos trabajo). La alarma para despertarnos, toda la música que nos gusta, los libros, la Biblia, la temperatura, ¡todo está en nuestro celular!
Tu celular puede ser un medio de bendición o una herramienta de perdición, depende de cómo lo uses y con qué propósito. Medita en las siguientes preguntas:
¿Quién controla a quién? ¿Tu celular te controla a ti o tú controlas tu celular? Tú tienes la última palabra para tomar una llamada o no, abrir una página de internet o no, textear en el momento oportuno o recibir un ticket de la policía, leer una noticia que llega en un momento de conversación importante… Tú eres el que debe controlar tu celular, manejarlo correctamente y en el momento oportuno.
¿Cuánto tiempo inviertes en el uso de tu celular? ¿Cómo manejas tu tiempo? ¿Te da la sensación de que el uso del celular te hace perder el tiempo? Tu tiempo es valioso. Recuerda que el propósito de que tengas celular es para ayudarte a ahorrar tiempo en las comunicaciones (¡Para eso se supone que vienen cada vez más rápidos!). Si te pasas horas con tu celular y no puedes dedicar tiempo para Dios, para tu familia, para tus hermanos y amigos, entonces estás perdiendo tu valioso tiempo.
¿Qué apps tienes instalados? ¿Qué ves en internet? ¿Puedes ver películas o programas de TV? Estas preguntas están relacionadas con el contenido. Tú sabes muy bien qué edifica y qué no. Todos debemos saber seleccionar. Es tu decisión entre la vida y la muerte espiritual. La pornografía está al alcance de cualquiera, por eso necesitamos vivir conectados con el Espíritu Santo para no ceder ante las tentaciones que aparecen constantemente. No abras la puerta a Satanás en sitios que promueven el sexo, la violencia, el terror paranormal, y cualquier mensaje que se opone al evangelio.
¿Estás enganchado a las redes sociales? ¿Con qué propósito? ¿Con quiénes estableces relaciones? Por si a alguien le interesa, yo no soy amigo de las redes sociales, no tengo ninguna cuenta en ellas. Pero, algunos dicen que las usan para evangelizar, predicar y aconsejar. Otros con ese mismo pretexto están encontrándose con ex novias, mujeres de extrañas intenciones, compañías que no están muy claras. ¡Cuidado con las redes sociales! Algunos se desviaron del camino del Señor por contactar personas que fueron usadas por Satanás para desviarlos, ¡incluso durante un servicio!
¿Cualquier persona podría ver tu celular sin problemas? ¿Tu esposa puede saber tus passwords? ¿Hay algo oculto que solo tú (¡y Dios!) sabes? Puedes perder tu celular pero no tu testimonio. Debes ser irreprensible en todo tiempo, que nadie tenga nada malo que decir de ti (al menos con la verdad) ni sospechar de ti.
Toma el consejo del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:12: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.”
Revisa tu celular y pregúntate: ¿Hay algo que no glorifica a Dios? ¿Hay algo que no me edifica? ¿Hay algo que no edificaría a otra persona que encontrara mi celular?
Pablo Giovanini
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¿Con qué motivación hacemos las cosas?
Los hispanos estamos acostumbrados a que nos reten para hacer las cosas, acostumbrados a que nos digan lo que hay que hacer siempre, acostumbrados a movernos solo cuando hace falta. Hemos sido enseñados a movilizarnos a través de la motivación negativa del miedo. Si lo hacemos bien, tendremos a todos contentos; si lo hacemos mal, recibiremos el castigo de todos. Y parece que siempre actuamos por temor a alguien, por miedo a ser despreciados, miedo a ser intimidados, miedo a que no nos amen y acepten como somos, miedo a ser maltratados y abusados.
Pero Cristo nos ha mostrado una nueva forma de hacer las cosas: por amor. Él mismo dio el ejemplo ofreciéndose en la cruz para morir por nuestros pecados, por amor. Dios el Padre lo envió al mundo, por amor. Y nos salvó gratuitamente por su gracia, porque quiso amarnos a pesar de lo que habíamos sido… y de lo que seguiremos siendo…
Ahora Dios ha puesto su amor en nosotros, para que como Él nos amó, nosotros también amemos. Amemos a Dios, amemos al prójimo, y nos amemos unos a otros con el amor de Dios.
También a la hora de las acciones, Dios quiere que obremos por amor. Ya no más por miedo o temor. El amor debe ser nuestra motivación. Por eso ya no es cuestión de que nos movamos por recompensas o castigos, eso era en tiempo de la ley. Ahora en la gracia de Cristo, Su amor es el que debe movilizarnos.
Este amor divino que hemos recibido debe permanecer puro, sin contaminaciones, sin alteraciones, sin mezclas. El apóstol Pablo le dice a su joven ministro: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”. (1 Timoteo 1:5)
El verdadero amor de Dios proviene de tres canales que deben estar siempre limpios:
a. Corazón limpio: Si el corazón está sucio, el amor se corrompe. Si el corazón está adulterado, nuestras acciones van a estar adulteradas. Hay muchas situaciones diarias que intentan corromper y ensuciar nuestro corazón: El chisme, las malas conversaciones, la sensualidad, las mentiras, el engaño, y una lista interminable que todos conocemos. Así como todos los días tenemos que sacar la basura de nuestras casas, así también debemos sacar la basura de nuestros corazones diariamente. Más de un día, la basura comienza a dar mal olor. Necesitamos una limpieza espiritual profunda para que nuestro corazón siempre se mantenga limpio.
b. Buena conciencia: El Espíritu Santo siempre nos dice la verdad y nos guía a proceder en santidad. Pero no siempre tomamos las mejores decisiones, Por supuesto, no es por responsabilidad del Espíritu sino nuestra, porque Él trabaja con nuestra conciencia. Así que el problema es nuestra conciencia. ¿Quién la ha formado? ¿Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros líderes de la iglesia, nuestros amigos, la universidad… o la Palabra de Dios? Ella es la que debe formar nuestra conciencia para saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo que agrada a Dios y lo que le desagrada. Cuando nuestra conciencia es buena, vamos a madurar más rápido y podremos alcanzar asuntos espirituales más profundos (Hebreos 5:14).
c. Fe no fingida: Si vamos a creer, debemos hacerlo sin hipocresía. No estamos para demostrar cuán espirituales somos por la fe que tenemos. La fe es para depender del Espíritu Santo y movernos en obediencia cuando Él nos indique. Si la fe es pura y limpia, entonces, todo lo que pidamos con fe en su nombre, Él lo hará.
Es bueno poder detenernos y evaluar cuál es la verdadera motivación por la cual hacemos las cosas. Si es por amor, debe provenir de un corazón limpio, una conciencia buena y una fe no fingida. Estas tres áreas deben ser evidentes en nuestra vida, y los que nos rodean serán los primeros en darse cuenta, porque “lo que ven, es lo que hay”.
Pablo Giovanini
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¿Prudente o miedoso?
No es lo mismo ser prudente que miedoso. Una persona prudente es aquella que piensa sobre los riesgos que implican sus decisiones, adapta o cambia la conducta para no recibir consecuencias negativas innecesarias; es el que pone cuidado, moderación o sensatez para evitarse perjuicios en su contra.
Pero el miedoso es una persona que siente angustia por un problema, riesgo o peligro, sea real o imaginario; es la persona que tiene un sentimiento de desconfianza que lo lleva a creer que le va a pasar lo malo, que va a fracasar, que recibirá las consecuencias negativas.
Un prudente piensa, reflexiona acerca de los posibles riesgos, y traza un plan para evitar las cosas malas. Un miedoso siente o cree que le va a ir mal; cuando ve los riesgos y las posibilidades no actúa porque siente o cree que todo saldrá mal.
La Biblia habla de las dos posiciones. Siempre nos exhorta a no tener miedo, pero a ser prudente en todo. Observe los siguientes versículos:
Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Proverbios 2:1-6: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.”
