Devocionales para hombres - Otoño 2016
“Formando hombres de Dios que sean valientes, responsables, proactivos y espirituales”.
Llamados a ser pacificadores.
Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los hombres de Dios son llamados a ser pacificadores. Ellos median en la familia para que la paz de Dios gobierne en todo tiempo y circunstancia.
Hay muchas posibilidades de discordias, disputas, discusiones, resentimientos en las fiestas. Estas pueden ser producidas por viejos rencores no perdonados, malas experiencias pasadas, pequeñas venganzas por acciones pasadas, falta de comprensión, falta de aceptación, falta de comunicación.
El hombre de Dios toma la iniciativa para no dar lugar a la pérdida de paz y también es un puente, no solo para mantenerla, sino para iniciarla aun cuando nunca haya estado en una relación.
En Isaías 9:6 dice que Jesús vino a ser el Príncipe de paz. Nosotros nos remitimos a Él para que la paz sea posible. Jesús dijo en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
En Romanos 5:1 nos dice que cuando Cristo nos justificó, Él nos dio paz para con Dios. Esa paz reina en nuestros corazones y podemos transmitirla a los demás por la gracia del Espíritu Santo.
1 Corintios 14:33 dice que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Dios no reina en la confusión sino en la paz.
2 Corintios 13:11 Pablo nos exhorta: “por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” Dios estará con nosotros con su paz si nosotros también hacemos nuestra parte: “vivir en paz”.
Filipenses 4:7 dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
Vamos a creer que Dios tiene paz para darnos más allá de lo que podamos entender. El Señor protegerá nuestros pensamientos y nos afirmará en su paz. De esa manera podremos compartirla con los que nos rodean.
Pablo Giovanini
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Somos lo que dice Dios de nosotros.
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
Saber quiénes somos es una prioridad para llegar a ser un hombre de Dios. Nuestra identidad está basada en quién nos defina. Si nos definen nuestros padres, pues seremos lo que ellos pensaron. Si nos define nuestro cónyuge o nuestros hijos, seremos lo que ellos quieren. Si nos definen nuestros amigos, jefe o compañeros, estaremos a su merced. Pero si nos define Dios, entonces seremos lo que Él pensó para nosotros.
Dios nos ha llamado para ser un instrumento de adoración, ser sus hijos, sus amigos, sus siervos para glorificarlo. Él nos define. Él dice quienes realmente somos. Jesús mismo dijo que sin Él nada podemos hacer. Sin Dios nada somos en este mundo. Por eso es tan importante lo que el apóstol Pablo nos está diciendo en este primer versículo: Con todo nuestro ser, incluyendo el cuerpo, debemos ofrecerle a Dios un culto racional, porque somos hechos para su gloria, para adorarlo con todo nuestro ser. Nuestra vida debe estar rendida a Dios como un sacrificio.
Cuidado, porque el mundo se levanta para competir con Dios en nuestra formación. Nosotros tenemos la responsabilidad de seguir unidos a Dios, escuchando lo que Él dice de nosotros y para nosotros, o si no seguiremos los dictámenes de esta cultura. Observe lo que dice el siguiente versículo.
Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Este siglo, esta cultura, este mundo, nos presiona para adaptarnos a su sistema de ambición de éxito, riqueza, poder, placer, fama y egolatría. Debemos tener discernimiento espiritual para detectar cuando nos empezamos a medir con el mundo, cuando empezamos a adquirir sus hábitos egoístas, cuando empezamos a centrarnos en nosotros mismos. Somos responsables de poner un límite y volver la mirada a Dios. “Conformarse” tiene el significado de “adaptarse a la forma exterior”. En contraste, “transformarse” significa “un cambio radical que viene desde adentro hacia afuera”. La palabra griega es “metamorfosis”, muy conocida por el ejemplo de la transformación de un gusano en mariposa.
La transformación de nuestro ser es producido gracias a la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros que nos va formando a imagen de Cristo. Por eso manifestamos diariamente y de manera progresiva un cambio en nuestro carácter, palabras y acciones. Es el “fruto” o resultado de la obra santificadora. Es el proceso para ser un hombre de Dios. Cuando estamos en este proceso nos damos cuenta que la voluntad de Dios ahora es “agradable”. ¡Nos gusta obedecer a Dios! También entendemos que la voluntad de Dios es “buena”. ¡Nos hace bien, nos llena de gozo, cómo es que nos estábamos perdiendo de hacer su voluntad! Y por último, que su voluntad es “perfecta”. ¡No puedo, no debo, ni quiero agregarle ni quitarle nada a su voluntad! Es perfecta. Yo solo debo obedecer a Dios y dejar el resultado en sus manos.
Pero cuidado, puede ser que el orgullo nos juegue una mala pasada y terminamos perdiendo el objetivo, el propósito, la dirección. Por eso viene la exhortación del siguiente versículo.
Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
Debemos seguir pensando “con cordura”, con equilibrio, balance, acerca de nosotros mismos. Ni sobreestimarnos, ni subestimarnos. Considerarnos obra de Dios y darle la gloria a Él por lo que haga, porque todo lo que hemos recibido viene del Señor.
Hombre de Dios, estas siendo transformado para ser un instrumento en sus manos. Serás lo que Dios pensó de ti en la eternidad. Permite que el Espíritu Santo día a día haga su trabajo en ti y Él mismo manifieste su fruto en tu vida.
Pablo Giovanini
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Seguimos siendo perfeccionados.
Filipenses 1:6 dice: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
No somos vasijas terminadas. Estamos todavía en proceso continuo de formación. El Alfarero nos acaricia con sus manos, nos alisa las partes ásperas, nos aprieta, nos amasa, nos golpea contra el piso para quitar el aire, nos da forma según el modelo que tiene en su mente, y sigue dándonos vueltas y vueltas para ser perfeccionados.
De pronto nos empezamos a secar y a endurecer, y en su amor nos moja lo suficiente para hacernos dóciles otra vez, dúctiles en sus manos. A veces creemos que es demasiada agua, otras veces que es escasa, pero Él sabe lo que necesitamos. Ah, en sus manos sentimos su delicadeza, su amor, su amabilidad. Hasta nos empezamos a sentir cómodos y confortables…
Abruptamente, el Alfarero decide usar una herramienta. ¡Ay, no, es muy filosa! ¡Muy cortante! La clava en medio de la vasija y empieza a apretar. ¡Parece que nos está quitando demasiado barro de nosotros! Estamos perdiendo lo que creíamos que nos pertenece. Señor, ¿no es demasiado? ¿Por qué usas justo ese instrumento?
Luego empieza a apretarnos en lo que parece ser el cuello de esa vasija. Aprieta y reduce el orificio. ¡Parece que nos falta el aire! ¿Por qué tenemos la base tan amplia y el cuello tan chico? ¿Estás seguro Señor?
Y al fin nos empieza a pulir, una y otra vez, quitando todas las asperezas y ya dando los últimos toques maestros. ¡Y otra pulida más! Ya está bien, ¿no? No, otra más.
Nos toma con sus manos amorosas y ¡nos mete en un horno extremadamente caliente! Mucho fuego, mucho calor, todo empieza a solidificarse, a consolidarse, a definirse la forma diseñada. Ya debemos estar listos… pero no, todavía no. Hay que pasar más tiempo en el horno. Cada etapa es muy importante, y necesita el tiempo justo.
Al fin salimos, al aire fresco. Ahora viene la decoración. Hermosas líneas dibujando nuestros contornos, filetes celestiales dando unas particularidades únicas. Ninguna vasija se parece a la otra. Todas están hechas a mano. Esto no es una fábrica en serie. El Maestro se toma todo el tiempo que crea conveniente para terminarnos.
Al fin, nos llena de agua y nos coloca unas flores maravillosas que adornan su taller de manera muy especial. Y allí estaremos, adornando su gloria, reflejando la destreza de sus manos.
Cuando alguien se acerca a mirar la vasija llena de flores, nunca dirán: “¡Qué hermoso barro duro…!” No, más bien dirán: “¡Qué obra de arte! ¡Un aplauso al Alfarero!”
Pablo Giovanini
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La fe que vence al sentimiento.
Somos muy proclives a dejarnos dominar por nuestros sentimientos. Si no sentimos de leer un devocional, no lo leemos. Si no sentimos de hablar, no hablamos. Si no sentimos de escuchar, no escuchamos. Si no sentimos de ir a algún lado, no vamos. Si no sentimos de amar, no amamos. Si no sentimos de perdonar, no perdonamos. Y si no nos sentimos victoriosos, no vivimos en victoria.
Hay una gran diferencia entre sentirnos victoriosos y actuar como victoriosos. La fe tiene que ganarle al sentimiento. La fe tiene que ganarle a la razón. La fe tiene que ganarle a nuestros deseos. Debemos vivir por fe.
Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
No importa cómo te sientas, Dios dice que eres más que vencedor. No depende de cómo te sientas sino de lo que Dios dice porque Él nunca miente. Así que como Pablo también puedes decir: “Todo lo pudo en Cristo que me da las fuerzas”.
Tal vez hayas pasado tus últimos días viendo un panorama un poco desalentador, un campo de batalla con un ejército vencido, o sin fuerzas para pelear. Lo que cuenta es que hoy Dios te dice que eres más que vencedor si confías plenamente en Él. Si entregas tu situación en sus manos y esperas la respuesta en Él.
No hace falta prólogos para hablar con Dios. Él nos dice que debemos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro”. No necesitas acercarte a Dios con argumentos extraños ni para ganarte su amor y confianza. ¡Dios ya te conoce! Solo abandónate en sus brazos y escucha lo que Él quiera decirte, porque tiene dirección para tu vida.
Cuando te hable, tal vez debas pedirle perdón por algunos pecados escondidos que Él te esté dando convencimiento: La duda, el orgullo, la desconfianza, la autosuficiencia, el egoísmo, celos, envidia, lujuria, codicias… Pídele perdón, decide no volver a hacerlo, toma una nueva dirección en tu corazón para agradar a Dios en todo tiempo.
En 2 Corintios 5:7 Pablo dice: “porque por fe andamos, no por vista”. Más allá de cómo se vean las cosas, nosotros debemos andar por fe. La confianza en Dios te hace victorioso. Cuando venga el enemigo, cuando vengas las situaciones complicadas, cuando vengan los desafíos, sigue confiando en Dios.
Haz una resolución de corazón: Voy a confiar en Dios más allá de cómo me sienta y esperaré Su salvación. El Señor siempre movió cielo y tierra por una persona que haya vivido con esta resolución en su vida, porque Él es fiel a sus promesas.
Pablo Giovanini
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La extraña clase de hombres agradecidos.
Lucas 17:11-20: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?”
Los contextos cambian, las culturas pueden ser diferentes, pero el corazón humano es siempre el mismo. En esta historia Jesús presenta una gran realidad: No todos son realmente agradecidos. Solo un diez por ciento lo fueron aquí. ¡El diezmo de los sanados! Uno entre diez fue capaz de reconocer a quien hizo el milagro con palabras de agradecimiento. La pregunta de Jesús sigue latente hoy también: ¿Dónde están los otros nueve?
¿Por qué cuesta ser agradecido? Hay varias razones que podemos pensar:
Hay personas que creen que merecen lo que reciben. Se miran a sí mismos y creen ser superiores a todos, que todo lo obtienen por merecimiento propio, que todo el mundo debe estar a sus expensas. ¡Son el centro del universo! Esta actitud siempre ha sido reprochada por Jesús. Los fariseos eran un típico ejemplo de ello y no podían recibir a Cristo porque confiaban en sus propios merecimientos para ser salvos. No podían alcanzar la gracia de Dios, y sin gracia, no hay salvación.
Hay personas que nunca han aprendido a ser agradecidos. Nunca lo vivieron en su casa, nadie les dio ejemplo de agradecimiento, han crecido en un ambiente egoísta, mezquino, o tal vez de supervivencia. Necesitan saber que el agradecimiento es una actitud de un corazón que reconoce que otros le han bendecido, que otros han suplido sus necesidades.
Hay personas que solo se enfocan en sí mismos. Sus metas son egoístas. Cuando hacen regalos en Navidad, los preparan pensando en quienes les devolverán otro regalo aún mejor. No les importan los medios con tal de obtener sus fines. Algunas veces darán un simple “gracias” por compromiso, solo con el fin de seguir obteniendo lo que ellos desean. No hay realmente un corazón agradecido.
Pero los hombres de Dios pertenecen al selecto grupo de los sinceramente agradecidos. Saben que nada merecen, todo lo obtienen por gracia. Por tanto, deben dar gracias a quienes lo merecen. Saben que necesitan depender de Dios en todo momento, saben que necesitan de su familia y su familia a ellos, saben que no están solos en la iglesia, que necesitamos ser interdependientes. Así que cuando hay que dar gracias, lo dan a quien corresponda: A Dios, a su esposa, a sus hijos, a sus familiares, a sus hermanos en la fe, a sus compañeros de trabajo, a compañeros de estudio, a jefes, a profesores, a amigos, a vecinos. Cada vez que hemos recibido una ayuda, un soporte espiritual o emocional, será un motivo de agradecimiento.
El apóstol Pablo dice: “Sed agradecidos” (Colosenses 3:15), “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), “Dando siempre gracias por todo” (Efesios 5:20). Un hombre de Dios tiene este espíritu de agradecimiento permanente en su corazón. Y seguirá dando gracias en Thanksgiving, con o sin pavo!
Pablo Giovanini
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Un líder que trae paz en la familia.
Hombre de Dios, Él te ha constituido líder en tu hogar para guiarlos hacia Dios en momentos de incertidumbre.
Dios nunca te dejará solo. Él tiene los recursos que necesitas para guiar a tu familia. “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11). Tú no eres el que crea la paz, sino Dios. Tú debes proveer el camino para buscarla.
Cuando aparece una situación desafiante para la familia, cuando aparecen problemas inesperados, cuando hay que resolver situaciones rápidamente, tenemos la ayuda sobrenatural de Dios. Inmediatamente lo que podemos hacer como líderes espirituales es guiar a la familia a la oración, recordando pasajes de la Palabra que traen esperanza y afirman la confianza en nuestro Señor. Recuerda los pasajes donde Jesús ha prometido estar con nosotros y darnos de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).
Tú puedes recordarle a tu familia que Dios siempre ha hecho una diferencia con su pueblo. Aunque siempre llueve sobre justos e injustos, cuando Dios actúa con sus juicios, cuando quebranta a un pueblo para que aprenda disciplina, cuando interviene para que los pecadores vuelvan a él, siempre hace una diferencia. Lo hizo con Israel en Egipto, cuando las plagas caían en la casa de Faraón y su pueblo, Dios preservó a sus hijos de ellas. Cuando había hambre en Israel por causa de Acab, Dios proveyó alimento a Elías, a la viuda y a todos los que confiaban en Él. La promesa de Dios es “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados.” (Salmo 37:19).
Comparte el Salmo 91. Recordemos algunos versículos (91:3-7): “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará…”
La diferencia la marcan los que realmente confían plenamente en Dios. Ellos lo conocen y saben que sus promesas siempre se cumplen porque es un Padre bueno y lleno de misericordia.
Pablo Giovanini
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La actitud, una disposición del corazón
El diccionario define a la actitud como “la manera de estar dispuesto a comportarse u obrar”. Alguien también la definió como la “predisposición aprendida a responder de un modo consistente”. En otras palabras, lo que sentimos lo expresamos en la conducta. Lo que tenemos en el corazón lo manifestamos en nuestro comportamiento. Y es importante destacar que la manera de manifestar una actitud se aprende. Eso significa que podemos cambiar nuestras actitudes.
Puede haber muchos tipos de actitudes: Actitud defensiva, ofensiva, benévola, malévola, de colaboración, de indiferencia, de entusiasmo, de desánimo, de persecución, provocativa, pensativa, de perdedor, de vencedor, positiva, negativa… ¿De qué depende? De lo que tenemos en el corazón. Ahí guardamos lo que hemos aprendido en la vida a través de nuestros padres, de los amigos, de la escuela, de la iglesia, de las experiencias que hemos pasado, de personas que influyeron en nuestra formación. Creo que si somos sinceros, todos podemos decir que hemos aprendido a manifestar buenas y malas actitudes. Entonces necesitamos evaluarlas para saber qué debemos todavía corregir dentro de nosotros.
David, bien consiente de esto dijo en el Salmo 19:12: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”
Manifestamos nuestras actitudes con nuestras palabras, nuestras acciones, y la postura de nuestro cuerpo. Muchas veces quisiéramos decir que “sí” a una excelente propuesta de trabajo que nos hacen pero interiormente creemos que vamos a fracasar, que le fallaremos a la persona, que algo malo podría pasar, y decimos que “no”, porque no queremos que por un fracaso nos desvaloricen, que nos hagan a un lado, que nos hagan sentir que somos inferiores. Así que cuando decimos “no” interiormente queremos decir que “sí”. Una actitud de temor al fracaso.
Otras veces ocurre lo contrario, por miedo al qué dirán nos comprometemos con un “sí” que en el corazón queríamos decir lo contrario, y entonces nuestra cara, la postura de nuestro cuerpo manifiestan lo opuesto, y comenzamos a dar vueltas para no hacerlo… Tenemos una actitud de temor al rechazo. Y esta nos paraliza.
Cuando nos pasan cosas como estas debemos preguntarnos siempre “¿Por qué?” ¿Por qué tengo esta actitud de temor al fracaso, temor al rechazo? En otros casos, ¿Por qué tengo esta actitud egoísta, mezquina, machista, indiferente…? La respuesta será la raíz de nuestra actitud. Porque toda conducta tiene una causa.
Tal vez empecemos a recordar las enseñanzas de quienes nos criaron. Nuestras actitudes actuales dependen mucho de ellos. Si ellos eran temerosos, posiblemente adquirimos actitudes de temor. Si eran egocéntricos, actitudes egoístas. Si tenían sentimientos de mártires, tal vez identifiquemos muchas actitudes negativas en nosotros. O cómo nos trataron en la escuela. Si siempre teníamos que defendernos diciendo a todos que “sí”, entonces ya estamos encontrando el motivo por el cual no podemos decir que no.
En fin, somos demasiados complejos como para resolverlo en un momento. La Biblia nos dice que cuando recibimos a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo ha venido a morar en nuestra vida. A partir de allí contamos con ayuda sobrenatural. Él es quien nos santifica diariamente, el que nos ayuda a cambiar nuestras actitudes, el que produce en nosotros una transformación interna de nuestro corazón para parecernos cada día a Jesús. Con Él es posible que se cumpla lo que dice en Efesios 4:22-24: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Tú eres un nuevo hombre de Dios en quien el Espíritu Santo cada día hará la obra transformadora. Entrégale cada actitud que no esté de acuerdo a la Palabra y permítele que siga desarrollando ese nuevo hombre poderoso en Cristo dentro de ti.
Pablo Giovanini
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El valor de tu semilla.
Estaba buscando semillas de trigo para poder llevar a la congregación como una lección objetiva en mi predicación del domingo. Me llevé la sorpresa de que en los mercados convencionales donde compramos los alimentos que necesitamos para la semana no venden trigo en grano entero. Busqué en varios lugares y solo encontré uno llamado Khorasan wheat, que tiene sus orígenes en el medio oriente, más específicamente en la zona de la Persia antigua, hoy Irán. Cuando vi este grano, me llevé una desilusión bastante grande: El granito era mucho más pequeño y delgado que las semillas que yo conozco de Argentina. Claro, mi país de nacimiento fue llamado “el granero del mundo” debido a que después de la segunda guerra mundial, Argentina abasteció a la mayoría de los países europeos con lo mejor del trigo y otros granos. Hoy por hoy, los argentinos tenemos más granos en la cara que los que exportamos al mundo, pero esa es otra historia.
Mi padre fue criado en el campo, que junto a su padre y su hermano trabajaba levantando las cosechas de la pampa argentina con las primeras cosechadoras que llegaron a ese país. Cuando yo era pequeño, me llevó a conocer su tierra, los viejos tractores que araban la tierra, los graneros o silos donde almacenaban las semillas antes de exportarlas, y por supuesto, me subió a una cosechadora explicándome todo el proceso hasta que se llevaban las bolsas cargadas de granos de trigo. En esta experiencia pude ver cómo las semillas se reproducen de manera extraordinaria, tal como Jesús lo dice en la parábola del sembrador: casi 100 a uno!