El temeroso pone la mirada en las circunstancias y cree… cree que le irá mal, y siente que recibirá todas las consecuencias negativas.
El prudente calcula los gastos, observa dónde están los males, corrige lo torcido, endereza el rumbo, cubre los posibles riesgos, y cree… cree que Dios guiará sus pasos porque en Él está confiando, y ¡toma la decisión en fe!
El miedoso no toma decisiones porque cree o siente que nunca le irá bien. Así que está parado, estancado, petrificado, inamovible. Nunca sabrá si ese plan hubiera funcionado porque nunca tomó la decisión. Nunca sabrá si ese negocio hubiera sido un éxito porque nunca arriesgó. Nunca sabrá si Dios lo hubiera usado con ese ministerio porque nunca emprendió el viaje.
La prudencia nos hace reflexionar para bien, para perfeccionar el plan, para evitar errores innecesarios, para seguir avanzando dándole lo mejor a Dios. El temor nos detiene, nos paraliza y nos trunca la oportunidad de darle la gloria a Dios con nuestras decisiones.
Tampoco creamos que cuando alguien dice “yo no tengo miedo” significa que es prudente. Hay muchos que se arriesgan a cometer locuras que Dios nunca les dijo que hicieran y terminan mal. Por eso, para glorificar a Dios, la valentía debe ir acompañada de la prudencia. Pero también, como alguien una vez dijo, nunca el temor debe disfrazarse de prudencia.
Tampoco es lo mismo ser “creyente” que ser “crédulo”. El creyente que confía en Dios es prudente; pero un crédulo es simplemente ingenuo, simple, no ve los peligros y no corrige su rumbo. Dios quiere hijos valientes, no temerosos; pero también los quiere prudentes, no simples.
Dios ha prometido estar con nosotros siempre. Esta promesa nos da la valentía que necesitamos para hacer su obra. Cuando buscamos el rostro de Dios, tener su mente y corazón, actuar como Él lo haría, entonces nuestros miedos se van y Dios nos llena de seguridad. Sal. 34:4: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me a libró de todos mis temores.”
Hombre de Dios, sé prudente y mira bien tus pasos, pero no dejes nunca que el temor te paralice. Dios está contigo donde quieras que vayas y serás un instrumento para su gloria si después de haber dado lugar a la prudencia actúas en fe confiando en lo que Dios hará.
Pablo Giovanini
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Con una nueva mirada
Muchas veces vemos lo que queremos ver. Otras veces no vemos lo que debemos ver. Y por supuesto, también no vemos lo que no queremos ver. Parece que vemos más con la mente que con los ojos. Nuestras pupilas captan lo que está pasando pero nuestra mente se niega a aceptar la realidad.
Esto también pasa con nuestra visión espiritual. Cuando estamos frente a una disyuntiva, un dilema, tenemos dos opciones para decidir, una está respaldada por lo que dice la Biblia, la otra por lo que más nos gusta. Si nos hemos sometido al Espíritu Santo, Él mismo nos recordará la Palabra, y si somos sensibles a su voz, tomaremos la decisión correcta respaldada por la Biblia. Pero no siempre actuamos así. Cuando nuestros deseos se hacen fuertes en nuestra mente empieza una lucha interior entre lo que debo hacer y lo que me gustaría hacer. Ahí es cuando la lucha se hace larga.
Dentro de nosotros, la “carne”, también llamada la “concupiscencia”, o deseos de nuestra vieja naturaleza que estaba habituada al pecado, sigue allí, parece muerta pero está latente, queriendo despertar y tomar el control de nuestro corazón. Si le damos lugar, entonces nuestra lucha será fuerte, larga y penosa. Si la “carne” empieza a tomar el control de nuestra manera de pensar, hasta llegaremos a justificar nuestros deseos contrarios a la voluntad de Dios. Le pasó a Lot.
Abraham había hablado con Lot, su sobrino, porque sus ganados eran demasiado grandes para convivir juntos, y sus pastores empezaban a pelearse. Fueron hasta un monte alto para tomar una decisión: Si uno iba al norte, el otro iría al sur; si uno al este, el otro al oeste.
Abraham, quien era la persona espiritual que escuchaba a Dios antes de tomar una decisión, le dio la oportunidad a Lot de escoger primero a dónde se iría. Observe cómo vio Lot la tierra. Dice en Génesis 13:10-11: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.”
Lot miró las cosas con una visión carnal, según sus propios deseos. La mejor tierra estaba justo en la pecaminosa ciudad de Sodoma. No era un lugar para vivir para un hijo de Dios. Sin embargo, él se escuchó a sí mismo y hasta la vio “como el huerto de Jehová”. ¡Si hasta le parecía que era el mismo Edén! ¡Cómo no estaría Dios ahí si se veía espectacular! Lot no necesitaba orar, él ya había elegido lo que sus ojos querían ver, lo mejor para su gusto personal. ¿Para qué orar? Si Lot hubiera sido latino habría dicho: “¡Dios sabe!”.
Lot terminó muy mal en Sodoma. Cada día iba corriendo sus tiendas hasta que entró en la misma ciudad y se integró a esa comunidad. Pero unos ángeles vinieron a avisarle que Dios destruiría la ciudad entregada al pecado, y si quería salvar su vida y la de su familia solo le quedaba escapar sin tomar nada para sí. Lamentablemente, Lot perdió todo: su casa, sus posesiones, sus amistades, sus yernos, su posición social, y hasta su esposa, convertida en estatua de sal. Es el triste fin de una persona que se deja guiar por sus propios deseos justificándolos con que “Dios lo había provisto”…
Pero no fue así con Abraham. Observe la enorme diferencia según el pasaje de Génesis 13:14-15: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Abraham esperó hasta que Lot decidiera y se fuera. Luego escuchó a Dios que Él mismo le dijo: “Alza ahora tus ojos”.
La visión de Abraham no fue carnal, porque escuchó a Dios que le dijo que ahora sí podía ver lo que Él veía: Toda la tierra iba a ser suya. El padre de la fe tuvo una visión espiritual dada directamente por Dios. Así fue como nunca desesperó y esperó el cumplimiento de la promesa, aunque esta se tardara años en llegar. Abraham estaba aprendiendo a no depender de su propia visión carnal, de sus propios gustos, de ver las cosas con la mente de la vieja naturaleza. Ahora estaba escuchando a Dios y viendo lo que Él quería que viera.
¿Qué visión tenemos de las cosas? ¿Cómo la de Lot, que nos parece que es de Dios, que es la mejor, aunque haya asuntos que espiritualmente no nos cierran o nos intranquilizan? Cuando Dios nos muestra lo que Él tiene para nosotros, habrá paz, respaldo de su palabra, convicción del Espíritu Santo, y hasta apoyo de consejeros maduros y espirituales.
Todos los días tenemos la decisión en nuestras manos: Guiarnos por nuestra visión carnal controlada por nuestros deseos, o una visión de Dios acerca de lo que Él tiene para nosotros respaldados por su palabra. Puedes ser un ejemplo de fe a tu familia como Abraham, o perderlo todo como Lot. Dependerá de cómo quieras ver las cosas.
¡Danos Señor tus ojos para ver como tú ves, tu mente para pensar como tú piensas, tu corazón para entender lo que tú ves, y la valentía para decidir siempre hacer tu voluntad!
Pablo Giovanini
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A la práctica
Santiago 1:22-25: “Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos. Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, éste es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era. Mas el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace.”