Jesús también conocía los tiempos de siembra y cosecha de su tierra. Él aprovechó a dar lecciones espirituales con estas vivencias cotidianas. La primera que les enseñó a sus discípulos está en Juan 4. Tuvo un encuentro con una mujer de Samaria, a quien le revela su vida, saca a luz el gran vacío que tenía, y él mismo se presenta como el Agua de Vida. Esta mujer es impactada por Jesús (¡Quién no es impactado cuando tiene un verdadero encuentro con Cristo!) y vuelve a su ciudad a compartir las buenas nuevas con sus coterráneos. En el momento en que ella se dispone para marchar, llegan sus discípulos y se sorprenden al ver a Jesús con una mujer samaritana. Jesús estaba rompiendo las barreras culturales! Los judíos y samaritanos ni se miraban, pero el Maestro vio un corazón hambriento de alimento espiritual y tomó tiempo para invertir en ella. Jesús había puesto una semilla de esperanza, de salvación, de vida eterna en la samaritana. Solo una.
Jesús no terminó de hablar con sus discípulos cuando vuelve la mujer con una multitud. Esa semilla se multiplicó en cientos de corazones dispuestos a escuchar las palabras de vida eterna.
Jesús les dice a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35). ¿Qué estás tú viendo hoy? ¿Cómo ves a las personas? ¿Podrías compararlos a campos listos para cosechar?
Actuaremos según lo que veamos. Si vemos campos blancos, cosecharemos. Si vemos campos verdes, nos quedaremos sentados esperando que llueva…
Las personas que están a tu alrededor necesitan a Jesús, el Pan de Vida. Solo Él es el alimento para sus almas. Tú tienes en tu mano tu semilla. Pídele a Dios que te muestre en dónde plantarla, con quién compartirás esta semana la palabra de Dios. Hay muchos hambrientos de vida que están esperándote. No tengas temor de lo que dirás o del qué dirán. Dios llenará tu boca de palabras extraordinarias. Incluso tú mismo te sorprenderás al escucharte. Es una promesa de Jesús para ti cuando dejas al Espíritu Santo actuar en tu lugar.
El campo ya está blanco, listo para la cosecha. ¿Ya encendiste tu cosechadora?
Pablo Giovanini
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Las manos amorosas son también firmes.
Jeremías 47:3: “Por el sonido de los cascos de sus caballos, por el alboroto de sus carros, por el estruendo de sus ruedas, los padres no cuidaron a los hijos por la debilidad de sus manos”
El profeta Jeremías está hablando una palabra de Dios a un pueblo que había desprotegido a sus hijos por prestar atención al medio ambiente. Se habían asustado por lo que estaban escuchando: los sonidos de los caballos, el repiqueteo de las ruedas de los ejércitos, el griterío de la multitud, y perdieron a sus hijos.
No habían previsto el problema. Estaban confiados. Pensaban que a todo el mundo le puede pasar, menos a ellos. Habían creído que con traer el alimento a la casa, alcanzaba. “¿Para qué ocuparnos de los hijos si lo puede hacer la esposa? ¡Nosotros estamos cansados!” Se olvidaron de la responsabilidad diaria que tenían como padres. No solo alimentar a la familia físicamente, sino también emocional y espiritualmente. ¡Qué terrible descuido! Por no hacerlo diariamente, cuando llegó el problema ya era demasiado tarde… Habían perdido a sus hijos.
Se habían enfocado más en lo que escuchaban y veían que en lo que realmente estaba pasando en la casa. Los rumores estaban por todos lados, las presiones sociales parecían llevarse todo por delante, pero ellos no prestaban atención a lo que estaba sucediendo en su propio hogar. “Sus manos” se estaban debilitando. Lo que debían hacer por sus hijos estaba descuidado. Ya no tenían la fuerza suficiente. El miedo y pavor por lo que sucedería los hizo desenfocarse. Prestaron más atención a lo externo que a lo interno. El final fue trágico.
Hoy estamos viviendo en tiempos peligrosos. Las presiones de la escuela, de los amigos, de los medios de comunicación, arrastran a nuestros hijos hacia lo que jamás quisiéramos. Si nosotros como padres no ponemos un freno deliberado a las tentaciones, los ataques de Satanás, los bombardeos de ateísmo, y todo lo que quiera destruir la familia, todo se perderá.
Necesitamos poner atención a lo que esté pasando en casa. Los tiempos de desayuno, almuerzo, cena, es para compartir con la esposa y los hijos. Es el mejor tiempo para conversar, preguntar, aconsejar, compartir una palabra y orar. Las salidas con la familia es un tiempo que no puede desperdiciarse. Hay que crear el ambiente de confianza, de respeto, donde se pude dialogar y llegar a sanas conclusiones según lo que Dios ya nos ha dicho.
Como padres debemos saber lo que les pasa a nuestros hijos. Cómo están en la escuela, de qué conversan, qué temas se tratan, cómo es la relación con otros compañeros de clase, qué tipo de amistades están desarrollando. A veces escuchamos que “no hay que presionar a los hijos”, “que no hay que controlarlos”, “que hay que darles libertad”, pero si no encontramos el equilibro bíblico para esto, podemos terminar fomentando el libertinaje o el legalismo en casa. Necesitamos actuar con amor y firmeza, con comprensión y consejo, saber hablar, pero también saber escuchar.
Nuestras manos deben estar dirigidas por Dios. Debemos imitarlo a Él como Padre. Él nos ha perdonado, nos ha restaurado, nos enseña diariamente el camino, nos habla todos los días, nos corrige si nos desviamos, nos abraza y nos llena de amor. Debemos nosotros también ser proactivos en todos estos aspectos con nuestros hijos. Ellos necesitan conocer la poderosa mano de Dios, y primero será a través de nuestras manos.
Nuestras manos deben estar siempre limpias, espiritualmente hablando. No podemos disciplinar a nuestros hijos con “manos sucias”, no podemos brindarle lo mejor de Dios con “manos enfermas”, no podemos curar si todavía las nuestras están heridas. Necesitamos darle nuestras manos a Dios, que Él las limpie cada día, las fortalezca, las suavice con su amor, las afirme en su palabra. Y nunca olvidemos que los hijos de Dios estamos en las mejores Manos.
Pablo Giovanini
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De tal palo, tal astilla.
1 Crónicas 28:20: “Dijo además David a Salomón su hijo: Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová”.
Los hombres de Dios transmiten a sus hijos palabras afirmativas para que avancen en lo que el Señor les está mostrando. Esto es posible porque primero han recibido la palabra de Dios en sus vidas.
Este es el caso de David. Él tenía toda la intención de construir un templo espectacular para Dios. Pero Jehová le dijo que no lo haría él, sino un hijo suyo. Escuchó de Dios directamente una parte del plan que tenía para uno de sus hijos. Escuchó y actuó. Puso manos a la obra. Se adelantó a este suceso y comenzó a juntar todo tipo de materiales para el proyecto que su hijo continuaría. No fue el gran templo de David. No, fue el gran templo de Salomón, su hijo.
Sin embargo, David luchó por ese plan para la vida de Salomón. David sabía muy bien que no alcanzaba con juntarle todo el material que necesitaba para la obra. Tampoco que la visión que él mismo había recibido alcanzaba. David sabía que Salomón necesitaba por sus propios medios buscar a Dios, conocer el plan directamente de Él, y sobre todo, esforzarse y hacerlo. Conociendo esto, David se propuso motivar a su hijo para que siempre hiciera la obra de Dios.
Este versículo nos muestra las palabras de David que pronunció a su hijo antes de morir. Son palabras afirmativas, de fe, de entusiasmo, positivas. Están llenas de certeza, confianza en Dios, esperanza, y ánimo para hacer la obra.
“Anímate y esfuérzate”: Habrá momentos en que su hijo podría desanimarse, pero la instrucción es que siempre debía buscar el ánimo que necesitaba. Dios era la fuente de ese ánimo. Y además debía estar acompañado de esfuerzo. Los hijos deben saber que nada es fácil en esta vida. Los padres deben enseñarle a ser responsables, a ser perseverantes, a hacer bien las cosas, y a hacerlas con propósito. El ser esforzados se aprende desde niños con sentido de responsabilidad, participando en las tareas del hogar, en emprendimientos familiares, incluso en actividades de la iglesia y evangelísticas.
“Manos a la obra”: Nuestros hijos deben poner en práctica todo lo que están aprendiendo. Para eso necesitan seguir el ejemplo de su padre. Un padre teórico que no aplica nada, será el peor ejemplo para sus hijos. Podemos decir muchos versículos de memoria, pero si no lo ven en nosotros, jamás los aprenderán. ¡Lo que escuchamos de Dios hay que ponerlo por obra!
“No temas ni desmayes”: Por supuesto que vendrán tiempos de temor, ansiedad, preocupaciones. Pero tienen que saber que Dios estará siempre para alimentar su fe, ayudarlos a crecer, a depender de la voz del Espíritu Santo cada día. Podrán afrontar momentos difíciles, pero no deben desmayar. Dios tendrá los recursos que necesiten.
“Jehová tu Dios, mi Dios”: El mismo Dios de papá, también es el de los hijos. Ellos lo aprenderán viendo a su padre orar, buscar el rostro de Dios, alimentarse de su Palabra, compartir con otros el mensaje. Si nuestros hijos aprenderán a depender de Dios, no es porque la Escuela Dominical fue el único medio que tuvieron para conocerlo. ¡Debe ser por el ejemplo de su padre! Nosotros debemos enseñarles a nuestros hijos a pasar tiempo con Dios, buscando dirección, tomando tiempo para darle gracias y adorarlo.
“Dios estará contigo, no te dejará ni te desamparará”: ¡Qué confianza la de David! Él podía decir esto porque lo había experimentado. Su hijo lo había visto con sus ojos durante toda la vida de David. Dios era el centro de su vida y había sido siempre fiel. El mismo Dios que está con el padre es el mismo Dios que estará con sus hijos, ¡y nunca los desamparará!
Los hombres de Dios animan a sus hijos a obedecer a Dios, a amarle y servirle con todo el corazón. No hay mayor satisfacción que ver a nuestros hijos buscar a Dios con pasión, amor, devoción. Y debemos estar confiados que lo que hemos sembrado en nuestros hijos, germinará a su tiempo y producirán fruto en abundancia para la gloria de Dios.
Pablo Giovanini
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Hombres con bolsillos consagrados
Proverbios 11:24,25,28: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado… El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
La Biblia está llena de pasajes donde nos hablan de la bendición de ser generosos. La generosidad es un atributo de Dios que debe imitarse como un hijo amado que desea parecerse a su Padre.
Dios nos enseña a ser generosos. Nosotros como padres debemos enseñar a nuestros hijos a ser generosos. Por supuesto que nuestros padres deberían habernos enseñado a nosotros primero. Pero si este no fuera el caso, podemos comenzar la primera lección de generosidad ahora mismo.
Cuando la Palabra de Dios nos habla de generosidad no desea hacerlo solo en términos de acciones, sino que va más allá y profundiza en nuestro carácter. La cuestión no es dar de vez en cuando con generosidad, sino llegar a SER generosos. Una persona generosa siempre dará con generosidad.
Cuando somos generosos nuestro carácter se va pareciendo al de Cristo. Comenzamos a estar desprendidos de las cosas materiales, no porque no las necesitemos sino porque no son ídolos en nuestra vida.
El ser generosos nos conecta más con el corazón de Cristo. Cuando vemos las necesidades queremos suplirlas y ser parte de lo que haría Jesús en nuestro lugar.
Aprendemos a depender más de Dios. De hecho, este pasaje dice que el que reparte más, recibirá más todavía. Dios puede confiarnos más en la medida en que podamos ser canales a otros.
Tenemos una vida más ordenada. Antes malgastábamos el dinero. Un joven de nuestra iglesia nos decía que él gastaba más de 500 dólares cada viernes en cervezas. ¿Por qué se nos juzga a los cristianos que damos dinero a la iglesia? ¿Por qué calumnian a los pastores de tomar dinero de la gente cuando no tienen pruebas para demostrarlo? Si alguien gasta 500 dólares en alcohol que es perjudicial para la salud, que trae trastornos físicos, psíquicos, emocionales, que rompe familias enteras, será aplaudido por sus amigos, pero si alguien invierte en el Reino de Dios ese dinero, es criticado. Por eso, un generoso no escucha las críticas, opiniones mal fundadas, los consejos de seguidores de malos caminos. Solo se aferra a la Palabra y actúa con el corazón de Cristo.
El detalle está en el último versículo: Un hombre de Dios no confía en las riquezas, confía en Dios que es el Proveedor. Sabe que el Padre se ocupará de cada necesidad, suplirá en abundancia, y seguiremos siendo canales de bendición a otros.
Pastor Pablo Giovanini
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Sobrevivir o disfrutar en Su presencia
Salmo 16: 11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La primera base de seguridad de David es que Dios le iba a mostrar la senda de la vida. Por supuesto que estaba en contacto permanente con Dios para escucharlo. Antes de cada batalla, este rey iba a Dios en oración pidiendo la estrategia, y hasta que no lo escuchaba, no se movía. Para cada batalla tenía un nuevo plan creativo de Dios. No repetía la misma estrategia en diferentes batallas porque no se movía por experiencia sino por obediencia. Para cada paso había oración. Tenía la guía permanente de Dios y obedecía a la dirección que recibía. Claro, de nada sirve recibir dirección si luego no la ponemos en práctica.
Nosotros necesitamos también esa guía continua. Cada paso nuestro debe hacerse después de haber escuchado a Dios y estar seguro de lo que Él quiere. Movernos por emociones, por comentarios, por presiones, por escapatorias, nunca traen la guía de Dios. Necesitamos dependencia continua de Dios para movernos con firmeza y autoridad.
Lo segundo, es que David no sobrevivía espiritualmente sino que disfrutaba la presencia de Dios diariamente. No le resultaba pesado ir a Dios en oración, compartir tiempo con el Padre, usar sus instrumentos musicales para cantarle a Dios e inventarle salmos y canciones. Para David nunca fue una pérdida de tiempo, sino el tiempo que más disfrutaba de su día. ¡Había plenitud de gozo! Una relación profunda con Dios trae satisfacción al alma, trae quietud a nuestro espíritu, incluso hasta nuevas fuerzas físicas.
El último secreto de David es que en la mano derecha de Dios están las delicias más maravillosas que podamos disfrutar. Dios es la fuente de todo recurso. Todo está en su omnipotente mano. Y lo más increíble es que su mano está abierta para cada uno de sus hijos que se acercan a Él con fe y se apropian de sus promesas. David siempre le creyó a Dios y avanzó hacia una vida victoriosa. Cada batalla era la oportunidad de que Dios se hiciera grande, no David. Que Dios mueva su mano poderosa, no la nuestra. Que Dios nos muestre sus maravillas.
Hombre de Dios, Él te ha mostrado el camino para una vida triunfante. El secreto está en la obediencia a lo que Él dice. Si le buscamos de todo corazón siempre le hallaremos, siempre tendremos una guía para nosotros, y disfrutaremos haciendo la voluntad del Padre.
Pablo Giovanini
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El sacerdote gordo
1 Samuel 4:17-18: “Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.”
Elí fue un sacerdote de Dios en Israel. Tenía como misión ser un puente entre Dios y el pueblo, comunicarles la Palabra de Dios, orar e interceder por ellos, dejarles saber lo que Dios demandaba, corregir los caminos torcidos y llevarlos a la adoración permanente. Sin embargo, su vida dejó mucho que desear. Sus hijos muertos, el arca de la presencia de Dios perdida entre los enemigos y su vida terminó drásticamente, muriendo desnucado al caer hacia atrás.
Todos somos llamados a ser sacerdotes de Dios. Según Pedro, somos “real sacerdocio” para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. El llamado está, la capacitación del Espíritu para hacerlo también, pero la responsabilidad de ser un sacerdote como Dios manda es nuestra.
¿Qué le pasó a Elí? ¿Cómo terminó tan mal? La Biblia nos da muchas pistas acerca de cómo desarrolló su vida sin el fundamento correcto.
1. Elí era conformista. Dice que “se cayó de la silla”. Estaba sentado, inmóvil, quieto, paralizado, no hacía su labor como Dios quería que la hiciera. Un sacerdote nunca está quieto. Está sirviendo las 24 horas. Está en acción. Está mirando la necesidad y cómo suplirla. Primero en su familia, luego en sus vecinos, hermanos, y amigos. Es un puente para acercarlos a Cristo y su salvación.
2. Elí estaba centrado en sí mismo. Era “pesado”, estaba muy gordo. Gordo de alimentarse a sí mismo. Por supuesto que se alimentaba de lo que Dios proveía en el tabernáculo, pero comía en exceso y no consumía calorías por su quietud y conformismo. Gordo de recibir de Dios y no transmitir nada a nadie.
3. Elí fue negligente con su familia. No los alimentaba espiritualmente. Nunca los corrigió. Nunca actuó para salvar a sus hijos de las tentaciones y mostrarles el camino correcto. 1 Samuel 2:12 dice que “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.”
¿Acaso iban a tener conocimiento de Dios por simplemente estar en el tabernáculo, por ir a la iglesia, por asistir a la Escuela Bíblica? ¿No es acaso el padre el primer maestro cristiano para la vida de un hijo? ¿No es el padre el primero que habla de Jesús en el hogar para que sus hijos sean salvos, oren a Dios, amen a Jesús y le sirvan de corazón?
Elí no hacía eso y vio la consecuencia nefasta por su conducta. Cuando sus hijos pecaban, no los corregía. 1 Samuel 2:22-25 dice: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?...”
No alcanza con decirle a nuestros hijos: “No, no deberían hacer esas cosas…” O, “no es bueno que hagas esto otro…” “No es bueno lo que escucho de ustedes…” Cuando las palabras se desgastaron, ¡hay que actuar seriamente! ¡La disciplina los puede librar del infierno! Un sacerdote gordo no hace nada, solo habla. Y por supuesto, tendrá hijos gordos que van camino a la perdición.
4. A Elí no le interesaba la presencia de Dios. Veía la gloria de Dios en el tabernáculo, pero él no reflejaba esa gloria. La presencia de Dios estaba allí pero él estaba ajeno a esto. No escuchaba a Dios. De hecho, cuando Dios habló, no fue a él sino al niño Samuel. A él no le interesaba pasar tiempo con Dios. No le importó dejar que se lleven el arca de la presencia de Dios a la guerra sin su dirección. Allí la perdieron. Perdieron la presencia de Dios, y lo inmediato, perdieron la vida.
5. Vivía siempre temeroso. Sabía que algo andaba mal, y aun así dejó que se llevaran el arca. El sentía que algo olía mal, tenía miedo del futuro, de lo que pasaría. Cuando no está la presencia de Dios con nosotros vienen los miedos, los temores, la auto persecución, la desconfianza, y el sentimiento de que todo acabará muy mal. A pesar de sus miedos, no buscó a Dios con sinceridad y no hizo nada por cambiar la situación. Todo siguió su curso hacia la destrucción total. Perdió el arca, murieron sus hijos, y murió Elí. Fin de su historia.
Pero Dios estaba levantado a Samuel. Dios le había dicho a Elí que su sacerdocio había llegado a su fin y que Él estaba levantando un nuevo sacerdote. “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días.” (1 Samuel 2:35).
Dios te llama a ser un sacerdote en tu hogar, en tu escuela, en tu trabajo, en tu comunidad, en tu iglesia. La responsabilidad es tuya: O ser un sacerdote cómodo y negligente, o un sacerdote fiel y ungido todos los días. Comienza tu semana enfocándote en tus responsabilidades de sacerdote fiel, y deja que el Espíritu Santo te enseñe el camino. Los resultados están en su mano, y veras a tu familia transformada por su poder, a tus amigos y familiares salvos, a tu comunidad acercándose a la luz del evangelio de Cristo.
Pablo Giovanini
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Llamados a ser pacificadores.
Mateo 5:9: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.”
Los hombres de Dios son llamados a ser pacificadores. Ellos median en la familia para que la paz de Dios gobierne en todo tiempo y circunstancia.
Hay muchas posibilidades de discordias, disputas, discusiones, resentimientos en las fiestas. Estas pueden ser producidas por viejos rencores no perdonados, malas experiencias pasadas, pequeñas venganzas por acciones pasadas, falta de comprensión, falta de aceptación, falta de comunicación.
El hombre de Dios toma la iniciativa para no dar lugar a la pérdida de paz y también es un puente, no solo para mantenerla, sino para iniciarla aun cuando nunca haya estado en una relación.