Dios nos habló este fin de semana abundantemente. Cada área de nuestra vida ha sido cubierta. Ya no tenemos la excusa de que no sabemos lo que Dios quiere o que su voluntad es difícil de distinguir. Ahora vayamos a la práctica. Qué vamos a hacer con lo que recibimos. Hagamos un recuento:
Ya sabemos la misión que tenemos: Hacer discípulos, en todo lugar, en todo tiempo. Comencemos por las personas que nos rodean: Nuestros hijos, cónyuge, padres, hermanos, tíos, abuelos… ¡Predícale hasta a tu suegra! ¡No sabes lo maravilloso que es la vida con una suegra que realmente ama a Cristo! No significa que vas a ser un Billy Graham de un día a otro. Comienza de manera sencilla, con tus propias palabras, aprovecha cada oportunidad para hablar de lo que Cristo hizo en ti: Tu matrimonio en restauración, la recuperación de tus relaciones perdidas, el nuevo comienzo de amar y estar presente en la vida de tus hijos, etc.
Córtale la cabeza a cada Goliat de tu vida. Acuérdate que para tener la victoria permanente no alcanza con tirarle piedras aunque le pegues en la frente. Hay que cortarle la cabeza. Arranca de tu vida todo aquello que es de tropiezo a tu vida espiritual, lo que detiene tu fe, lo que te hace retroceder, lo que te estanca. Toma decisiones drásticas. A veces hay que dejar de lado amistades que no edifican.
Mantén tu altar siempre preparado. Si estuvo durante un tiempo abandonado, repáralo nuevamente. Pon cada piedra en su lugar. Establece las prioridades correctas en tu vida. Construye con material imperecedero. No inviertas en la superficialidad. Tu tiempo es valioso y Dios te da los recursos que necesites. Que tu vida refleje siempre el fuego de Dios, el poder del Espíritu en ti.
Enciende a otros. Eres un carbón encendido por Dios para contagiar. Tu fuego avivado motivará a otros a buscar de Dios. Si tú mueves tu barca, otras barcas se moverán. Si otros no oran, toma tú la iniciativa, si nadie quiere evangelizar, da el primer paso. Si nadie quiere cantar, alza tu voz y deja que Dios use tu canto para su gloria. Sé un agente de cambio.
Entrégate cada día a Dios y Él hará su obra.
Pablo Giovanini
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La oración eficaz
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Santiago 5:16-17 dice: “La oración eficaz del justo puede mucho. Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto”.
Dios nos está llamando para hablar con Él, todos los días. Dios usa a otros también para motivarnos a pasar tiempo en su presencia. El anhelo de Dios es tener una relación íntima con cada uno de sus hijos. Y cuando nosotros comenzamos a tener el mismo corazón de Dios, entonces también podemos comenzar a sentir ese anhelo. El salmista dice en el Salmo 84:2: “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová”. Ese es el anhelo ardiente” que viene de Dios. Y viene porque nosotros lo alimentamos. Su pasión por conocerle se acrecienta cuando tomamos el mejor tiempo para estar con Él.
Cuando estamos en su presencia, toda oración que hagamos, será “eficaz”. Cuando estamos en su presencia entendemos lo que Dios quiere hacer. De Él viene la visión, el discernimiento de los corazones, la revelación de sus planes futuros, la distinción de los tiempos, las maneras en que Dios quiere moverse en nosotros y a través de nosotros.
Dios responde a los justos, porque ellos hacen oraciones eficaces, según la perspectiva de Dios, el tiempo que Él considere necesario para la respuesta, e incluso el tipo de respuesta según su voluntad. Nuestras oraciones eficaces no son para moverle el brazo a Dios, sino para entender cómo Él quiere mover su brazo. Entonces oramos según su corazón, su mente, su tiempo.
Estas oraciones las pueden hacer los justos, es decir, todos los que han sido lavados por la sangre de Cristo, los que han sido regenerados por el Espíritu Santo, los que han sido adoptados hijos de Dios. No son los “buenos” sino los “justos” quienes tienen oraciones eficaces porque el valor de la oración depende de la respuesta divina. ¿Para qué sirve hacer las más sofisticadas oraciones si no tienen respuesta? (A esta pregunta le continúa el por qué no tienen respuesta: Las oraciones “con uno mismo” no están basadas en la obra de Cristo y no son eficaces para Dios). Todo hijo de Dios que ora con fe confiando en la obra de Jesucristo será escuchado siempre por el Padre y recibirá la respuesta según su voluntad.
El ejemplo de Santiago es Elías. ¡Tremendo hombre de Dios! Sin embargo nos dice que era igual que nosotros, las mismas pasiones semejantes a las nuestras. Entonces, si él oró eficazmente, también lo haremos nosotros.
Elías oraba bajo la presencia de Dios. Él sabía lo que Dios quería porque Dios se lo comunicaba. Entonces, ¡¿Cómo el Señor no iba a responder?!
Elías oraba con anhelo y pasión espiritual. Lea las oraciones de este varón en 1 Reyes y descubrirá su deseo ardiente por Dios. Cada oración suya movía el cielo y el infierno. Nada quedaba igual después que él oraba.
Elías oraba con fe. El creía que cada palabra suya en comunicación con Dios era escuchada. Así que podía orar para que llueva o que no llueva, para que resucitara un joven muerto, para que no falte aceite de una viuda, para que Dios haga descender fuego del cielo. Su fe era ilimitada. Todo es posible si le creemos.
Elías oraba esperando el tiempo de Dios. Podía orar para que no lloviera y esperar la siguiente instrucción de Dios. Después de tres años, ¡tres años! Dios le dice que vuelva a orar por lluvia. Se ocultó en una cueva donde dos cuervos lo alimentaban hasta que el arroyo del cual bebía se secó. Luego escucha otra vez a Dios dándole otra instrucción. Eran oraciones concomitantes a la obediencia. Dios siempre responde a estas oraciones.
Elías oraba para que Dios siempre sea glorificado. Él nunca se atribuyó ninguna gloria, ningún beneficio, ningún premio para sí. Siempre llevó al pueblo a escuchar a Dios y adorarlo a Él.
Tú eres también un hombre de Dios que está siendo formado para ser su instrumento en este tiempo. Tus oraciones serán respondidas por Dios, a su tiempo y forma. Solo confía y actúa escuchándolo a Él. Pasa tiempo con Dios y verás que ese anhelo crece, ese deseo de estar en su presencia serás el deleite más sublime en tu vida.
Pablo Giovanini
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“¡Escoge la vida!”
Cuando Jesús murió en la cruz, había también dos ladrones a ambos lados que eran crucificados por sus propios delitos. Ellos sabían que Jesús estaba siendo sentenciado a muerte injustamente. ¡El mismo Mesías estaba muriendo en lugar del pecador para darle vida eterna! El mensaje era evidente, a tal punto que Jesús no tuvo que predicarles con palabras a sus acompañantes. Él no hizo ningún llamado, pero hubo dos respuestas, dos decisiones frente a su obra en la cruz.
El ladrón arrepentido reconoció a Jesús como Mesías y Rey. Le pidió que se acordara de él en su reino. Jesús simplemente pronuncia que ese mismo día estaría con Él en su reino. Alcanzó salvación por reconocer que era pecador, que Cristo era el Salvador y poner su confianza en Él.
El ladrón del otro lado tuvo la misma oportunidad. Pero decidió ser burlón, necio, orgulloso, creer que tenía la razón en sus argumentos, y al fin rechazó la salvación de Cristo. El Señor no le respondió al ladrón burlador, porque con sus mismos dichos ya se había condenado a sí mismo.
¿Puedes sentir la tristeza de Jesús al saber que le estaba dando la última oportunidad para ser salvo, en el último segundo de su vida, y este ladrón insensato toma la decisión del rechazo? Esta historia nos parece lejana a nuestra realidad, pero cuando alguien que le hemos predicado el evangelio muere y no estamos seguros si este se hubiera arrepentido en el último minuto de sui vida, empezamos a sentir lo que sintió Jesús. Pero recuerda, Jesús no obligó a nadie a creer, él lo deja a la libre elección de cada persona.