En Isaías 9:6 dice que Jesús vino a ser el Príncipe de paz. Nosotros nos remitimos a Él para que la paz sea posible. Jesús dijo en Juan 14:27: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”
En Romanos 5:1 nos dice que cuando Cristo nos justificó, Él nos dio paz para con Dios. Esa paz reina en nuestros corazones y podemos transmitirla a los demás por la gracia del Espíritu Santo.
1 Corintios 14:33 dice que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Dios no reina en la confusión sino en la paz.
2 Corintios 13:11 Pablo nos exhorta: “por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” Dios estará con nosotros con su paz si nosotros también hacemos nuestra parte: “vivir en paz”.
Filipenses 4:7 dice: “Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.”
Vamos a creer que Dios tiene paz para darnos más allá de lo que podamos entender. El Señor protegerá nuestros pensamientos y nos afirmará en su paz. De esa manera podremos compartirla con los que nos rodean.
Pablo Giovanini
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Somos lo que dice Dios de nosotros.
Romanos 12:1: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional.”
Saber quiénes somos es una prioridad para llegar a ser un hombre de Dios. Nuestra identidad está basada en quién nos defina. Si nos definen nuestros padres, pues seremos lo que ellos pensaron. Si nos define nuestro cónyuge o nuestros hijos, seremos lo que ellos quieren. Si nos definen nuestros amigos, jefe o compañeros, estaremos a su merced. Pero si nos define Dios, entonces seremos lo que Él pensó para nosotros.
Dios nos ha llamado para ser un instrumento de adoración, ser sus hijos, sus amigos, sus siervos para glorificarlo. Él nos define. Él dice quienes realmente somos. Jesús mismo dijo que sin Él nada podemos hacer. Sin Dios nada somos en este mundo. Por eso es tan importante lo que el apóstol Pablo nos está diciendo en este primer versículo: Con todo nuestro ser, incluyendo el cuerpo, debemos ofrecerle a Dios un culto racional, porque somos hechos para su gloria, para adorarlo con todo nuestro ser. Nuestra vida debe estar rendida a Dios como un sacrificio.
Cuidado, porque el mundo se levanta para competir con Dios en nuestra formación. Nosotros tenemos la responsabilidad de seguir unidos a Dios, escuchando lo que Él dice de nosotros y para nosotros, o si no seguiremos los dictámenes de esta cultura. Observe lo que dice el siguiente versículo.
Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Este siglo, esta cultura, este mundo, nos presiona para adaptarnos a su sistema de ambición de éxito, riqueza, poder, placer, fama y egolatría. Debemos tener discernimiento espiritual para detectar cuando nos empezamos a medir con el mundo, cuando empezamos a adquirir sus hábitos egoístas, cuando empezamos a centrarnos en nosotros mismos. Somos responsables de poner un límite y volver la mirada a Dios. “Conformarse” tiene el significado de “adaptarse a la forma exterior”. En contraste, “transformarse” significa “un cambio radical que viene desde adentro hacia afuera”. La palabra griega es “metamorfosis”, muy conocida por el ejemplo de la transformación de un gusano en mariposa.
La transformación de nuestro ser es producido gracias a la obra del Espíritu Santo dentro de nosotros que nos va formando a imagen de Cristo. Por eso manifestamos diariamente y de manera progresiva un cambio en nuestro carácter, palabras y acciones. Es el “fruto” o resultado de la obra santificadora. Es el proceso para ser un hombre de Dios. Cuando estamos en este proceso nos damos cuenta que la voluntad de Dios ahora es “agradable”. ¡Nos gusta obedecer a Dios! También entendemos que la voluntad de Dios es “buena”. ¡Nos hace bien, nos llena de gozo, cómo es que nos estábamos perdiendo de hacer su voluntad! Y por último, que su voluntad es “perfecta”. ¡No puedo, no debo, ni quiero agregarle ni quitarle nada a su voluntad! Es perfecta. Yo solo debo obedecer a Dios y dejar el resultado en sus manos.
Pero cuidado, puede ser que el orgullo nos juegue una mala pasada y terminamos perdiendo el objetivo, el propósito, la dirección. Por eso viene la exhortación del siguiente versículo.
Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.”
Debemos seguir pensando “con cordura”, con equilibrio, balance, acerca de nosotros mismos. Ni sobreestimarnos, ni subestimarnos. Considerarnos obra de Dios y darle la gloria a Él por lo que haga, porque todo lo que hemos recibido viene del Señor.
Hombre de Dios, estas siendo transformado para ser un instrumento en sus manos. Serás lo que Dios pensó de ti en la eternidad. Permite que el Espíritu Santo día a día haga su trabajo en ti y Él mismo manifieste su fruto en tu vida.
Pablo Giovanini
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Seguimos siendo perfeccionados.
Filipenses 1:6 dice: “estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”
No somos vasijas terminadas. Estamos todavía en proceso continuo de formación. El Alfarero nos acaricia con sus manos, nos alisa las partes ásperas, nos aprieta, nos amasa, nos golpea contra el piso para quitar el aire, nos da forma según el modelo que tiene en su mente, y sigue dándonos vueltas y vueltas para ser perfeccionados.
De pronto nos empezamos a secar y a endurecer, y en su amor nos moja lo suficiente para hacernos dóciles otra vez, dúctiles en sus manos. A veces creemos que es demasiada agua, otras veces que es escasa, pero Él sabe lo que necesitamos. Ah, en sus manos sentimos su delicadeza, su amor, su amabilidad. Hasta nos empezamos a sentir cómodos y confortables…
Abruptamente, el Alfarero decide usar una herramienta. ¡Ay, no, es muy filosa! ¡Muy cortante! La clava en medio de la vasija y empieza a apretar. ¡Parece que nos está quitando demasiado barro de nosotros! Estamos perdiendo lo que creíamos que nos pertenece. Señor, ¿no es demasiado? ¿Por qué usas justo ese instrumento?
Luego empieza a apretarnos en lo que parece ser el cuello de esa vasija. Aprieta y reduce el orificio. ¡Parece que nos falta el aire! ¿Por qué tenemos la base tan amplia y el cuello tan chico? ¿Estás seguro Señor?
Y al fin nos empieza a pulir, una y otra vez, quitando todas las asperezas y ya dando los últimos toques maestros. ¡Y otra pulida más! Ya está bien, ¿no? No, otra más.
Nos toma con sus manos amorosas y ¡nos mete en un horno extremadamente caliente! Mucho fuego, mucho calor, todo empieza a solidificarse, a consolidarse, a definirse la forma diseñada. Ya debemos estar listos… pero no, todavía no. Hay que pasar más tiempo en el horno. Cada etapa es muy importante, y necesita el tiempo justo.
Al fin salimos, al aire fresco. Ahora viene la decoración. Hermosas líneas dibujando nuestros contornos, filetes celestiales dando unas particularidades únicas. Ninguna vasija se parece a la otra. Todas están hechas a mano. Esto no es una fábrica en serie. El Maestro se toma todo el tiempo que crea conveniente para terminarnos.
Al fin, nos llena de agua y nos coloca unas flores maravillosas que adornan su taller de manera muy especial. Y allí estaremos, adornando su gloria, reflejando la destreza de sus manos.
Cuando alguien se acerca a mirar la vasija llena de flores, nunca dirán: “¡Qué hermoso barro duro…!” No, más bien dirán: “¡Qué obra de arte! ¡Un aplauso al Alfarero!”
Pablo Giovanini
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La fe que vence al sentimiento.
Somos muy proclives a dejarnos dominar por nuestros sentimientos. Si no sentimos de leer un devocional, no lo leemos. Si no sentimos de hablar, no hablamos. Si no sentimos de escuchar, no escuchamos. Si no sentimos de ir a algún lado, no vamos. Si no sentimos de amar, no amamos. Si no sentimos de perdonar, no perdonamos. Y si no nos sentimos victoriosos, no vivimos en victoria.
Hay una gran diferencia entre sentirnos victoriosos y actuar como victoriosos. La fe tiene que ganarle al sentimiento. La fe tiene que ganarle a la razón. La fe tiene que ganarle a nuestros deseos. Debemos vivir por fe.
Romanos 8:37 dice: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.”
No importa cómo te sientas, Dios dice que eres más que vencedor. No depende de cómo te sientas sino de lo que Dios dice porque Él nunca miente. Así que como Pablo también puedes decir: “Todo lo pudo en Cristo que me da las fuerzas”.
Tal vez hayas pasado tus últimos días viendo un panorama un poco desalentador, un campo de batalla con un ejército vencido, o sin fuerzas para pelear. Lo que cuenta es que hoy Dios te dice que eres más que vencedor si confías plenamente en Él. Si entregas tu situación en sus manos y esperas la respuesta en Él.
No hace falta prólogos para hablar con Dios. Él nos dice que debemos “acercarnos confiadamente al trono de la gracia para hallar el oportuno socorro”. No necesitas acercarte a Dios con argumentos extraños ni para ganarte su amor y confianza. ¡Dios ya te conoce! Solo abandónate en sus brazos y escucha lo que Él quiera decirte, porque tiene dirección para tu vida.
Cuando te hable, tal vez debas pedirle perdón por algunos pecados escondidos que Él te esté dando convencimiento: La duda, el orgullo, la desconfianza, la autosuficiencia, el egoísmo, celos, envidia, lujuria, codicias… Pídele perdón, decide no volver a hacerlo, toma una nueva dirección en tu corazón para agradar a Dios en todo tiempo.
En 2 Corintios 5:7 Pablo dice: “porque por fe andamos, no por vista”. Más allá de cómo se vean las cosas, nosotros debemos andar por fe. La confianza en Dios te hace victorioso. Cuando venga el enemigo, cuando vengas las situaciones complicadas, cuando vengan los desafíos, sigue confiando en Dios.
Haz una resolución de corazón: Voy a confiar en Dios más allá de cómo me sienta y esperaré Su salvación. El Señor siempre movió cielo y tierra por una persona que haya vivido con esta resolución en su vida, porque Él es fiel a sus promesas.
Pablo Giovanini
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La extraña clase de hombres agradecidos.
Lucas 17:11-20: “Yendo Jesús a Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros! Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban, fueron limpiados. Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?”
Los contextos cambian, las culturas pueden ser diferentes, pero el corazón humano es siempre el mismo. En esta historia Jesús presenta una gran realidad: No todos son realmente agradecidos. Solo un diez por ciento lo fueron aquí. ¡El diezmo de los sanados! Uno entre diez fue capaz de reconocer a quien hizo el milagro con palabras de agradecimiento. La pregunta de Jesús sigue latente hoy también: ¿Dónde están los otros nueve?
¿Por qué cuesta ser agradecido? Hay varias razones que podemos pensar:
Hay personas que creen que merecen lo que reciben. Se miran a sí mismos y creen ser superiores a todos, que todo lo obtienen por merecimiento propio, que todo el mundo debe estar a sus expensas. ¡Son el centro del universo! Esta actitud siempre ha sido reprochada por Jesús. Los fariseos eran un típico ejemplo de ello y no podían recibir a Cristo porque confiaban en sus propios merecimientos para ser salvos. No podían alcanzar la gracia de Dios, y sin gracia, no hay salvación.
Hay personas que nunca han aprendido a ser agradecidos. Nunca lo vivieron en su casa, nadie les dio ejemplo de agradecimiento, han crecido en un ambiente egoísta, mezquino, o tal vez de supervivencia. Necesitan saber que el agradecimiento es una actitud de un corazón que reconoce que otros le han bendecido, que otros han suplido sus necesidades.
Hay personas que solo se enfocan en sí mismos. Sus metas son egoístas. Cuando hacen regalos en Navidad, los preparan pensando en quienes les devolverán otro regalo aún mejor. No les importan los medios con tal de obtener sus fines. Algunas veces darán un simple “gracias” por compromiso, solo con el fin de seguir obteniendo lo que ellos desean. No hay realmente un corazón agradecido.
Pero los hombres de Dios pertenecen al selecto grupo de los sinceramente agradecidos. Saben que nada merecen, todo lo obtienen por gracia. Por tanto, deben dar gracias a quienes lo merecen. Saben que necesitan depender de Dios en todo momento, saben que necesitan de su familia y su familia a ellos, saben que no están solos en la iglesia, que necesitamos ser interdependientes. Así que cuando hay que dar gracias, lo dan a quien corresponda: A Dios, a su esposa, a sus hijos, a sus familiares, a sus hermanos en la fe, a sus compañeros de trabajo, a compañeros de estudio, a jefes, a profesores, a amigos, a vecinos. Cada vez que hemos recibido una ayuda, un soporte espiritual o emocional, será un motivo de agradecimiento.
El apóstol Pablo dice: “Sed agradecidos” (Colosenses 3:15), “Dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:18), “Dando siempre gracias por todo” (Efesios 5:20). Un hombre de Dios tiene este espíritu de agradecimiento permanente en su corazón. Y seguirá dando gracias en Thanksgiving, con o sin pavo!
Pablo Giovanini
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Un líder que trae paz en la familia.
Hombre de Dios, Él te ha constituido líder en tu hogar para guiarlos hacia Dios en momentos de incertidumbre.
Dios nunca te dejará solo. Él tiene los recursos que necesitas para guiar a tu familia. “Por lo demás, hermanos, tened gozo, perfeccionaos, consolaos, sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2 Corintios 13:11). Tú no eres el que crea la paz, sino Dios. Tú debes proveer el camino para buscarla.
Cuando aparece una situación desafiante para la familia, cuando aparecen problemas inesperados, cuando hay que resolver situaciones rápidamente, tenemos la ayuda sobrenatural de Dios. Inmediatamente lo que podemos hacer como líderes espirituales es guiar a la familia a la oración, recordando pasajes de la Palabra que traen esperanza y afirman la confianza en nuestro Señor. Recuerda los pasajes donde Jesús ha prometido estar con nosotros y darnos de su paz. “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27). “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.” (Mateo 11:28). “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” (Juan 16:33).
Tú puedes recordarle a tu familia que Dios siempre ha hecho una diferencia con su pueblo. Aunque siempre llueve sobre justos e injustos, cuando Dios actúa con sus juicios, cuando quebranta a un pueblo para que aprenda disciplina, cuando interviene para que los pecadores vuelvan a él, siempre hace una diferencia. Lo hizo con Israel en Egipto, cuando las plagas caían en la casa de Faraón y su pueblo, Dios preservó a sus hijos de ellas. Cuando había hambre en Israel por causa de Acab, Dios proveyó alimento a Elías, a la viuda y a todos los que confiaban en Él. La promesa de Dios es “No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados.” (Salmo 37:19).
Comparte el Salmo 91. Recordemos algunos versículos (91:3-7): “Él te librará del lazo del cazador, de la peste destructora. Con sus plumas te cubrirá, y debajo de sus alas estarás seguro; escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día, ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya. Caerán a tu lado mil, y diez mil a tu diestra; mas a ti no llegará…”
La diferencia la marcan los que realmente confían plenamente en Dios. Ellos lo conocen y saben que sus promesas siempre se cumplen porque es un Padre bueno y lleno de misericordia.
Pablo Giovanini
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La actitud, una disposición del corazón
El diccionario define a la actitud como “la manera de estar dispuesto a comportarse u obrar”. Alguien también la definió como la “predisposición aprendida a responder de un modo consistente”. En otras palabras, lo que sentimos lo expresamos en la conducta. Lo que tenemos en el corazón lo manifestamos en nuestro comportamiento. Y es importante destacar que la manera de manifestar una actitud se aprende. Eso significa que podemos cambiar nuestras actitudes.
Puede haber muchos tipos de actitudes: Actitud defensiva, ofensiva, benévola, malévola, de colaboración, de indiferencia, de entusiasmo, de desánimo, de persecución, provocativa, pensativa, de perdedor, de vencedor, positiva, negativa… ¿De qué depende? De lo que tenemos en el corazón. Ahí guardamos lo que hemos aprendido en la vida a través de nuestros padres, de los amigos, de la escuela, de la iglesia, de las experiencias que hemos pasado, de personas que influyeron en nuestra formación. Creo que si somos sinceros, todos podemos decir que hemos aprendido a manifestar buenas y malas actitudes. Entonces necesitamos evaluarlas para saber qué debemos todavía corregir dentro de nosotros.
David, bien consiente de esto dijo en el Salmo 19:12: “¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.”
Manifestamos nuestras actitudes con nuestras palabras, nuestras acciones, y la postura de nuestro cuerpo. Muchas veces quisiéramos decir que “sí” a una excelente propuesta de trabajo que nos hacen pero interiormente creemos que vamos a fracasar, que le fallaremos a la persona, que algo malo podría pasar, y decimos que “no”, porque no queremos que por un fracaso nos desvaloricen, que nos hagan a un lado, que nos hagan sentir que somos inferiores. Así que cuando decimos “no” interiormente queremos decir que “sí”. Una actitud de temor al fracaso.
Otras veces ocurre lo contrario, por miedo al qué dirán nos comprometemos con un “sí” que en el corazón queríamos decir lo contrario, y entonces nuestra cara, la postura de nuestro cuerpo manifiestan lo opuesto, y comenzamos a dar vueltas para no hacerlo… Tenemos una actitud de temor al rechazo. Y esta nos paraliza.
Cuando nos pasan cosas como estas debemos preguntarnos siempre “¿Por qué?” ¿Por qué tengo esta actitud de temor al fracaso, temor al rechazo? En otros casos, ¿Por qué tengo esta actitud egoísta, mezquina, machista, indiferente…? La respuesta será la raíz de nuestra actitud. Porque toda conducta tiene una causa.
Tal vez empecemos a recordar las enseñanzas de quienes nos criaron. Nuestras actitudes actuales dependen mucho de ellos. Si ellos eran temerosos, posiblemente adquirimos actitudes de temor. Si eran egocéntricos, actitudes egoístas. Si tenían sentimientos de mártires, tal vez identifiquemos muchas actitudes negativas en nosotros. O cómo nos trataron en la escuela. Si siempre teníamos que defendernos diciendo a todos que “sí”, entonces ya estamos encontrando el motivo por el cual no podemos decir que no.
En fin, somos demasiados complejos como para resolverlo en un momento. La Biblia nos dice que cuando recibimos a Cristo como Salvador, el Espíritu Santo ha venido a morar en nuestra vida. A partir de allí contamos con ayuda sobrenatural. Él es quien nos santifica diariamente, el que nos ayuda a cambiar nuestras actitudes, el que produce en nosotros una transformación interna de nuestro corazón para parecernos cada día a Jesús. Con Él es posible que se cumpla lo que dice en Efesios 4:22-24: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.”
Tú eres un nuevo hombre de Dios en quien el Espíritu Santo cada día hará la obra transformadora. Entrégale cada actitud que no esté de acuerdo a la Palabra y permítele que siga desarrollando ese nuevo hombre poderoso en Cristo dentro de ti.
Pablo Giovanini
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El valor de tu semilla.
Estaba buscando semillas de trigo para poder llevar a la congregación como una lección objetiva en mi predicación del domingo. Me llevé la sorpresa de que en los mercados convencionales donde compramos los alimentos que necesitamos para la semana no venden trigo en grano entero. Busqué en varios lugares y solo encontré uno llamado Khorasan wheat, que tiene sus orígenes en el medio oriente, más específicamente en la zona de la Persia antigua, hoy Irán. Cuando vi este grano, me llevé una desilusión bastante grande: El granito era mucho más pequeño y delgado que las semillas que yo conozco de Argentina. Claro, mi país de nacimiento fue llamado “el granero del mundo” debido a que después de la segunda guerra mundial, Argentina abasteció a la mayoría de los países europeos con lo mejor del trigo y otros granos. Hoy por hoy, los argentinos tenemos más granos en la cara que los que exportamos al mundo, pero esa es otra historia.
Mi padre fue criado en el campo, que junto a su padre y su hermano trabajaba levantando las cosechas de la pampa argentina con las primeras cosechadoras que llegaron a ese país. Cuando yo era pequeño, me llevó a conocer su tierra, los viejos tractores que araban la tierra, los graneros o silos donde almacenaban las semillas antes de exportarlas, y por supuesto, me subió a una cosechadora explicándome todo el proceso hasta que se llevaban las bolsas cargadas de granos de trigo. En esta experiencia pude ver cómo las semillas se reproducen de manera extraordinaria, tal como Jesús lo dice en la parábola del sembrador: casi 100 a uno!