¡Libre albedrío! Qué fuerte es el libre albedrío. Dios lo creó en el hombre como parte de su imagen y semejanza. El Creador puso las reglas del uso del libre albedrío, y además, Él se sujeta a sí mismo a lo que ya estipuló. Dios dijo y sigue diciendo “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia” (Deuteronomio 30:19). ¡Escoge! ¡Escoge la vida!
Dios no obliga a nadie, no le tuerce el brazo al pecador, no nos trata como a robots. Él espera nuestra decisión. Nos da oportunidades cada día para que escojamos su amor, perdón, restauración, vida eterna. “¡Escoge la vida!”, sigue proponiéndonos hoy. En medio de las densas tinieblas, en medio de los más crueles pecados, en el punto máximo de rebeldía, Dios sigue susurrando “¡escoge la vida!”. Envía mensajeros, sus portavoces, sus hijos que anuncian el evangelio con su mismo corazón, y sigue repitiendo una y otra vez “¡escoge la vida!”. Pero al fin, cada uno es responsable de su propia decisión. Tarde o temprano, habrá solo una última oportunidad. Pero el sentir de Dios es el mismo: “Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis.” (Ezequiel 18:32).
Cuando una persona que ha escuchado muchas veces el mensaje del evangelio muere, Dios ha considerado que a esa persona Él le ha dado suficientes oportunidades para que decida por la vida eterna, o la condenación eterna. Si no fuera así, Dios no permitiría que esa persona muriera, porque tendría tal vez otras oportunidades más. Pero Dios es el único que tiene ese control. Nosotros no.
Nosotros no manejamos los tiempos de las personas, ni siquiera el nuestro. Solo Dios sabe cuál es el último día de cada una de nuestras vidas. Él es Soberano, es Omnisciente y Sabio. Lo que nos resta a nosotros que conocemos la verdad de Dios es predicar el evangelio a toda criatura. No sabemos cuánto tiempo tendremos para hacerlo, tampoco sabemos cuánto tiempo de vida tendrán las personas que nos rodean. Nosotros seguiremos transmitiendo el corazón de Dios a cada persona diciéndoles “¡escoge la vida!” hasta que solo Él diga cuándo es la última oportunidad.
Pablo Giovanini
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La regla de oro siempre efectiva
Lucas 6:31 dice: “Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos.” Este mandamiento de Jesús ha sido denominado “la regla de oro”. Es el primer gran principio para mantener relaciones sanas.
Es un principio de autoevaluación. Jesús dice esta frase a personas que se aman a sí mismos, que se respetan, que se valoran. Por supuesto que no le está diciendo a alguien que tiene pensamientos distorsionados con respecto a sí mismo (aunque a un masoquista le guste sufrir, ¡no debería hacer sufrir a los demás!) ¿Cuánto tú te valoras? ¿Sabes cuán importante eres para Dios? Cuando un cristiano reconoce el alto valor que tiene por haber sido comprado a precio de la sangre de Cristo, no quiere destruirse, no quiere dañarse, ni lastimarse, ni tampoco despreciarse. Desde esta posición debemos desear lo mejor de Dios para nosotros, anhelar que los demás nos traten con respeto, con valor, con amor y estima. Entonces debemos tratar a los demás de la misma manera.
Es un principio proactivo. Ha habido otros pensamientos y frases célebres similares, como por ejemplo “no hagas lo que no quieres que te hagan a ti”. Pero esta frase es pasiva, porque dice “no hagas”. Esta manera de pensar nos aquieta, nos paraliza y solo podríamos reaccionar ante una buena acción de otro hacia nosotros. Pero lo que dice Jesús es distinto: Hay que tomar la iniciativa. “¡Así haced!” dice el Señor. No es un principio negativo en donde solo pensaríamos en qué es lo que no debo hacer, sino más bien es positivo, porque me ayuda a pensar en qué es lo que debo hacer.
Es un principio práctico. Jesús no decía filosofías huecas para simplemente registrarlas en algún libro (De hecho, Jesús nunca escribió ningún libro, fueron otros que escribieron lo que Él dijo). Jesús desea que sus dichos y palabras se pongan en práctica en nuestras vidas. El que aplica lo que Él dijo, será semejante a un hombre que edificó su casa sobre la roca. Pueden venir inundaciones, terremotos, huracanes, pero si el fundamento es Cristo y su Palabra, ese hogar permanecerá para siempre.
¿Cómo tratas a tu esposa? ¿Como te gustaría que te trataran a ti? Alguien dijo con verdad: “Si usted quiere que lo traten como a un rey, antes debe tratar a su esposa como una reina”. ¿Cómo reconoces el alto valor que tiene tu cónyuge? ¿Cómo expresas tu amor, cuidado, protección y sentido de seguridad? ¿Con delicadeza, respeto, comprensión, alta estima? Todo lo que des de valor se te devolverá con el mismo valor, tarde o temprano. Por supuesto que un corazón lleno del amor de Dios no lo hace por recibir recompensa, sino porque ha entendido el significado de ser un líder siervo.
¿Cómo tratas a tus hijos? El ser padres no nos da derecho de tratar a nuestros hijos como se nos dé la gana. Ellos merecen respeto, honra, amor, valoración, estima, porque son hijos de Dios. La Biblia tiene muchos pasajes donde nos enseña las maneras de educar y formar a nuestros hijos. También rendiremos cuentas ante Dios por cómo los hemos criado.
¿Cómo tratas a tus compañeros de trabajo y a sus superiores? Dios te ha dado el trabajo que ahora tienes, y debes administrar todo con sabiduría y conciencia de hacerlo como para Dios. ¡Tal vez en poco tiempo seas tú el jefe y ellos deberán respetarte por tu carácter excelente en Cristo y no a través de gritos e imposiciones! Tus compañeros, colegas, ayudantes, colaboradores, deben ser tratados con respeto, estima, empatía, consideración, aun cuando tú debes corregirlos por algo que no hayan hecho bien si esa era tu responsabilidad.
¿Cómo tratas a tus hermanos en el Cuerpo de Cristo? Un día, todos compareceremos ante el Tribunal de Cristo, y allí vamos a pasar toda la eternidad juntos. Las relaciones fraternales que estamos construyendo hoy durarán para siempre. Filipenses 2:3-4 dice: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo; no mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros.”
Eres un hombre de Dios, un discípulo genuino de Cristo. Permítete que otros vean la enseñanza de Jesús en tu conducta. Te sorprenderás al ver los cambios en las personas más difíciles cuando apliques cada día la regla de oro.
Pablo Giovanini
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“Líbrame de los hombres mundanos”
Salmo 17:13b-15 dice: “Libra mi alma de los malos con tu espada, de los hombres con tu mano, oh Jehová, de los hombres mundanos, cuya porción la tienen en esta vida, y cuyo vientre está lleno de tu tesoro. Sacian a sus hijos, y aun sobra para sus pequeñuelos. En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.”
Esta es una oración de David pidiendo protección contra los hombres malos, los que siguen la corriente del sistema del mundo. En este salmo, el autor los describe como “hombres mundanos” y le pide a Dios que lo libre de ellos.
Un “hombre mundano” es alguien que ha puesto a la filosofía del mundo como designio para su vida. Un hombre mundano evidentemente ama al mundo, está conformado al mundo, vive para ganarse la popularidad del mundo, las ambiciones del éxito del mundo, el placer y riquezas aunque las consiga por medios dudosos.
El hombre mundano obtiene “su porción en esta vida”. No piensa en la eternidad. Sus objetivos son temporales, su propósito es egoísta y todo lo que desea alcanzar debe estar aquí y ahora.
Aparentemente, al hombre mundano las cosas le van bien. Sus “vientres están llenos”, incluso también “sobra para sus pequeñuelos”. Sus necesidades están satisfechas y parece tener todo controlado. Se ve que a su familia no les falta nada y el futuro suena prometedor… Por lo menos, eso parece hoy, a los ojos de otros mundanos.
Pero David hace una pausa y declara: “En cuanto a mí, veré tu rostro en justicia; estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza.” En esta afirmación, está poniendo toda su esperanza en Dios. Está mirando hacia la eternidad, cuando lo vea cara a cara y todo estará muy claro para él, todo se entenderá según sus propósitos. Sabe que aquí y ahora hay muchas cosas que son superficiales, pasajeras, corruptibles, pero sembrar para la eternidad es imperecedero.
Además, el salmista descansa en la justicia de Dios, porque a los que hoy parece que les va bien, mañana tendrán que enfrentarse con Dios y responder por las maneras que obtuvieron sus beneficios, placeres, riquezas, fama y poder. Dios sigue sentado en su trono y eso significa que tiene el control de todo.
Nuestra oración debe estar unida a la de David: “¡Líbrame… de los hombres mundanos!”. ¡Líbrame de pensar como ellos! ¡Líbrame de actuar como ellos! ¡Líbrame de hacer alianzas con ellos para seguir sus caminos!
Dios dijo en Jeremías 17:19: “Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”. Dios nos libra de seguir el camino de los hombres mundanos para poder guiarlos a ellos a la santidad y temor de Dios. Somos los canales que Dios quiere usar para convertirlos en hijos de Dios.
Dios nos llama a ser hombres santificados. Hombres que se someten a la guía del Espíritu Santo, que reconocen su voz y la obedecen. Que pueden mirar a los hombres mundanos con la mirada de Jesús: Ellos viven bajo el maligno, esclavos del pecado, no tienen salvación, necesitan la gracia de Dios.
Dios nos ha llamado a ser luz y guía para los “hombres mundanos”, pero jamás lo seremos siendo mundanos. Debemos marcar una diferencia con la santidad, entonces ellos la verán y anhelarán la vida extraordinaria que nos da Jesucristo.
Hombre de Dios, Él te llama a ser un ejemplo de la maravillosa vida cristiana guiada por el Espíritu. Mira hacia arriba, donde Cristo está sentado en su trono reinando con justicia. Aprópiate del corazón de Cristo porque sigue latiendo por los perdidos diciendo: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.
Dios te dio el mensaje, Dios te dio la nueva vida, Dios te dio el poder para ser testigo. Resplandece como hombre santificado y sé un testigo de la vida abundante de Cristo.
Pablo Giovanini
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Amor inalterable
Efesios 6:24 dice: “La gracia sea con todos los que aman a nuestro Señor Jesucristo con amor inalterable.”
Parece que a los hombres hispanos no nos cabe la palabra amor. Antes de conocer a Cristo, cualquier hombre hispano ha vivido en el contexto de machismo donde en la mayoría de los casos no hemos aprendido a decir “te amo”. ¡Cuesta decírselo hasta a su esposa y a sus hijos!
Pero cuando Cristo tomó el control de nuestras vidas, todo empezó a cambiar. Ahora, un hombre de Dios sabe amar porque Él ha puesto su amor en su corazón. Y debemos comenzar a expresarlo a nuestra esposa, nuestros hijos, nuestros padres, y también a Dios. Un hombre de Dios ahora sabe decir “te amo” sin avergonzarse, porque sabe que el verdadero hombre ama imitando a Cristo.
Jesús dijo en Juan 13:34: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros”. Jesús lo expresó verbalmente a sus discípulos, pero también en tus tiempos de oración privada con Cristo podrás escuchar que Él mismo te sigue diciendo “te amo”. Es que el amor de Dios no cambia, no se reprime ni siquiera cuando nosotros no le amamos, porque Dios es amor en esencia y sigue amando a pesar de nosotros. Ese mismo amor, Dios lo ha derramado en nosotros (Romanos 5:5). Entonces, si el amor de Dios es inalterable y Él ha puesto ese amor, entonces nosotros también tendremos amor inalterable.
Inalterable (en griego es “afthartós”) significa que no se corrompe, que no cambia por las circunstancias, que no puede destruirse. Dios nos ha dado de su gracia para que le amemos primero a Él de manera inalterable.
Dios nos enseñó que debemos amar a otros de manera incondicional. Si tenemos el verdadero amor de Dios entonces no estará sujeto a condiciones. No puedes decir “te amo pero…”, “te mano si…”, “te amo siempre y cuando tú…”, “te amo si tú me amas”. Dios nunca ha sido así con nosotros. El permanece fiel aunque nosotros fuéramos infieles (1 Timoteo 2:13). Si Dios nos ha amado así, nosotros también debemos amar de esa forma.
También debemos amar de manera proactiva. El hombre de Dios no espera que los demás lo amen para amar. No, él toma la iniciativa. Cuando ha sido ofendido, él mismo va a arreglar cuentas con el ofensor. En palabras de Jesús, “deja la ofrenda” y va a “arreglar cuentas con su hermano” (Mateo 5:24). Cuando hay conflictos, problemas interpersonales o mala comunicación, toma la enseñanza de Jesús y es bienaventurado por ser un pacificador.
Y además nuestro amor debe ser abnegado. Dar sin esperar nada a cambio. No puedo amar esperando que la otra persona me retribuya amor, no puedo hacer misericordia en forma de transacción para que el día de mañana la otra persona tenga misericordia conmigo. ¡Por supuesto que siempre se cumple la regla de oro!, pero mis intenciones no deben ser dar para recibir. Es dar sin esperar recompensa.
Un hombre de Dios debe amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia y se entregó por ella. Un hombre de Dios debe amar a sus hijos como Dios ama a sus hijos. Un hombre de Dios debe amar a los enemigos, porque Dios nos amó cuando nosotros todavía éramos enemigos y nos dio salvación.
El consejo divino del apóstol amado en 1 Juan 4:7-8 es: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.”
Somos hombres de Dios que le conocemos y anhelamos conocerle más cada día. Y hoy tendremos la posibilidad de poner en práctica lo que Dios ya nos ha dicho. Observa las posibilidades que tienes de amar en tu casa, en tu trabajo, en tu escuela, en tu iglesia, en cualquier ámbito. Solo pídele al Espíritu Santo que produzca el primer fruto en tu carácter: Amor. Después veras que detrás de este vendrán los otros: gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe mansedumbre, templanza…
Pablo Giovanini
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Persuadidos de lo mejor
Hebreos 6:9 dice: “Pero en cuanto a vosotros, oh amados, estamos persuadidos de cosas mejores, y que pertenecen a la salvación, aunque hablamos así.”
Una diferencia notable entre las personas que progresan en la vida de las que simplemente sobreviven es que las primeras buscan siempre lo mejor. No se conforman solo con lo bueno, van más allá del promedio, rompen la barrera de la mediocridad.
Tú y yo somos llamados por Dios a anhelar y buscar la excelencia. Él siempre tiene mucho más para nosotros, pero quiere ver nuestra búsqueda de lo mejor.
Para buscar a Dios primero debo buscarlo de la mejor manera. Dios le dijo a Jeremías que lo encontraríamos porque lo buscaríamos de todo corazón. Así que podemos hallar a Dios si lo buscamos con anhelo, pasión, perseverancia, compromiso. Él siempre está listo para relacionarse con nosotros.
Ahora, no es cuestión de aprenderse de memoria un método para tener éxito o una serie de pasos para triunfar en la vida. Tampoco es hacerlo porque otro nos presiona, o porque a otros le da resultados y no queremos quedarnos atrás. No. Según el versículo de Hebreos que acabamos de leer, la clave está en “estar persuadido”.
Según el diccionario, persuadir significa: “Conseguir con razones y argumentos que una persona actúe o piense de un modo determinado.” Para nosotros, la Palabra de Dios es suficiente argumento y razón para creer que Dios tiene lo mejor para nuestras vidas. Su palabra es quien nos persuade a entender que hay cosas mejores para nosotros.