Jesús también conocía los tiempos de siembra y cosecha de su tierra. Él aprovechó a dar lecciones espirituales con estas vivencias cotidianas. La primera que les enseñó a sus discípulos está en Juan 4. Tuvo un encuentro con una mujer de Samaria, a quien le revela su vida, saca a luz el gran vacío que tenía, y él mismo se presenta como el Agua de Vida. Esta mujer es impactada por Jesús (¡Quién no es impactado cuando tiene un verdadero encuentro con Cristo!) y vuelve a su ciudad a compartir las buenas nuevas con sus coterráneos. En el momento en que ella se dispone para marchar, llegan sus discípulos y se sorprenden al ver a Jesús con una mujer samaritana. Jesús estaba rompiendo las barreras culturales! Los judíos y samaritanos ni se miraban, pero el Maestro vio un corazón hambriento de alimento espiritual y tomó tiempo para invertir en ella. Jesús había puesto una semilla de esperanza, de salvación, de vida eterna en la samaritana. Solo una.
Jesús no terminó de hablar con sus discípulos cuando vuelve la mujer con una multitud. Esa semilla se multiplicó en cientos de corazones dispuestos a escuchar las palabras de vida eterna.
Jesús les dice a sus discípulos: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35). ¿Qué estás tú viendo hoy? ¿Cómo ves a las personas? ¿Podrías compararlos a campos listos para cosechar?
Actuaremos según lo que veamos. Si vemos campos blancos, cosecharemos. Si vemos campos verdes, nos quedaremos sentados esperando que llueva…
Las personas que están a tu alrededor necesitan a Jesús, el Pan de Vida. Solo Él es el alimento para sus almas. Tú tienes en tu mano tu semilla. Pídele a Dios que te muestre en dónde plantarla, con quién compartirás esta semana la palabra de Dios. Hay muchos hambrientos de vida que están esperándote. No tengas temor de lo que dirás o del qué dirán. Dios llenará tu boca de palabras extraordinarias. Incluso tú mismo te sorprenderás al escucharte. Es una promesa de Jesús para ti cuando dejas al Espíritu Santo actuar en tu lugar.
El campo ya está blanco, listo para la cosecha. ¿Ya encendiste tu cosechadora?
Pablo Giovanini
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Las manos amorosas son también firmes.
Jeremías 47:3: “Por el sonido de los cascos de sus caballos, por el alboroto de sus carros, por el estruendo de sus ruedas, los padres no cuidaron a los hijos por la debilidad de sus manos”
El profeta Jeremías está hablando una palabra de Dios a un pueblo que había desprotegido a sus hijos por prestar atención al medio ambiente. Se habían asustado por lo que estaban escuchando: los sonidos de los caballos, el repiqueteo de las ruedas de los ejércitos, el griterío de la multitud, y perdieron a sus hijos.
No habían previsto el problema. Estaban confiados. Pensaban que a todo el mundo le puede pasar, menos a ellos. Habían creído que con traer el alimento a la casa, alcanzaba. “¿Para qué ocuparnos de los hijos si lo puede hacer la esposa? ¡Nosotros estamos cansados!” Se olvidaron de la responsabilidad diaria que tenían como padres. No solo alimentar a la familia físicamente, sino también emocional y espiritualmente. ¡Qué terrible descuido! Por no hacerlo diariamente, cuando llegó el problema ya era demasiado tarde… Habían perdido a sus hijos.
Se habían enfocado más en lo que escuchaban y veían que en lo que realmente estaba pasando en la casa. Los rumores estaban por todos lados, las presiones sociales parecían llevarse todo por delante, pero ellos no prestaban atención a lo que estaba sucediendo en su propio hogar. “Sus manos” se estaban debilitando. Lo que debían hacer por sus hijos estaba descuidado. Ya no tenían la fuerza suficiente. El miedo y pavor por lo que sucedería los hizo desenfocarse. Prestaron más atención a lo externo que a lo interno. El final fue trágico.
Hoy estamos viviendo en tiempos peligrosos. Las presiones de la escuela, de los amigos, de los medios de comunicación, arrastran a nuestros hijos hacia lo que jamás quisiéramos. Si nosotros como padres no ponemos un freno deliberado a las tentaciones, los ataques de Satanás, los bombardeos de ateísmo, y todo lo que quiera destruir la familia, todo se perderá.
Necesitamos poner atención a lo que esté pasando en casa. Los tiempos de desayuno, almuerzo, cena, es para compartir con la esposa y los hijos. Es el mejor tiempo para conversar, preguntar, aconsejar, compartir una palabra y orar. Las salidas con la familia es un tiempo que no puede desperdiciarse. Hay que crear el ambiente de confianza, de respeto, donde se pude dialogar y llegar a sanas conclusiones según lo que Dios ya nos ha dicho.
Como padres debemos saber lo que les pasa a nuestros hijos. Cómo están en la escuela, de qué conversan, qué temas se tratan, cómo es la relación con otros compañeros de clase, qué tipo de amistades están desarrollando. A veces escuchamos que “no hay que presionar a los hijos”, “que no hay que controlarlos”, “que hay que darles libertad”, pero si no encontramos el equilibro bíblico para esto, podemos terminar fomentando el libertinaje o el legalismo en casa. Necesitamos actuar con amor y firmeza, con comprensión y consejo, saber hablar, pero también saber escuchar.
Nuestras manos deben estar dirigidas por Dios. Debemos imitarlo a Él como Padre. Él nos ha perdonado, nos ha restaurado, nos enseña diariamente el camino, nos habla todos los días, nos corrige si nos desviamos, nos abraza y nos llena de amor. Debemos nosotros también ser proactivos en todos estos aspectos con nuestros hijos. Ellos necesitan conocer la poderosa mano de Dios, y primero será a través de nuestras manos.
Nuestras manos deben estar siempre limpias, espiritualmente hablando. No podemos disciplinar a nuestros hijos con “manos sucias”, no podemos brindarle lo mejor de Dios con “manos enfermas”, no podemos curar si todavía las nuestras están heridas. Necesitamos darle nuestras manos a Dios, que Él las limpie cada día, las fortalezca, las suavice con su amor, las afirme en su palabra. Y nunca olvidemos que los hijos de Dios estamos en las mejores Manos.
Pablo Giovanini
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De tal palo, tal astilla.
1 Crónicas 28:20: “Dijo además David a Salomón su hijo: Anímate y esfuérzate, y manos a la obra; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios, mi Dios, estará contigo; él no te dejará ni te desamparará, hasta que acabes toda la obra para el servicio de la casa de Jehová”.
Los hombres de Dios transmiten a sus hijos palabras afirmativas para que avancen en lo que el Señor les está mostrando. Esto es posible porque primero han recibido la palabra de Dios en sus vidas.
Este es el caso de David. Él tenía toda la intención de construir un templo espectacular para Dios. Pero Jehová le dijo que no lo haría él, sino un hijo suyo. Escuchó de Dios directamente una parte del plan que tenía para uno de sus hijos. Escuchó y actuó. Puso manos a la obra. Se adelantó a este suceso y comenzó a juntar todo tipo de materiales para el proyecto que su hijo continuaría. No fue el gran templo de David. No, fue el gran templo de Salomón, su hijo.
Sin embargo, David luchó por ese plan para la vida de Salomón. David sabía muy bien que no alcanzaba con juntarle todo el material que necesitaba para la obra. Tampoco que la visión que él mismo había recibido alcanzaba. David sabía que Salomón necesitaba por sus propios medios buscar a Dios, conocer el plan directamente de Él, y sobre todo, esforzarse y hacerlo. Conociendo esto, David se propuso motivar a su hijo para que siempre hiciera la obra de Dios.
Este versículo nos muestra las palabras de David que pronunció a su hijo antes de morir. Son palabras afirmativas, de fe, de entusiasmo, positivas. Están llenas de certeza, confianza en Dios, esperanza, y ánimo para hacer la obra.
“Anímate y esfuérzate”: Habrá momentos en que su hijo podría desanimarse, pero la instrucción es que siempre debía buscar el ánimo que necesitaba. Dios era la fuente de ese ánimo. Y además debía estar acompañado de esfuerzo. Los hijos deben saber que nada es fácil en esta vida. Los padres deben enseñarle a ser responsables, a ser perseverantes, a hacer bien las cosas, y a hacerlas con propósito. El ser esforzados se aprende desde niños con sentido de responsabilidad, participando en las tareas del hogar, en emprendimientos familiares, incluso en actividades de la iglesia y evangelísticas.
“Manos a la obra”: Nuestros hijos deben poner en práctica todo lo que están aprendiendo. Para eso necesitan seguir el ejemplo de su padre. Un padre teórico que no aplica nada, será el peor ejemplo para sus hijos. Podemos decir muchos versículos de memoria, pero si no lo ven en nosotros, jamás los aprenderán. ¡Lo que escuchamos de Dios hay que ponerlo por obra!
“No temas ni desmayes”: Por supuesto que vendrán tiempos de temor, ansiedad, preocupaciones. Pero tienen que saber que Dios estará siempre para alimentar su fe, ayudarlos a crecer, a depender de la voz del Espíritu Santo cada día. Podrán afrontar momentos difíciles, pero no deben desmayar. Dios tendrá los recursos que necesiten.
“Jehová tu Dios, mi Dios”: El mismo Dios de papá, también es el de los hijos. Ellos lo aprenderán viendo a su padre orar, buscar el rostro de Dios, alimentarse de su Palabra, compartir con otros el mensaje. Si nuestros hijos aprenderán a depender de Dios, no es porque la Escuela Dominical fue el único medio que tuvieron para conocerlo. ¡Debe ser por el ejemplo de su padre! Nosotros debemos enseñarles a nuestros hijos a pasar tiempo con Dios, buscando dirección, tomando tiempo para darle gracias y adorarlo.
“Dios estará contigo, no te dejará ni te desamparará”: ¡Qué confianza la de David! Él podía decir esto porque lo había experimentado. Su hijo lo había visto con sus ojos durante toda la vida de David. Dios era el centro de su vida y había sido siempre fiel. El mismo Dios que está con el padre es el mismo Dios que estará con sus hijos, ¡y nunca los desamparará!
Los hombres de Dios animan a sus hijos a obedecer a Dios, a amarle y servirle con todo el corazón. No hay mayor satisfacción que ver a nuestros hijos buscar a Dios con pasión, amor, devoción. Y debemos estar confiados que lo que hemos sembrado en nuestros hijos, germinará a su tiempo y producirán fruto en abundancia para la gloria de Dios.
Pablo Giovanini
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Hombres con bolsillos consagrados
Proverbios 11:24,25,28: “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza. El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado… El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
La Biblia está llena de pasajes donde nos hablan de la bendición de ser generosos. La generosidad es un atributo de Dios que debe imitarse como un hijo amado que desea parecerse a su Padre.