Estudia los siguientes versículos y permite que la Palabra te persuada a buscar siempre lo mejor:
Proverbios 8:11: “Porque mejor es la sabiduría que las piedras preciosas”.
Lc. 15:22: “Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies.”
1 Co. 12:32: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.”
Heb. 7:22: “Por tanto, Jesús es hecho fiador de un mejor pacto.”
Heb. 12:24: “A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.”
Heb. 10:34: “Porque de los presos también os compadecisteis, y el despojo de vuestros bienes sufristeis con gozo, sabiendo que tenéis en vosotros una mejor y perdurable herencia en los cielos”
Heb. 11:16: “Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos; porque les ha preparado una ciudad.”
Heb. 11:35: “Las mujeres recibieron sus muertos mediante resurrección; mas otros fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin de obtener mejor resurrección.”
Heb. 11:40: “Proveyendo Dios alguna cosa mejor para nosotros, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros.”
1 Tim. 6:2: “Y los que tienen amos creyentes, no los tengan en menos por ser hermanos, sino sírvanles mejor, por cuanto son creyentes y amados los que se benefician de su buen servicio.”
Fil. 1:10: “Para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo”
¿No crees que hay suficiente base para tomar conciencia de que debemos buscar siempre lo mejor de Dios para nosotros?
Te hago una pregunta clave: ¿Eres capaz de esperar para obtener lo mejor, o prefieres recibir algo bueno ahora mismo? Si no puedes controlar tus deseos de lo inmediato con el fin de esperar algo superior más adelante, si te conformas con lo primero que puedes obtener a costa de perder algo excelente, no estás preparado para lo mejor. Seguirás siendo conformista. El cambio debe venir de tu manera de pensar.
Observa la vida del apóstol Pablo. Recorrió toda Asia predicando el evangelio, pero él quería llegar a Roma para establecer un centro de operaciones en la ciudad capital. Incluso desde allí quería ir a evangelizar España. Podría haberse evitado el arresto y maltratos en Jerusalén, pero él lo prefirió para llegar a Roma. Esa era su meta para que el propósito de Dios se cumpla en su vida. Pablo nunca fue conformista, siempre buscó lo mejor de Dios para su vida y la de los que amaba.
Mira la tentación de Satanás a Cristo: “Todos los reinos del mundo te daré si postrado me adoras”. Era un camino fácil para ser el rey del universo. Parecía muy buena la propuesta, no debía morir en la cruz, no había que sufrir ni tener que demostrar su resurrección, pero era una tentación diabólica, si la aceptaba estaría siempre bajo el dominio del diablo. Era un atajo opuesto al plan de Dios. Cristo lo rechazó. Él buscaba la perfección. La obra de Cristo fue perfecta, su vida fue perfecta, su sacrificio fue perfecto, la salvación es perfecta.
No te conformes con poco, no te conformes con lo instantáneo, no te conformes con la bagatela, busca la excelencia. Haz como el hombre que después de haber buscado toda su vida las buenas perlas, encontró la mejor, vendió todo lo que tenía y la obtuvo. Si tienes a Cristo y sus maravillosas promesas no puedes buscar menos que la excelencia.
Pablo Giovanini
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Somos lo que pensamos
Proverbios 23:7 dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.”
El contenido de tus pensamientos muestran la forma de tu manera de pensar. Cuando yo era niño, a mi tía le salían todos los pasteles de la misma forma, siempre con los bordes ondulados, porque solo tenía un molde para cocinar. ¡Era fácil saber cuál era el pastel que había hecho ella! Así también es con la manera de pensar: Tus pensamientos la evidencian.
Si tienes pensamientos santos, entonces tu manera de pensar es santa. Si todo el día te la pasas pensando en sexo, en venganzas, en mentiras, en violencia, en orgullo… entonces tu manera de pensar sigue siendo carnal. Tus pensamientos dicen lo que tú eres. Evalúate: ¿Qué piensas durante todo el día?
Desde que decidimos ser hijos de Dios, nuestra mente debe estar sometida al Espíritu Santo para que Él produzca diariamente una renovación. Pero el Espíritu Santo trabaja en cooperación con nosotros: Debemos diariamente someter nuestra mente al control del Espíritu. Él comenzará filtrando nuestros pensamientos. Cuando vengan pensamientos carnales, inmediatamente debemos rechazarlos y pensar en cosas que nos edifiquen. Cuando vengan pensamientos negativos, debemos recordar las promesas de Dios para nuestra vida y pensar con fe y esperanza.
Debemos querer cambiar para que realmente cambiemos. Para querer cambiar debemos tener un modelo a seguir, una meta: ¿Qué tipo de mente deseamos tener? ¿Cómo es la mente de Cristo?
Observemos el modelo que nos aconseja el apóstol Pablo en Filipenses 4:8: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
a. Lo verdadero. No hay lugar en nuestra mente para concebir mentiras, ni siquiera medias verdades. Si tú eres capaz de pensarlas, entonces de seguro las dirás tarde o temprano. Pero una mente verdadera controla la lengua para decir lo verdadero. El Espíritu te recordará que toda mentira sale a luz y las consecuencias siempre son peores cuando la otra persona se entera de que cuando uno mismo las reconoce y pide perdón.
b. Lo honesto. “Lo respetable”. Pensar de manera que merezca respeto. No hay lugar para pequeños engaños. Un cristiano con una mente sometida al Espíritu es transparente. Lo que se ve es lo que hay. No podemos tomar tiempo en pensar en salidas engañosas a los problemas, en alternativas o atajos que Dios no aprueba.
c. Lo justo. Pensar siempre en dar justicia a quien lo merece. Si tu empleador te paga por tus horas de trabajo, no puedes pensar en cómo otro puede marcar tarjeta por ti mientas estás descansando. No es justo. De hecho, es pecado. El Espíritu Santo te guiará a pensar en lo que es justo no solo para ti, sino para tu esposa, tus hijos, tus hermanos, tus amigos, tu jefe y hasta los desconocidos.
d. Lo puro. Lo contrario es impureza, y la Biblia lo amplía con vocablos como lujuria, lascivia, fornicación, adulterio, malas intenciones, doble sentido. Una mente pura puede pensar en el sexo dentro del matrimonio de una manera pura y santa.
e. Lo amable. No hay lugar para manifestaciones violentas de ningún tipo. Aun nuestras palabras deben estar controladas para responder con amabilidad, y tener actitudes de cortesía con el prójimo. El Espíritu Santo nos transforma el carácter y la conducta.
f. Lo que es de buen nombre. “De buena reputación”. Que nuestra manera de pensar sea atractiva. No podemos pensar en cosas que son mal vistas a los ojos de Dios y de las personas. Dios nos guiará para pensar, hablar y vivir con gracia.
g. Virtud. Excelencia moral. No buscar menos que la excelencia. Dios se merece lo mejor de nosotros y nuestra entrega comienza dándole a Dios nuestra mente. Piensa en todo lo que produce crecimiento espiritual, mayor fe, mejor servicio, mejor reputación.
h. Digno de alabanza. Que nuestra mente glorifique a Dios durante todo el día. Que nuestros pensamientos traigan alabanza sin cesar a Dios.
Que esta semana tu reto sea ajustar tu mente a este modelo a seguir. Evalúate cada día para ver cómo estás pensando.
Romanos 8:5 nos dice cuál será el resultado: “Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu”.
Pablo Giovanini
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Dios, mi celular, y yo.
A partir del lanzamiento de los teléfonos celulares inteligentes, parece que nuestras vidas giraran en torno a ellos. Todo lo tenemos centralizado en nuestro pequeño aparato. Lo que antes escribíamos anotando en un cuaderno para no olvidarnos lo que íbamos a hacer en el día, ahora lo ponemos en el celular. Los calendarios de papel están siendo remplazados por los tecnológicos. Tampoco necesitamos leer nuestros e-mails en la computadora (A propósito, también la computadora de casa parece tener menos trabajo). La alarma para despertarnos, toda la música que nos gusta, los libros, la Biblia, la temperatura, ¡todo está en nuestro celular!
Tu celular puede ser un medio de bendición o una herramienta de perdición, depende de cómo lo uses y con qué propósito. Medita en las siguientes preguntas:
¿Quién controla a quién? ¿Tu celular te controla a ti o tú controlas tu celular? Tú tienes la última palabra para tomar una llamada o no, abrir una página de internet o no, textear en el momento oportuno o recibir un ticket de la policía, leer una noticia que llega en un momento de conversación importante… Tú eres el que debe controlar tu celular, manejarlo correctamente y en el momento oportuno.
¿Cuánto tiempo inviertes en el uso de tu celular? ¿Cómo manejas tu tiempo? ¿Te da la sensación de que el uso del celular te hace perder el tiempo? Tu tiempo es valioso. Recuerda que el propósito de que tengas celular es para ayudarte a ahorrar tiempo en las comunicaciones (¡Para eso se supone que vienen cada vez más rápidos!). Si te pasas horas con tu celular y no puedes dedicar tiempo para Dios, para tu familia, para tus hermanos y amigos, entonces estás perdiendo tu valioso tiempo.
¿Qué apps tienes instalados? ¿Qué ves en internet? ¿Puedes ver películas o programas de TV? Estas preguntas están relacionadas con el contenido. Tú sabes muy bien qué edifica y qué no. Todos debemos saber seleccionar. Es tu decisión entre la vida y la muerte espiritual. La pornografía está al alcance de cualquiera, por eso necesitamos vivir conectados con el Espíritu Santo para no ceder ante las tentaciones que aparecen constantemente. No abras la puerta a Satanás en sitios que promueven el sexo, la violencia, el terror paranormal, y cualquier mensaje que se opone al evangelio.
¿Estás enganchado a las redes sociales? ¿Con qué propósito? ¿Con quiénes estableces relaciones? Por si a alguien le interesa, yo no soy amigo de las redes sociales, no tengo ninguna cuenta en ellas. Pero, algunos dicen que las usan para evangelizar, predicar y aconsejar. Otros con ese mismo pretexto están encontrándose con ex novias, mujeres de extrañas intenciones, compañías que no están muy claras. ¡Cuidado con las redes sociales! Algunos se desviaron del camino del Señor por contactar personas que fueron usadas por Satanás para desviarlos, ¡incluso durante un servicio!
¿Cualquier persona podría ver tu celular sin problemas? ¿Tu esposa puede saber tus passwords? ¿Hay algo oculto que solo tú (¡y Dios!) sabes? Puedes perder tu celular pero no tu testimonio. Debes ser irreprensible en todo tiempo, que nadie tenga nada malo que decir de ti (al menos con la verdad) ni sospechar de ti.
Toma el consejo del apóstol Pablo en 1 Corintios 6:12: “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.”
Revisa tu celular y pregúntate: ¿Hay algo que no glorifica a Dios? ¿Hay algo que no me edifica? ¿Hay algo que no edificaría a otra persona que encontrara mi celular?
Pablo Giovanini
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¿Con qué motivación hacemos las cosas?
Los hispanos estamos acostumbrados a que nos reten para hacer las cosas, acostumbrados a que nos digan lo que hay que hacer siempre, acostumbrados a movernos solo cuando hace falta. Hemos sido enseñados a movilizarnos a través de la motivación negativa del miedo. Si lo hacemos bien, tendremos a todos contentos; si lo hacemos mal, recibiremos el castigo de todos. Y parece que siempre actuamos por temor a alguien, por miedo a ser despreciados, miedo a ser intimidados, miedo a que no nos amen y acepten como somos, miedo a ser maltratados y abusados.
Pero Cristo nos ha mostrado una nueva forma de hacer las cosas: por amor. Él mismo dio el ejemplo ofreciéndose en la cruz para morir por nuestros pecados, por amor. Dios el Padre lo envió al mundo, por amor. Y nos salvó gratuitamente por su gracia, porque quiso amarnos a pesar de lo que habíamos sido… y de lo que seguiremos siendo…
Ahora Dios ha puesto su amor en nosotros, para que como Él nos amó, nosotros también amemos. Amemos a Dios, amemos al prójimo, y nos amemos unos a otros con el amor de Dios.
También a la hora de las acciones, Dios quiere que obremos por amor. Ya no más por miedo o temor. El amor debe ser nuestra motivación. Por eso ya no es cuestión de que nos movamos por recompensas o castigos, eso era en tiempo de la ley. Ahora en la gracia de Cristo, Su amor es el que debe movilizarnos.
Este amor divino que hemos recibido debe permanecer puro, sin contaminaciones, sin alteraciones, sin mezclas. El apóstol Pablo le dice a su joven ministro: “Pues el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida”. (1 Timoteo 1:5)
El verdadero amor de Dios proviene de tres canales que deben estar siempre limpios:
a. Corazón limpio: Si el corazón está sucio, el amor se corrompe. Si el corazón está adulterado, nuestras acciones van a estar adulteradas. Hay muchas situaciones diarias que intentan corromper y ensuciar nuestro corazón: El chisme, las malas conversaciones, la sensualidad, las mentiras, el engaño, y una lista interminable que todos conocemos. Así como todos los días tenemos que sacar la basura de nuestras casas, así también debemos sacar la basura de nuestros corazones diariamente. Más de un día, la basura comienza a dar mal olor. Necesitamos una limpieza espiritual profunda para que nuestro corazón siempre se mantenga limpio.
b. Buena conciencia: El Espíritu Santo siempre nos dice la verdad y nos guía a proceder en santidad. Pero no siempre tomamos las mejores decisiones, Por supuesto, no es por responsabilidad del Espíritu sino nuestra, porque Él trabaja con nuestra conciencia. Así que el problema es nuestra conciencia. ¿Quién la ha formado? ¿Nuestros padres, nuestros maestros, nuestros líderes de la iglesia, nuestros amigos, la universidad… o la Palabra de Dios? Ella es la que debe formar nuestra conciencia para saber distinguir entre lo bueno y lo malo, entre lo que agrada a Dios y lo que le desagrada. Cuando nuestra conciencia es buena, vamos a madurar más rápido y podremos alcanzar asuntos espirituales más profundos (Hebreos 5:14).
c. Fe no fingida: Si vamos a creer, debemos hacerlo sin hipocresía. No estamos para demostrar cuán espirituales somos por la fe que tenemos. La fe es para depender del Espíritu Santo y movernos en obediencia cuando Él nos indique. Si la fe es pura y limpia, entonces, todo lo que pidamos con fe en su nombre, Él lo hará.
Es bueno poder detenernos y evaluar cuál es la verdadera motivación por la cual hacemos las cosas. Si es por amor, debe provenir de un corazón limpio, una conciencia buena y una fe no fingida. Estas tres áreas deben ser evidentes en nuestra vida, y los que nos rodean serán los primeros en darse cuenta, porque “lo que ven, es lo que hay”.
Pablo Giovanini
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¿Prudente o miedoso?
No es lo mismo ser prudente que miedoso. Una persona prudente es aquella que piensa sobre los riesgos que implican sus decisiones, adapta o cambia la conducta para no recibir consecuencias negativas innecesarias; es el que pone cuidado, moderación o sensatez para evitarse perjuicios en su contra.
Pero el miedoso es una persona que siente angustia por un problema, riesgo o peligro, sea real o imaginario; es la persona que tiene un sentimiento de desconfianza que lo lleva a creer que le va a pasar lo malo, que va a fracasar, que recibirá las consecuencias negativas.
Un prudente piensa, reflexiona acerca de los posibles riesgos, y traza un plan para evitar las cosas malas. Un miedoso siente o cree que le va a ir mal; cuando ve los riesgos y las posibilidades no actúa porque siente o cree que todo saldrá mal.