Dios nos enseña a ser generosos. Nosotros como padres debemos enseñar a nuestros hijos a ser generosos. Por supuesto que nuestros padres deberían habernos enseñado a nosotros primero. Pero si este no fuera el caso, podemos comenzar la primera lección de generosidad ahora mismo.
Cuando la Palabra de Dios nos habla de generosidad no desea hacerlo solo en términos de acciones, sino que va más allá y profundiza en nuestro carácter. La cuestión no es dar de vez en cuando con generosidad, sino llegar a SER generosos. Una persona generosa siempre dará con generosidad.
Cuando somos generosos nuestro carácter se va pareciendo al de Cristo. Comenzamos a estar desprendidos de las cosas materiales, no porque no las necesitemos sino porque no son ídolos en nuestra vida.
El ser generosos nos conecta más con el corazón de Cristo. Cuando vemos las necesidades queremos suplirlas y ser parte de lo que haría Jesús en nuestro lugar.
Aprendemos a depender más de Dios. De hecho, este pasaje dice que el que reparte más, recibirá más todavía. Dios puede confiarnos más en la medida en que podamos ser canales a otros.
Tenemos una vida más ordenada. Antes malgastábamos el dinero. Un joven de nuestra iglesia nos decía que él gastaba más de 500 dólares cada viernes en cervezas. ¿Por qué se nos juzga a los cristianos que damos dinero a la iglesia? ¿Por qué calumnian a los pastores de tomar dinero de la gente cuando no tienen pruebas para demostrarlo? Si alguien gasta 500 dólares en alcohol que es perjudicial para la salud, que trae trastornos físicos, psíquicos, emocionales, que rompe familias enteras, será aplaudido por sus amigos, pero si alguien invierte en el Reino de Dios ese dinero, es criticado. Por eso, un generoso no escucha las críticas, opiniones mal fundadas, los consejos de seguidores de malos caminos. Solo se aferra a la Palabra y actúa con el corazón de Cristo.
El detalle está en el último versículo: Un hombre de Dios no confía en las riquezas, confía en Dios que es el Proveedor. Sabe que el Padre se ocupará de cada necesidad, suplirá en abundancia, y seguiremos siendo canales de bendición a otros.
Pastor Pablo Giovanini
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Sobrevivir o disfrutar en Su presencia
Salmo 16: 11: “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La primera base de seguridad de David es que Dios le iba a mostrar la senda de la vida. Por supuesto que estaba en contacto permanente con Dios para escucharlo. Antes de cada batalla, este rey iba a Dios en oración pidiendo la estrategia, y hasta que no lo escuchaba, no se movía. Para cada batalla tenía un nuevo plan creativo de Dios. No repetía la misma estrategia en diferentes batallas porque no se movía por experiencia sino por obediencia. Para cada paso había oración. Tenía la guía permanente de Dios y obedecía a la dirección que recibía. Claro, de nada sirve recibir dirección si luego no la ponemos en práctica.
Nosotros necesitamos también esa guía continua. Cada paso nuestro debe hacerse después de haber escuchado a Dios y estar seguro de lo que Él quiere. Movernos por emociones, por comentarios, por presiones, por escapatorias, nunca traen la guía de Dios. Necesitamos dependencia continua de Dios para movernos con firmeza y autoridad.
Lo segundo, es que David no sobrevivía espiritualmente sino que disfrutaba la presencia de Dios diariamente. No le resultaba pesado ir a Dios en oración, compartir tiempo con el Padre, usar sus instrumentos musicales para cantarle a Dios e inventarle salmos y canciones. Para David nunca fue una pérdida de tiempo, sino el tiempo que más disfrutaba de su día. ¡Había plenitud de gozo! Una relación profunda con Dios trae satisfacción al alma, trae quietud a nuestro espíritu, incluso hasta nuevas fuerzas físicas.
El último secreto de David es que en la mano derecha de Dios están las delicias más maravillosas que podamos disfrutar. Dios es la fuente de todo recurso. Todo está en su omnipotente mano. Y lo más increíble es que su mano está abierta para cada uno de sus hijos que se acercan a Él con fe y se apropian de sus promesas. David siempre le creyó a Dios y avanzó hacia una vida victoriosa. Cada batalla era la oportunidad de que Dios se hiciera grande, no David. Que Dios mueva su mano poderosa, no la nuestra. Que Dios nos muestre sus maravillas.
Hombre de Dios, Él te ha mostrado el camino para una vida triunfante. El secreto está en la obediencia a lo que Él dice. Si le buscamos de todo corazón siempre le hallaremos, siempre tendremos una guía para nosotros, y disfrutaremos haciendo la voluntad del Padre.
Pablo Giovanini
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El sacerdote gordo
1 Samuel 4:17-18: “Y el mensajero respondió diciendo: Israel huyó delante de los filisteos, y también fue hecha gran mortandad en el pueblo; y también tus dos hijos, Ofni y Finees, fueron muertos, y el arca de Dios ha sido tomada. Y aconteció que cuando él hizo mención del arca de Dios, Elí cayó hacia atrás de la silla al lado de la puerta, y se desnucó y murió; porque era hombre viejo y pesado. Y había juzgado a Israel cuarenta años.”
Elí fue un sacerdote de Dios en Israel. Tenía como misión ser un puente entre Dios y el pueblo, comunicarles la Palabra de Dios, orar e interceder por ellos, dejarles saber lo que Dios demandaba, corregir los caminos torcidos y llevarlos a la adoración permanente. Sin embargo, su vida dejó mucho que desear. Sus hijos muertos, el arca de la presencia de Dios perdida entre los enemigos y su vida terminó drásticamente, muriendo desnucado al caer hacia atrás.
Todos somos llamados a ser sacerdotes de Dios. Según Pedro, somos “real sacerdocio” para que anunciemos las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable. El llamado está, la capacitación del Espíritu para hacerlo también, pero la responsabilidad de ser un sacerdote como Dios manda es nuestra.
¿Qué le pasó a Elí? ¿Cómo terminó tan mal? La Biblia nos da muchas pistas acerca de cómo desarrolló su vida sin el fundamento correcto.
1. Elí era conformista. Dice que “se cayó de la silla”. Estaba sentado, inmóvil, quieto, paralizado, no hacía su labor como Dios quería que la hiciera. Un sacerdote nunca está quieto. Está sirviendo las 24 horas. Está en acción. Está mirando la necesidad y cómo suplirla. Primero en su familia, luego en sus vecinos, hermanos, y amigos. Es un puente para acercarlos a Cristo y su salvación.
2. Elí estaba centrado en sí mismo. Era “pesado”, estaba muy gordo. Gordo de alimentarse a sí mismo. Por supuesto que se alimentaba de lo que Dios proveía en el tabernáculo, pero comía en exceso y no consumía calorías por su quietud y conformismo. Gordo de recibir de Dios y no transmitir nada a nadie.
3. Elí fue negligente con su familia. No los alimentaba espiritualmente. Nunca los corrigió. Nunca actuó para salvar a sus hijos de las tentaciones y mostrarles el camino correcto. 1 Samuel 2:12 dice que “Los hijos de Elí eran hombres impíos, y no tenían conocimiento de Jehová.”
¿Acaso iban a tener conocimiento de Dios por simplemente estar en el tabernáculo, por ir a la iglesia, por asistir a la Escuela Bíblica? ¿No es acaso el padre el primer maestro cristiano para la vida de un hijo? ¿No es el padre el primero que habla de Jesús en el hogar para que sus hijos sean salvos, oren a Dios, amen a Jesús y le sirvan de corazón?
Elí no hacía eso y vio la consecuencia nefasta por su conducta. Cuando sus hijos pecaban, no los corregía. 1 Samuel 2:22-25 dice: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel, y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión. Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová. Si pecare el hombre contra el hombre, los jueces le juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?...”
No alcanza con decirle a nuestros hijos: “No, no deberían hacer esas cosas…” O, “no es bueno que hagas esto otro…” “No es bueno lo que escucho de ustedes…” Cuando las palabras se desgastaron, ¡hay que actuar seriamente! ¡La disciplina los puede librar del infierno! Un sacerdote gordo no hace nada, solo habla. Y por supuesto, tendrá hijos gordos que van camino a la perdición.
4. A Elí no le interesaba la presencia de Dios. Veía la gloria de Dios en el tabernáculo, pero él no reflejaba esa gloria. La presencia de Dios estaba allí pero él estaba ajeno a esto. No escuchaba a Dios. De hecho, cuando Dios habló, no fue a él sino al niño Samuel. A él no le interesaba pasar tiempo con Dios. No le importó dejar que se lleven el arca de la presencia de Dios a la guerra sin su dirección. Allí la perdieron. Perdieron la presencia de Dios, y lo inmediato, perdieron la vida.
5. Vivía siempre temeroso. Sabía que algo andaba mal, y aun así dejó que se llevaran el arca. El sentía que algo olía mal, tenía miedo del futuro, de lo que pasaría. Cuando no está la presencia de Dios con nosotros vienen los miedos, los temores, la auto persecución, la desconfianza, y el sentimiento de que todo acabará muy mal. A pesar de sus miedos, no buscó a Dios con sinceridad y no hizo nada por cambiar la situación. Todo siguió su curso hacia la destrucción total. Perdió el arca, murieron sus hijos, y murió Elí. Fin de su historia.
Pero Dios estaba levantado a Samuel. Dios le había dicho a Elí que su sacerdocio había llegado a su fin y que Él estaba levantando un nuevo sacerdote. “Y yo me suscitaré un sacerdote fiel, que haga conforme a mi corazón y a mi alma; y yo le edificaré casa firme, y andará delante de mi ungido todos los días.” (1 Samuel 2:35).
Dios te llama a ser un sacerdote en tu hogar, en tu escuela, en tu trabajo, en tu comunidad, en tu iglesia. La responsabilidad es tuya: O ser un sacerdote cómodo y negligente, o un sacerdote fiel y ungido todos los días. Comienza tu semana enfocándote en tus responsabilidades de sacerdote fiel, y deja que el Espíritu Santo te enseñe el camino. Los resultados están en su mano, y veras a tu familia transformada por su poder, a tus amigos y familiares salvos, a tu comunidad acercándose a la luz del evangelio de Cristo.
Pablo Giovanini
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