La Biblia habla de las dos posiciones. Siempre nos exhorta a no tener miedo, pero a ser prudente en todo. Observe los siguientes versículos:
Josué 1:9: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Proverbios 2:1-6: “Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios.”
El temeroso pone la mirada en las circunstancias y cree… cree que le irá mal, y siente que recibirá todas las consecuencias negativas.
El prudente calcula los gastos, observa dónde están los males, corrige lo torcido, endereza el rumbo, cubre los posibles riesgos, y cree… cree que Dios guiará sus pasos porque en Él está confiando, y ¡toma la decisión en fe!
El miedoso no toma decisiones porque cree o siente que nunca le irá bien. Así que está parado, estancado, petrificado, inamovible. Nunca sabrá si ese plan hubiera funcionado porque nunca tomó la decisión. Nunca sabrá si ese negocio hubiera sido un éxito porque nunca arriesgó. Nunca sabrá si Dios lo hubiera usado con ese ministerio porque nunca emprendió el viaje.
La prudencia nos hace reflexionar para bien, para perfeccionar el plan, para evitar errores innecesarios, para seguir avanzando dándole lo mejor a Dios. El temor nos detiene, nos paraliza y nos trunca la oportunidad de darle la gloria a Dios con nuestras decisiones.
Tampoco creamos que cuando alguien dice “yo no tengo miedo” significa que es prudente. Hay muchos que se arriesgan a cometer locuras que Dios nunca les dijo que hicieran y terminan mal. Por eso, para glorificar a Dios, la valentía debe ir acompañada de la prudencia. Pero también, como alguien una vez dijo, nunca el temor debe disfrazarse de prudencia.
Tampoco es lo mismo ser “creyente” que ser “crédulo”. El creyente que confía en Dios es prudente; pero un crédulo es simplemente ingenuo, simple, no ve los peligros y no corrige su rumbo. Dios quiere hijos valientes, no temerosos; pero también los quiere prudentes, no simples.
Dios ha prometido estar con nosotros siempre. Esta promesa nos da la valentía que necesitamos para hacer su obra. Cuando buscamos el rostro de Dios, tener su mente y corazón, actuar como Él lo haría, entonces nuestros miedos se van y Dios nos llena de seguridad. Sal. 34:4: “Busqué a Jehová, y él me oyó, y me a libró de todos mis temores.”
Hombre de Dios, sé prudente y mira bien tus pasos, pero no dejes nunca que el temor te paralice. Dios está contigo donde quieras que vayas y serás un instrumento para su gloria si después de haber dado lugar a la prudencia actúas en fe confiando en lo que Dios hará.
Pablo Giovanini
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Con una nueva mirada
Muchas veces vemos lo que queremos ver. Otras veces no vemos lo que debemos ver. Y por supuesto, también no vemos lo que no queremos ver. Parece que vemos más con la mente que con los ojos. Nuestras pupilas captan lo que está pasando pero nuestra mente se niega a aceptar la realidad.
Esto también pasa con nuestra visión espiritual. Cuando estamos frente a una disyuntiva, un dilema, tenemos dos opciones para decidir, una está respaldada por lo que dice la Biblia, la otra por lo que más nos gusta. Si nos hemos sometido al Espíritu Santo, Él mismo nos recordará la Palabra, y si somos sensibles a su voz, tomaremos la decisión correcta respaldada por la Biblia. Pero no siempre actuamos así. Cuando nuestros deseos se hacen fuertes en nuestra mente empieza una lucha interior entre lo que debo hacer y lo que me gustaría hacer. Ahí es cuando la lucha se hace larga.
Dentro de nosotros, la “carne”, también llamada la “concupiscencia”, o deseos de nuestra vieja naturaleza que estaba habituada al pecado, sigue allí, parece muerta pero está latente, queriendo despertar y tomar el control de nuestro corazón. Si le damos lugar, entonces nuestra lucha será fuerte, larga y penosa. Si la “carne” empieza a tomar el control de nuestra manera de pensar, hasta llegaremos a justificar nuestros deseos contrarios a la voluntad de Dios. Le pasó a Lot.
Abraham había hablado con Lot, su sobrino, porque sus ganados eran demasiado grandes para convivir juntos, y sus pastores empezaban a pelearse. Fueron hasta un monte alto para tomar una decisión: Si uno iba al norte, el otro iría al sur; si uno al este, el otro al oeste.
Abraham, quien era la persona espiritual que escuchaba a Dios antes de tomar una decisión, le dio la oportunidad a Lot de escoger primero a dónde se iría. Observe cómo vio Lot la tierra. Dice en Génesis 13:10-11: “Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra. Entonces Lot escogió para sí toda la llanura del Jordán; y se fue Lot hacia el oriente, y se apartaron el uno del otro.”
Lot miró las cosas con una visión carnal, según sus propios deseos. La mejor tierra estaba justo en la pecaminosa ciudad de Sodoma. No era un lugar para vivir para un hijo de Dios. Sin embargo, él se escuchó a sí mismo y hasta la vio “como el huerto de Jehová”. ¡Si hasta le parecía que era el mismo Edén! ¡Cómo no estaría Dios ahí si se veía espectacular! Lot no necesitaba orar, él ya había elegido lo que sus ojos querían ver, lo mejor para su gusto personal. ¿Para qué orar? Si Lot hubiera sido latino habría dicho: “¡Dios sabe!”.
Lot terminó muy mal en Sodoma. Cada día iba corriendo sus tiendas hasta que entró en la misma ciudad y se integró a esa comunidad. Pero unos ángeles vinieron a avisarle que Dios destruiría la ciudad entregada al pecado, y si quería salvar su vida y la de su familia solo le quedaba escapar sin tomar nada para sí. Lamentablemente, Lot perdió todo: su casa, sus posesiones, sus amistades, sus yernos, su posición social, y hasta su esposa, convertida en estatua de sal. Es el triste fin de una persona que se deja guiar por sus propios deseos justificándolos con que “Dios lo había provisto”…
Pero no fue así con Abraham. Observe la enorme diferencia según el pasaje de Génesis 13:14-15: “Y Jehová dijo a Abram, después que Lot se apartó de él: Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”. Abraham esperó hasta que Lot decidiera y se fuera. Luego escuchó a Dios que Él mismo le dijo: “Alza ahora tus ojos”.
La visión de Abraham no fue carnal, porque escuchó a Dios que le dijo que ahora sí podía ver lo que Él veía: Toda la tierra iba a ser suya. El padre de la fe tuvo una visión espiritual dada directamente por Dios. Así fue como nunca desesperó y esperó el cumplimiento de la promesa, aunque esta se tardara años en llegar. Abraham estaba aprendiendo a no depender de su propia visión carnal, de sus propios gustos, de ver las cosas con la mente de la vieja naturaleza. Ahora estaba escuchando a Dios y viendo lo que Él quería que viera.
¿Qué visión tenemos de las cosas? ¿Cómo la de Lot, que nos parece que es de Dios, que es la mejor, aunque haya asuntos que espiritualmente no nos cierran o nos intranquilizan? Cuando Dios nos muestra lo que Él tiene para nosotros, habrá paz, respaldo de su palabra, convicción del Espíritu Santo, y hasta apoyo de consejeros maduros y espirituales.
Todos los días tenemos la decisión en nuestras manos: Guiarnos por nuestra visión carnal controlada por nuestros deseos, o una visión de Dios acerca de lo que Él tiene para nosotros respaldados por su palabra. Puedes ser un ejemplo de fe a tu familia como Abraham, o perderlo todo como Lot. Dependerá de cómo quieras ver las cosas.
¡Danos Señor tus ojos para ver como tú ves, tu mente para pensar como tú piensas, tu corazón para entender lo que tú ves, y la valentía para decidir siempre hacer tu voluntad!
Pablo Giovanini
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